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¡Oh Madre de Dios!, ya sé que sois toda benigna, y que nos amáis con un amor sumamente compasivo. ¿Cuántas veces aplacáis la ira de nuestro Juez, haciendo que suspenda los castigos que merecemos? Todos los tesoros de la misericordia de Dios están en vuestras manos. ¡Ay, Señora mía! Vos que no perdéis ocasión de salvar a los miserables, que arrepentidos recurren a Vos, y de hacerlos participantes de vuestra gloria, nunca dejéis de favorecernos en el cielo, pues la mayor gloria que podemos tener, después de la vista y posesión de Dios, es la de veros y amaros, y de estarnos debajo de vuestra dulce protección. Oid, Señora, ahora nuestras súplicas, ya que vuestro Hijo quiere honraros, no negándoos cosa alguna de cuantas le pidierais.
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