viernes, 26 de junio de 2015

ORACIÓN POR LA MAÑANA

                                                                                     AL DESPERTARSE

     Dios mío, abre mis ojos para admirar tus maravillas, y mi boca para cantar tus alabanzas. ¡Oh, Dios de mi corazón! Yo me levanto con alegría para servirte. Yo te adoro, principio de mi ser y de mi vida. Yo te ofrezco todos los momentos del día que voy a empezar.      ¡Oh, qué feliz soy en vivir este día para hacer penitencia! Yo lo empiezo con el deseo de ir a la bienaventurada eternidad. Divino Jesús, sé mi guía; Ángel de mi Guarda, vela sobre mí. ¡Oh, alma mía, corazón. espíritu y pensamiento: ven y adoremos a este gran Dios a quien todas las criaturas rinden homenaje!
     Sea hecha, alabada y eternamente ensalzada la muy justa y muy amable voluntad de Dios en todas las cosas.
     Bendita sea la santa e Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María.
     Ruega por nosotros, oh dichoso José.
     A fin de que seamos dignos de las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
     Ven, Espíritu creador, a visitar los corazones de tus fieles y a encender en ellos el fuego de tu divino amor. 

                                                                  ACTO DE ADORACIÓN

     Dios mío, que estás aquí presente, yo, postrado humildemente delante de Tu divina Majestad, te adoro como a mi soberano Señor, mi Creador, mi primer principio y mi último fin.

                                                        ACTO DE AGRADECIMIENTO

     Te doy gracias, Dios mío, por todos los beneficios que he recibido de tu liberal bondad, porque me has dado un alma capaz de conocerte, porque me has rescatado con la sangre preciosa de Jesucristo, porque me has mantenido y conservado desde que estoy en el mundo. 

                                                               ACTO DE CONTRICIÓN

     ¡Oh, Dios mío!, yo me arrepiento de todo corazón de los pecados que he cometido contra Tu divina Majestad; los aborrezco todos porque eres infinitamente bueno y el pecado te desagrada; te pido humildemente perdón, y propongo no ofenderte más, mediante tu divina gracia, y satisfacer a tu justicia.

                                                                                ACTO DE FE

     Creo en Ti, oh Dios mío: creo firmemente todas las verdades que tu Iglesia nos enseña, porque Tú eres, Señor, quien nos las has revelado.

                                                                     ACTO DE ESPERANZA

     Dios mío, yo espero en Ti, y de vuestra bondad, los medios para alcanzar la vida eterna, porque Tú eres quien nos la ha prometido, y porque eres infinitamente bueno y poderoso.

                                                                       ACTO DE CARIDAD

     Dios mío, yo te amo de todo corazón, porque eres infinitamente bueno y digno de ser amado, y también a mi prójimo por tu amor.

                                                                ACTO DE OFRECIMIENTO

     Recibe, Señor, la ofrenda que te hago de mí mismo, de mis pensamientos, mis palabras, mis acciones y todo lo que yo pueda sufrir; deseo obrar y padecer para gloria tuya, porque te amo más que a todo cuanto hay en el mundo y deseo vivir solamente para Ti.

                                                                   ACTO DE PETICIÓN

     Te pido, oh Dios mío, me concedas la gracia de servirte fielmente y de evitar el pecado, no solamente hoy, sino todo el tiempo de mi vida. Defiéndeme de los enemigos de mi alma, bendice todas mis acciones por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, los de la Santísima Virgen María, del Ángel de mi Guarda, de mis bienaventurados Patronos y de todos los Santos.

Padrenuestro, Avemaría y Credo

                                          ORACIÓN AL ÁNGEL DE LA GUARDA

     Oh, santo Ángel de mi Guarda: continúa conmigo tus caritativos cuidados, inspírame la voluntad de Dios en todas las acciones de este día y guíame por el camino del Cielo. Amén.

                                          ORACIÓN AL SANTO DE SU NOMBRE

     Gran Santo cuyo nombre tengo la dicha de llevar: protégeme y pide a Dios por mí, a fin de que yo pueda servirle como Tú en la tierra, y glorificarle en tu compañía eternamente en el Cielo. Amén. 

     

jueves, 25 de junio de 2015

HIMNO Y POLCA A LA VIRGEN DE LOS MILAGROS DE CAACUPÉ, PATRONA DE PARAGUAY

Himno a la Virgen


Es tu pueblo, Virgen Pura,
y te da su amor y fe;
dale tú paz y ventura
en tu edén de Caacupé. 
Todo el pueblo paraguayo
que juró su libertad
a la luz del sol de mayo
hoy aclaman su beldad. 
Virgen pura tan querida,
bella flor de Caacupé,
danos fuerza, danos vida,
más virtudes y más fe. 
   


Virgencita de Caacupé (Polca)

Letra y Música: Federico Riera


Ya la caravana de los promeseros
asciende la loma de Caacupé.
Campanas de bronce, tocando oraciones,
llaman a los fieles
con un canto dulce para el “ñembo’e”
Virgencita santa, recuerdo que un dia
con salmo en los labios hasta ti llegué.
Y allí de rodillas,  en tu santuario,
con fervor creyente
como un peregrino yo también oré.
Oh, Virgencita de los milagros,
tú que eres buena
oye mis ruegos: vengo a pedirte que tus perdones lleguen a mí.
Caudal de hechizos y de ternuras
hay en tus ojos, que son azules
como ese cielo que cubre el suelo donde nací.
Un dia quisieron llevarte muy lejos,
pero en un milagro dijiste “tove”.
Desde entonces ciego, creyente y sincero
tu pueblito humilde, Virgencita santa,
se postró a tus pies.

Como en un misterio de leyenda sacra
de un tiempo lejano que no ha de volver,
evoco tu imagen, que es la de mi raza
de estirpe serrana, Virgencita india de Caacupé.
Oh, Virgencita de los milagros
tú que eres buena
oye mis ruegos: vengo a pedirte que tus perdones lleguen a mí.
Caudal de hechizos y de ternuras
hay en tus ojos, que son azules
como ese cielo que cubre el suelo donde nací.

miércoles, 24 de junio de 2015

HIMNO AL DIVINO SALVADOR DEL MUNDO (Patrono de la República de El Salvador)

¡Bendito seas, Salvador Divino!
Los hijos de tu pueblo, como hermanos,
a tus plantas divinas nos postramos,
adorando tu excelsa majestad.

La tierra que regaste con tu sangre,
himnos de amor te canta agradecida;
eres Camino, Luz, eterna Vida,
eres Rey de los siglos inmortal.


Lleno está de tu gloria el universo,
la falange de Apóstoles, hermosa
rodea tu rostro; y la pasión gloriosa
resuena en un cántico eternal.

Allí el insigne coro de los profetas,
y el purpurado ejército luciente
de mártires, con gozo indeficiente
tu Nombre nunca cesan de alabar.

La Iglesia Santa por el orbe entero
pregona tu poder y tu grandeza:
que eres el Dios de espléndida belleza,
que eres el Dios de amor y de bondad.

Eres Señor de todo lo creado,
El Monarca Supremo de la gloria.
De Ti espera la Iglesia la victoria,
sobre el mundo falaz de Lucifer.

Piedad, Señor, piedad para tus hijos,
con tu sangre preciosa redimidos.
Y en la mansión do están tus elegidos
te pedimos nos lleves a gozar.


jueves, 18 de junio de 2015

ORACIÓN DE SAN BERNARDO A LA DIVINA MADRE

    A Vos, Reina del mundo, elevamos nuestros ojos. Debiéndonos presentar delante de nuestro Juez después de haber cometido tantos pecados, ¿quién podrá aplacarle? Nadie mejor que Vos, oh santa Señora, Vos que tanto le amáis y estáis de Él tan tiernamente enamorada. Abrid, pues, oh Madre de misericordia, vuestro corazón a nuestros suspiros y a nuestros ruegos. Nosotros nos refugiamos bajo vuestra protección; aplacad la cólera de vuestro Hijo y reponednos en su gracia. Vos no aborrecéis al pecador, por criminal que sea; Vos no le despreciáis si suspira por Vos y arrepentido implora vuestra intercesión. Vos, con vuestra liberal mano, le libráis de la desesperación, le infundís esperanza, le consoláis y no le abandonáis hasta reconciliarle con su Juez.
    Vos sois la única mujer en la cual el Salvador encontró su esposa, y ha depositado a manos llenas sus tesoros. Por esto todo el mundo, oh santa Señora mía, honra vuestro casto seno como templo de Dios, en el que empezó la salvación del mundo, y se verificó la reconciliación entre Dios y los hombres. Vos sois, oh gran Madre de Dios, el huerto cerrado en el que no penetró jamás la mano del pecador para coger las flores. Vos sois el hermoso jardín en el que Dios ha colocado las flores que adornan a la Iglesia, y entre otras la violeta de la humildad, la azucena de vuestra pureza y la rosa de vuestra caridad. ¿Con quién podré compararos, oh Madre de gracia y hermosura? Vos sois el paraíso de Dios. De Vos ha salido el manantial de agua viva que fecunda toda la tierra. ¡Cuántos beneficios ha recibido el mundo de Vos, que merecisteis ser un acueducto tan saludable!
    De Vos se dice: ¿Quién es esta que se eleva como la aurora, hermosa como la luna y resplandeciente como el sol? Vinisteis al mundo, oh María, como brillante aurora, precediendo con la luz de vuestra santidad la aparición del Sol de justicia. El día en que salisteis al mundo puede muy bien llamarse día de salud, día de gracia. Sois hermosa cual la luna, pues así como no hay planeta más semejante al sol, así no hay criatura que más se asemeje a Dios que Vos. La luna ilumina la noche con la luz que recibe del sol, y Vos ilumináis nuestras tinieblas con el resplandor de vuestras virtudes; pero Vos sois aún más bella que la luna, porque en Vos no hay manchas ni sombras. Vos sois escogida como el sol, esto es, como el Sol que crió al sol. Él fue elegido entre todos los hombres, y Vos fuisteis elegida entre todas las mujeres. ¡Oh, dulce, oh excelsa, oh amabilísima María! Ningún corazón puede pronunciar vuestro nombre sin que Vos le inflaméis en vuestro amor; y los que os aman no pueden pensar en Vos sin sentirse excitados a amaros mucho más.
    ¡Oh, santa Señora!, fortaleced nuestra debilidad. Y ¿quién puede hablar a Nuestro Señor Jesucristo mejor que Vos, que gozáis con tanta intimidad de su dulcísima conversación? Hablad, hablad, Señora, pues vuestro Hijo os escucha y alcanzáis de Él cuanto le pedís.

HURACÁN CON RATAPLÁN (Cuento de Calleja)











miércoles, 17 de junio de 2015

INTROITO (De "Místicas" de Amado Nervo)


¡Oh, las rojas iniciales
que ornáis las salmos triunfales
en breviarios y misales! 
¡Oh, casullas que al reflejo 
de los cirios en cortejo
vais mostrando el oro viejo!
¡Oh, vitrales policromos
fileteados de plomos,
que brilláis bajo los domos! 
¡Oh, custodias rutilantes,
con topacios y diamantes!
¡Oh, copones rebosantes!
¡Oh, Dies irae tenebroso!
¡Oh, Miserere lloroso! 
¡Oh, Tedeum glorioso!
Me rondáis si estoy dormido,
me conturbáis si despierto, 
tenéis mi espíritu herido,
¡muy dolido... muy dolido...,
casi muerto... casi muerto...!

domingo, 14 de junio de 2015

ADIÓS, REINA DEL CIELO

Adiós, Reina del cielo,
Madre del Salvador,
adiós, oh Madre mía, 
adiós, adiós, adiós.
Adiós, Reina del cielo,
Madre del Salvador,
dulce prenda dorada
de mi sincero amor.
De tu divino rostro
la belleza al dejar,  
permíteme que vuelva 

tus plantas a besar.

A dejarte ¡oh María! 
no acierta el corazón;  
te lo entrego, Señora, 
dame tu bendición.

Adiós, Hija del Padre, 
Madre del Hijo, adiós, 
del Espíritu Santo, 
oh casta esposa, adiós.

Adiós, oh Madre virgen, 
más pura que la luz, 
jamás, jamás me olvides
delante de Jesús.

Adiós, del cielo encanto,
del universo honor, 
abraza el alma mía, 
en tu gloria y amor.


miércoles, 10 de junio de 2015

PINICHI (Cuento de Marcial Marín)

Un hombre con cara de gorila abrió en la tierra un hoyo en forma de rectángulo, y en él fue inhumado el cuerpo de la infortunada Chata, al pie del talud que bordeaba las tapias del cementerio y bajo el ramaje de un ciprés secular por el que traspasaba débilmente un rayo de sol. Fue una tarde de abril, tan apacible y risueña que allí, en aquel siniestro recinto de la muerte, lleno de rosales en plena eflorescencia, de grupos de geráneos que el sol coloreaba en mil matices, la primavera andaluza, violenta, brusca, abrasadora, parecía evocar la imagen de una mujer hermosa, de ojos de fuego, de cabellos negros, que ríe mostrando todos los dientes blancos de su boca, y que en el chasquido de sus labios rojos nos envía un beso por el ambiente caldeado...

                                                                           *****

    La Chata era toda una historia grabada en un espíritu épico y sublime. Sola, sin más parientes que una vieja abuela, que para nada cuidaba de ella, vivía en el arroyo sufriendo las mil y una peripecias que le ocasionaban la eterna razón de vivir en aquel ambiente de la golfería, en el aire viciado de la calle, teatro donde estas excrecencias sociales cantan, ríen y lloran.
    Como a toda mujer, le llegó el día de su primer amor, y aquella billetera que oía con indiferencia los requiebros de los señoritos -sempiternos mercachifles de lo bello- sintió en su espíritu algo como una renovación de la vida en el cariño que le inspiró Currinche, un sinvergüenza de tomo y lomo encastado en ratero, jugador de bolos, amigo de trampas y perfecto conocedor de tascas y burdeles.
    La Chata, desde el día en que Currinche y ella se entendieron, cuidó mucho del aliño de su persona acicalándose cuanto podía, poniéndose coquetonamente al cuello su pañuelo encarnado de seda -el solo tesoro de su ajuar- y lavando y relavando aquella bata azul de motitas blancas, la única que tuvo desde que fue mujer y la que miraba con profundo cariño como un tesoro de recuerdos nupciales.
    De aquellos amores, tiernos y apasionados en la Chata, bajos y ruines en Currinche, nació Pinichi, rechoncho y chatillo como la madre, rubio como el vino nuevo, y tan gordinflón que no parecía sino que se había chupado todo el jugo de la Chata.
    Ni qué decir tiene que aquel amor, que Currinche había satisfecho como un salvaje, se aplacó, y a la vuelta de algún tiempo las recriminaciones, los insultos y los desprecios llovieron sobre la Chata, y Currinche acabó por olvidarla. Ella, ante aquel desengaño, le dio su palabra, "palabra de hombre", de no mirarle más a la cara.
    Las cosas siguieron, como al principio, su curso tradicional: ella, vendiendo billetes de lotería por calles y cafés, con Pinichi en brazos, y él tratando de romper el círculo de su mediocre golfería con raterías y trampas en el juego.
    Una profunda tristeza se apoderó del ánimo de la Chata, y solo las caricias y los mimos de Pinichi la consolaban de aquel estado de tedio, de tedio inmenso.
    Pasaron cinco años, y Pinichi, siempre pegado a la falda de su madre, la ayudaba, como todo un hombre, a vender billetes de lotería y a hacer todo lo que se terciara para contribuir al indispensable puchero, que era su delicia. Sabía que su padre era el Currinche y le conocía porque en varias ocasiones su madre se lo había enseñado en una turba de golfos con los cuales andaba.

                                                                        *****

    Aquellas mejillas sonrosadas de la Chata empezaron a palidecer. Se volvió taciturna y por días se acentuaba en su semblante una gran demacración. Sintió algo extraño en su naturaleza, algo como una depresión nerviosa, anemia de espíritu, cansancio y un profundo hastío hacia la vida, que se revelaba en gestos de tristeza. Llegó un día en que, falta de fuerzas, extenuada por una consunción devoradora, tuvo que sentarse en el quicio de una puerta, casi sin voz ni aliento para pregonar.
    El pobre Pinichi, que la consolaba echándole sus brazos al cuello, colmándola de besos, mesando sus cabellos en desorden, pasando sus manitas tiznadas por su rostro caldeado por la fiebre, sufrió más que nunca en aquel terrible día en que vieron sus ojos temblar una lágrima por el semblante triste de su madre.
    La Chata fue al hospital fatalmente predestinada a morir allí. Pinichi iba a verla todos los días, y la veía gracias a la buena voluntad de Sor Micaela, que le había tomado afecto en su corazón de ángel.
    A decir verdad, Pinichi no escapaba del todo mal, pues ya unos, ya otros, todos en el hospital le daban de lo que comían, y a no ser por aquel airecillo sombrío y tristón que tenía se hubiera creído que estaba pasando una buena temporada.
    Una tarde, ya en las postrimerías de su lento agonizar, sentado Pinichi a los pies de la cama donde fatigosamente respiraba la Chata como si un corsé de acero le oprimiese el pecho, oía de su madre en un tono de voz dulce y apagado:
    - Mira, Juanito, si algún día tú tienes dinero quiero que me compres dulces, muchos dulces.
     - Sí, madre, muchos.
    - ¡Si la Virgen quisiera...! Si yo me pusiera buena, íbamos a comer dulces, ¿sabes, Juanito?
    Y después de una pausa siguió:
    - Es menester que tú se lo pidas a la Virgen.
    - Sí, madre, yo se lo pediré a la Virgen.
    Un quejido, un inmenso suspiro de la Chata interrumpió la conversación. Aquella tarde no hablaron más.

                                                                           *****

    Al dar la oración, Pinichi, como siempre, se despidió de su madre con un beso que fue más ardiente, más apasionado que nunca, y salió del hospital llevado de la mano por Sor Micaela, con el corazón oprimido, la frente baja y el ánimo decaído hasta más no poder.
    Vagó algún tiempo preocupado, ensimismado y como dominado por una idea. ¡Pinichi también tenía ideas!
    Su madre le había dicho "¡Si la Virgen quisiera!" ¿Y por qué no había de querer pidiéndoselo él? Se acordó de aquella Virgen de la Macarena, la que su madre le llevó a ver algunas veces, y a la Macarena se encaminó resueltamente, casi lleno de gozo y sintiendo los latidos de su corazón como las sacudidas de un letargo. Entró en el templo, lleno de fieles, y con un pasillo ligero, como si esperase recibir una caricia, se dirigió al altar donde radiante de luz y de belleza, en un nimbo de gloria que manaba efluvios de las flores esparcidas a sus pies, estaba la Virgen de la Esperanza. Pinichi se arrodilló y con sus ojos le pidió a la Virgen lo que su madre quería. Se halló tan abstraído, tan ensimismado, que su oración parecía un éxtasis.
    El templo quedó desierto, y un acólito, dándole un pescozón en la cabeza, le advirtió de que era la hora de marcharse.
    Salió a la calle todavía abstraído, y al cabo de vagar un buen rato, el cansancio y las emociones del día rindieron su cuerpo, deseoso de descansar. Allí, en el portal de una casa de calle solitaria, se acurrucó, y suave y diligente, el sueño adormeció su alma, que soñó. La luz de un farol vecino le daba de lleno en la cara, y en aquella actitud de plácido reposo parecía una evocación de Miguel Ángel.
    El silencio de la calle fue interrumpido por los pasos de dos trasnochadores, que alegres y hablando en voz alta habían salido de una taberna próxima. Al ver a Pinichi allí acurrucado, un mismo sentimiento de ternura se apoderó de los dos transeúntes y su alegría se trocó en un silencio contemplativo con los ojos fijos puestos en Pinichi.
    - ¿No te parece -dijo uno al otro- que es un chiquillo precioso?
    - Sí, y que duerme muy bien -repuso su acompañante, que llevaba en una mano un envoltorio.
    - Dame, dame esos dulces. Verás la sorpresa que se va a llevar cuando despierte.
    Y tomando de manos de su amigo el envoltorio, que era un papel con dulces, lo colocó con mucho sigilo, poniendo encima de él unas cuantas monedas, sobre las piernas de Pinichi. Se alejaron hablando en voz baja, comentando la sorpresa que esperaba al golfillo al despertar.

                                                                           *****

    La aurora, con sus tintes rojos que parecían franjas de oro, asomaba a los leves esperezos del alba.
    Una inundación de luz hizo parpadear los ojos de Pinichi, que, como el que sale de un largo sopor, se incorporó. Se restregó los ojos y sintió deslizarse de sus piernas un objeto que cayó en el suelo. Con gran sorpresa miró aquel bulto y se apresuró a coger las perrillas desperdigadas por el suelo. Le parecía que soñaba. Al abrir el envoltorio de los dulces y verlos, una explosión de alegría estalló en su alma, que con intensa emoción saludaba riendo a la Virgen de la Esperanza. 
    Con sus dulces bajo un brazo, y más alegre que unas pascuas, subió Pinichi aquella mañana de un brinco la escalinata del hospital, deseoso de dar a su madre el beso de todos los días y comer con ella aquellos dulces obsequio de la Virgen.
    Sor Micaela, que andaba al acecho, detuvo a Pinichi al entrar en la sala donde estaba la Chata. Pinichi, al verla, dijo:
    - ¡Mire usted lo que traigo a mi madre, dulces, dulces!...
    Sor Micaela le dio un beso, y cogiéndole por un brazo, le dijo en voz baja y misteriosa:
    - Mamá está durmiendo y no se le puede despertar ahora. Vamos a dejarle los dulces en la cama para cuando despierte. Ven, ven despacito...
    Y sin hacer ruido, silenciosos, se acercaron a la cama donde reposaba la Chata, con la cara tapada por un velo negro, dejando al descubierto sus manos inertes y demacradas.


    Pinichi, con ojos curiosos, inclinaba su cabecita para ver por debajo del velo la cara de su madre, y con gran cuidado, con una sonrisita de satisfacción, dejó sobre la almohada el papel con los dulces, que le olían a gloria.
    Sor Micaela, emocionada por aquella escena, cogió a Pinichi en sus brazos y acariciándole le decía:
    - Ven, ven conmigo. Le he ofrecido a tu madre que tú no serás un golfo, sino un hombre, un hombre como ella quería que fueses... Vas a ver muchos niños... Allí vas a jugar, a correr...
    Aquella noche, por primera vez en su vida durmió Pinichi bajo techado sobre un jergón de paja cubierto con blancas sábanas, en una sala del hospicio.

                                                                       *****

    El mejor ebanista de Sevilla era, sin duda, Pinichi, y que lloviera o venteara no dejaba ningún día de fiesta de ir a visitar en el hospital a la buena madre Sor Micaela, que era ya la superiora, con la que echaba sus mejores ratos de solaz y esparcimiento.
    Una tarde, terminada su visita, anduvo Pinichi por varias calles al azar y sin nada que le preocupase el ánimo ni el entendimiento. Allá, en lo más ancho de una plazuela, vio un grupo numeroso de hombres y chiquillos arremolinados con alegre jolgorio a la puerta de una taberna. La curiosidad, ese atractivo de lo desconocido, le llevó al grupo, y pudo apreciar que todo aquel jolgorio lo producía un viejo andrajoso y ciego que sentado en un mugriento catrecillo de lona arrancaba de las cuerdas de su guitarra notas tristes acompañadas de coplas tiernas y sentidas.
    Un gran silencio se produjo entre la turba de curiosos esperando el momento de que el viejo se arrancara; y este con el semblante compungido, abriendo desmesuradamente sus ojos, vacíos de luz, cantó con voz ronca una seguidilla gitana. Los bravos y olés atronaron el aire y una lluvia de perras cayó sobre el platillo que el ciego tenía a sus pies.
    - Cántanos otra -decía uno.
    - ¡Viejo, que nos estrozas! -decía otro.
    Un torerillo que estaba a su lado vociferó:
    - Canta la mía, Currinche.
    ¡Currinche! Este nombre fue un pensamiento de hiel en el cerebro de Pinichi. Se quedó como anonadado bajo la impresión de un cruel y triste presentimiento. Buscó con la vista al ciego y le observó fijamente abstraído de cuanto le rodeaba, absorto en profundas meditaciones. Allá en lo íntimo de su ser la parecía oír estas palabras: "¡Padre! ¡Mi padre!".
    Al verlo de aquel modo, ciego, andrajoso, hecho un mendigo, le pareció que la Providencia lo mostraba a sus ojos como una revelación de la justicia inmanente.
    De pronto, se abrió paso entre el grupo y levantando al viejo de su asiento, asiéndole por un brazo, le dijo:
    - Venga usted conmigo, viejo, que le voy a llevar a usted a una juerga. Se va usted a ganar dos duros.
    - ¿Dos duros? -repitió el ciego con sorpresa.
    Protestaron algunos del grupo de la intempestiva intervención de Pinichi, y tal vez no hubiese este realizado sus deseos si la oportuna aparición de un coche no le hubiese dado ocasión de escapar de allí en compañía del ciego cantador.

                                                                    *****

    - ¿Tú?... ¿Tú eres mi hijo?... Ven, ven que yo te bese ya que mis ojos no te pueden ver -decía el ciego arrodillado, con los brazos en cruz, delante de la figura sombría, tétrica, amenazadora y severa de Pinichi, que parecía poseído del genio de un dios vengador.
    - Sí, el hijo de usted, el hijo de un mal hombre y de una mujer que si viviese lo perdonaría a usted... Pero, yo no.
    - Sí, perdóname, hijo, perdóname como tu madre me perdona desde el cielo.
    Pinichi, evocando todos los recuerdos de su infancia, lloraba. Se abrazaron los dos y un noble impulso de la Naturaleza hizo sentir a aquellos dos corazones tan distintos, en el perdón y en el arrepentimiento, efluvios de un mismo amor que parecía descender desde los cielos, como el rocío de la noche, para aplacar sus ansias de llorar, para endulzar el mundo de recuerdos que les traía la lejana visión de la Chata.

 Cuento de Marcial Marín publicado en el número 151 de la revista POR ESOS MUNDOS (Agosto de 1907). Ilustración de Esteban Menéndez.

ORACIÓN DE SAN GERMÁN DE CONSTANTINOPLA

¡Oh mi única Señora, que sois el único consuelo que recibo de Dios! Vos que sois el único y celestial rocío que refrigera mis penas; Vos que sois la luz de mi alma cuando se halla rodeada de tinieblas; Vos que sois mi guía en mi viaje, mi fortaleza en mis debilidades, mi tesoro en mi pobreza, el remedio para mis llagas, mi consuelo en mis lágrimas; Vos que sois mi refugio en mis miserias y la esperanza de mi salud, oíd mis ruegos y compadeceos de mí, como corresponde a la Madre de un Dios que tanto ama a los hombres. Concededme cuanto os pido, Vos que sois nuestra defensa y alegría. Hacedme digno de gozar con Vos de aquella gran felicidad que gozáis en la bienaventuranza. Sí, Reina mía, mi refugio, mi vida, mi socorro, mi defensa, mi alegría, mi fortaleza y mi esperanza; haced que yo vaya con Vos por el camino del cielo. Yo sé que siendo Vos Madre de Dios, podéis muy bien alcanzarme una gracia eficaz, que me haga cooperar para conseguir mi final justificación. ¡Oh María! Vos sois poderosísima intercesora para salvar a los pecadores y no necesitáis otra recomendación, porque sois la Madre de la verdadera vida.

sábado, 6 de junio de 2015

ORACIÓN PARA EL CORPUS CHRISTI

Señor: Tú eres el pan que se hace vida.

Tú eres el pan que quieres que nosotros comamos.

Eres el pan que nunca se endurece, porque se hace vida.

Haz de nosotros ese nuevo pan de tu eucaristía.

Haznos pan para que coman los niños.

Haznos pan para que coman los hombres y mujeres.

Haznos pan blando para que coman los ancianos.

Danos la capacidad de poder compartirnos, aunque nos coman.

Danos la capacidad de hacernos el “pan de cada día” para los demás.

Que compartamos nuestro pan con todos los que no tienen pan.

Que compartamos nuestra alegría con los que están tristes.

Que compartamos nuestro tiempo con los que están solos.

Que compartamos nuestra esperanza con los que la han perdido.


jueves, 4 de junio de 2015

HIMNO JMJ 2016

Levanto mis ojos a los montes,
¿quién me ayudará?
La ayuda me viene del Señor,
por su gran compasión.

Aun cuando estamos en el error
nos abrasa con su amor.
Con su sangre nuestro dolor
al fin se sanará.

Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. 

Si no perdonamos, ¿quién ganará?,
¿quién puede sostenerse en pie?
Si Él nos perdona, nosotros también.
¡Hagamos como nuestro Dios!

Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. 

En la cruz Él nos redimió,
de la tumba resucitó.
¡Jesucristo es el Señor!
¡Al mundo hay que anunciar!

Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. 


Hay que soltar el miedo y ser fiel,
con la mirada en su amor,
confiar porque Él resucitó.
¡Vive el Señor!

Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. 



YO TE PIDO... (José Maury)

El avecilla pide mugidora
con dulce pío, enternecida y grave,
un eco dulce, primoroso y suave
al pico de su amante seductora.

La casta mariposa ávida implora
el néctar de la flor que libar sabe,
y así también la rosa, como el ave,
clama por su perfume, embriagadora.

De aves y flores son tales antojos
en esta vida que el placer provoca;
y yo tan solo pido en ansia loca

para calmar ¡oh niña! mis enojos,
una sonrisa de tu linda boca
y una mirada de tus lindos ojos.

LA CANCIÓN DE LA SOLEDAD (Miguel E. Oliva)

                                                                    I

Era un brillante búcaro de hermosas paredes color de cielo. En su seno crecían esplendorosas las flores de la ilusión. Junto a un dorado crisantemo una feliz pareja de pintadas libélulas formó risueña su nido de amores...
                                                            
                                                                    II

Violento azotaba el huracán de la desventura. A sus bruscas sacudidas, el brillante búcaro temblaba y las flores doblaban, gimiendo, sus delicados tallos. La risueña pareja de libélulas se escondía, aterrorizada, bajo los dorados pétalos del crisantemo...
                                                            
                                                                    III

Venció al cabo el vendaval furioso de la desdicha. Las azuladas paredes del búcaro se destrozaron contra las escarpadas rocas del infortunio. Como sopladas por mágico aliento las flores de la ilusión se esfumaron. Una de las libélulas no pudo hacer frente a la tormenta, y su alma delicada, abandonando el débil cuerpecito, se remontó a lo ignoto. Su compañera, más fuerte, anda aún por el mundo cantando a las flores la triste canción de su soledad...

LA SONRISA DE LA PRINCESA DIAMANTINA (Rubén Darío)

Cerca de su padre, el viejo Emperador de la barba de nieve, está Diamantina, la princesa menor, el día de la fiesta triunfal. Está junto con sus dos hermanas. La una, viste de rosado, como una rosa primaveral. La otra, de brocado azul, y por su espalda se amontona un crespo resplandor de oro. Diamantina viste toda de blanco. Y es ella así, blanca como un maravilloso alabastro ornado de plata y nieve. Tan solo en su rostro de virgen, como un pájaro de carmín que tuviese las alas tendi­das, su boca en flor, llena de miel ideal, está aguardando la divina abeja del País Azul.

Delante de la regia familia, que resplandece en el trono como una constelación de poder y de grandeza -en el trono purpurado sobre el cual tiende sus alas un águila y abre sus fauces un león-, desfilan los altos dignatarios y guerreros, los hombres nobles de la corte, que al pasar hacen la reverencia. Poco a poco, uno por uno, pausadamente pasan. Frente al monarca se detienen, en tanto que un alto ujier galoneado dice los méritos y las glorias en sonora y vibrante voz. El Emperador y sus hijas escuchan impasibles. Y de cuando en cuando turba el solemne silencio roce de hierros, crujido de armaduras.

Dice el ujier:
—"Este es el príncipe Rogerio, que fue grande en Trebizonda y en Bizancio. Su aspecto es el de un efebo, pues apenas ha sa­lido de la adolescencia; mas su valor es semejante al del griego Aquiles. Sus armas ostentan un roble y una paloma: porque teniendo la fuerza, adora la gracia y el amor. Un día, en tierras de Oriente...".
El anciano imperial acaricia su barba argentina con su mano enguantada de acero, y mira a Rogerio, que, delicado y gentil como un San Jorge, se inclina, la diestra en el puño de la espada, con exquisita arrogancia cortesana.

Dice el ujier:
—"Este es Aleón, el Marqués. Constantinopla lo ha admirado vence­dor, rigiendo con riendas de seda en un caballo negro. Es Aleón el mago, un Epífanes, un protegido de los portentosos y desconoci­dos genios. Dícese que conoce hierbas que le hacen invisible, y que posee una bocina, labrada en diente de hidra, cuyo ruido pone espanto en el alma y eriza los cabellos de los más bravos. Tiene los ojos negros y la palabra sonora. En las luchas pronun­cia el nombre de nuestro Emperador, y nunca ha sido vencido ni herido. En su castillo ondea siempre una bandera negra".
Aleón, semejante a los leones de los ardientes desiertos, pasa. La princesa mayor, vestida de rosado, clava en él una rápida y ardiente mirada.

Dice el ujier:
—"Este es Pentauro, vigoroso como el invencible Heracles. Con sus manos de bronce, en el furor de las batallas, ha abollado el escudo de famosos guerreros. Usa larga la cabellera que hace temblar heroica y rudamente como una fiera melena. Ninguno como él corre al encuentro de los enemigos y bajo la tempestad. Su brazo descoyunta, y parece estar nutrido por las mamas henchidas de una diosa yámbica y marcial. Huele a bestia mon­taraz y come carne cruda".
La princesa del traje azul no deja de contemplar al caballero tremendo que con paso brusco atraviesa el recinto. Sobre un casco enorme se alza un grueso penacho de crin.

Del grupo de los que desfilan se desprende un joven rubio, cuya barba nazarena parece formada de un luminoso toisón. Su armadura es de plata. Sobre su cabeza encorva el cuello y tiende ­las alas olímpicas un cisne de plata.

Dice el ujier:
—"Este es Heliodoro, el Poeta".

Ve el concurso temblar un instante a la princesa menor, a la princesa Diamantina. Una alba se enciende: el blanco rostro de la niña vestida de brocado blanco, blanca como un maravi­lloso alabastro. Y el diminuto pájaro de carmín que tiene las alas tendidas, al llegar una abeja del País Azul a la boca en flor llena de miel ideal, enarca las alas, encendidas por una sonrisa, dejando ver un suave resplandor de perlas...

LO QUE DICE EL CATECISMO SOBRE ADIVINACIÓN Y MAGIA

Párrafo 2115: Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. Sin embargo, la imprevisión puede constituir una falta de responsabilidad.

Párrafo 2116: Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
 
Párrafo 2117: Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo —aunque sea para procurar la salud—, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo.

miércoles, 3 de junio de 2015

HIMNO DE SAN BERNARDO A LA SANTÍSIMA VIRGEN

Salve del mar estrella,
de Dios Madre Sagrada,
y siempre virgen pura,
puerta del cielo santa.
Pues de Gabriel oíste
el Ave, oh Virgen sacra,
en él, mudando el de Eva,
da paz a nuestras almas.
A los ciegos de vista,
las prisiones desata,
destierra nuestros males,
y bienes nos alcanza.
Muéstrate Madre nuestra,
y lleguen tus plegarias
al que, por redimirnos,
nació de tus entrañas.
Virgen, que igual no tienes,
la más dulce entre tantas,
libra el alma de culpas,
hacedla pura y mansa.
Renueva nuestra vida,
el camino prepara,
y así a Jesús veamos
alegres en la patria.
Rindamos a Dios padre
y a Cristo su alabanza,
y al Espíritu Santo;
una a los tres sea dada.
Así sea.