Germánico vivió en el siglo II, fue discípulo de san Policarpo, el obispo de Esmirna, en la provincia romana de Asia (hoy Turquía), quien a su vez lo fue del apóstol san Juan.
El joven alentó el valor de otros con su constancia, fue conducido a un coliseo donde fue enfrentado con unos leones. Germánico permaneció de pie en la arena, cara a cara con las bestias y las enfrentó de forma admirable. El procónsul romano, al ver su valor, le rogó que, en vista de su juventud, negase su fe para obtener el perdón. Pero el joven no renegó, expresó su deseo de verse libre de la compañía de hombres tan descarriados, Y él mismo provocó valientemente a las fieras para que le atacaran, y voluntariamente abrazó el martirio.
Al ver la multitud el maravilloso valor del joven cristiano, amado del Señor y, temerosos de Dios, empezaron a gritar: ¡Mueran los enemigos de los dioses! ¡Traed a Policarpo!
Hay que notar que Germánico provocó a las fieras para librarse cuanto antes de la despreciable compañía de los paganos y judíos.
Al ser molido por los dientes de las fieras, Germánico mereció unirse con el verdadero Pan, Jesucristo, muriendo por su causa.
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