sábado, 8 de noviembre de 2014

CA YAO (Séptimo cuento chino de Ho Tse Lin)

Ca Yao vivía en una remota aldea de las montañas chinas junto a su mujer Yu Lai y su hijo Di Yin. Todas las mañanas se levantaba a las 5 para ir a su trabajo, en una fábrica de explosivos. Debía tener mucha precaución, cualquier distracción podía hacerlo volar por los aires. Además su jefe era un tirano que le hacía la vida imposible. Todos los meses entregaba a su mujer su sueldo íntegro: 5.300 yuanes. Tenían para vivir con bastante desahogo, e incluso podían permitirse algunos caprichos.
Un día Ca Yao regresó muy contento a su casa. Le contó a Yu Lai que le habían ofrecido un trabajo en la oficina central de la capital para tramitar pedidos y llevar la contabilidad. Trabajaría 8 horas en lugar de 10.
- ¿Y cuánto te pagarían? -le preguntó su mujer.
- 4.500 yuanes.
- ¿Cómo, que perderías 800 yuanes así como así?
- Mujer, ten en cuenta que estaría mucho más tranquilo, ya no correría tanto peligro con los explosivos.
- Pues de eso nada, no nos lo podemos permitir. Tenemos muchos gastos, y necesito dinero para comprarme vestidos nuevos. Les dices que no te interesa. Lo que tienes que hacer es tener mucho cuidado para no tener accidentes.
Ca Yao, que quería mucho a su familia, volvió a su trabajo al día siguiente. Telefoneó a los que le habían ofrecido el nuevo puesto:
- Les estoy muy agradecido por su ofrecimiento y su confianza, pero no puedo permitirme una reducción del salario.
- Estamos dispuestos a pagarle hasta 4.800 yuanes. Esperamos mañana su respuesta.
Nuevamente en casa se lo contó a su mujer, pero ésta no estaba dispuesta a perder 500 yuanes todos los meses.
- No nos lo podemos permitir - le dijo Yu Lai. Necesitamos los 5.300 yuanes mensuales. Ándate con cuidado y ya está.
Ca Yao, que era un marido fiel y respetuoso, volvió a su trabajo. Agradeció nuevamente el ofrecimiento y siguió con su ardua y peligrosa tarea diaria.
Dos semanas más tarde, un compañero de Ca Yao que pasaba por unos malos momentos se distrajo y cometió un terrible error con la maquinaria.
Hubo una explosión que acabó con la vida de cinco obreros. Uno de ellos era Ca Yao. A su viuda le quedó una pensión de 1.500 yuanes.
- ¡Es que nunca me hacía caso, el desdichado! -decía Yu Lai en el entierro-. ¡Mira que le dije que tuviera siempre mucho cuidado...!

jueves, 6 de noviembre de 2014

EL FAROLERO

Soy el farolero de la Puerta del Sol,
cojo mi escalera y enciendo el farol.
Después de encendido me pongo a contar,
y siempre me sale la cuenta cabal.
Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis,
seis y dos son ocho, y ocho dieciséis,
y ocho veinticuatro y ocho treinta y dos,
¡Ánimas benditas, me arrodillo yo!

LA CREACIÓN (Francisco Martínez de la Rosa)

Nace la hierba en el prado,
y entre la hierba, las flores,
con sus vistosos colores,
con su aroma delicado;
bulle el insecto en la grama;
trisca, en el monte, el cordero,
el ruiseñor y el jilguero
revuelan de rama en rama;
y el ave, el insecto, el bruto,
campos, arroyos y flores,
todos cantan tus loores
y te dan, Señor, tributo.

EL PATIO DE MI CASA ES PARTICULAR (Canción de ronda)

El patio de mi casa es particular,
que cuando llueve mucho se moja la mitad,
agáchate y vuélvete a agachar,
y no te agaches más,
que los agachaditos no saben bailar.
Hache, i, jota, ka, ele, eme, ene, a,
que si tú no me quieres,
otro amante me querrá.
Hache, i, jota, ka, ele, eme, ene, o,
que si tú no me quieres,
otro amante tendré yo.
Chocolate, molinillo,
corre, corre, que te pillo.
A estirar, a estirar,
que el demonio va a pasar.
¡Uuuuuuuuuuuuuuu!

sábado, 1 de noviembre de 2014

ORACIÓN PARA EL DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS


Ayúdame, Señor, a considerar cada día, como la última oportunidad por agradarte.
Ayúdame, Señor, a mirar al cielo, como mi casa definitiva.
Ayúdame, Señor, a mirar a la tierra, como el paso necesario para alcanzar tu gloria.
Ayúdame, Señor, a esperar cuando las nubes me impidan ver el sol.
Ayúdame, Señor, a recordar a los que tantas veces me recordaron.
Ayúdame, Señor, a vivir como si fuera un errante.
Ayúdame, Señor, a creer que Tú tienes Palabra de Vida Eterna.
Ayúdame, Señor, a caer en el surco de la tierra como si fuera semilla de primera.
Ayúdame, Señor, a pensar en el bien que me hicieron, los que un día marcharon.
Ayúdame, Señor, a rezar por los que un día, por mí, también rezaron.
Ayúdame, Señor, a no olvidar los rostros y virtudes de los que más me quisieron.
Ayúdame, Señor, a mirar al cielo con ojos de niño.
Ayúdame, Señor, amar el cielo con un corazón cálido y siempre abierto.
Ayúdame, Señor, a caminar hacia el cielo, guiado y cogido de tu mano.
Amén.