martes, 24 de junio de 2025

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


Buenos días. Feliz día de san Juan. Escuchamos un relato milagroso como el del nacimiento de Cristo. Juan crece en sabiduría y en espíritu del Señor y está apartado en el desierto hasta que prepare el camino de la salvación. Los paisanos de Isabel y Zacarías se quedan admirados por los acontecimientos y porque sienten que la mano del Señor está con él. Todos los cristianos estamos llamados a ser profetas que anuncien la salvación; Juan no sólo va a proclamar al Salvador sino que lo va a bautizar, el gesto que significa que Cristo se somete a la voluntad de Dios poniéndose en la fila de los pecadores, contando como uno más, para asumir los pecados y salvarnos. Será la palabra que anuncia en medio del desierto la esperanza, la salvación, la vida. Demos hoy gracias a Dios porque nos ha escogido como profetas suyos para transmitir al mundo las maravillas del Señor. Seamos buenos y confiemos en Dios, que nos preparó desde el vientre materno y conoce nuestro ser y nuestros pensamientos.  Y no le pongamos excusas.



1ª Lectura (Is 49, 1-6): Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso». Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel —tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza—: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».


Salmo responsorial: 138

R/. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.

Señor, Tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares.

Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma.

No desconocías mis huesos, cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra.


2ª Lectura (Hch 13, 22-26): En aquellos días, dijo Pablo: «Dios nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza: ‘Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos’. Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: ‘Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias’. Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación».


Versículo antes del Evangelio (Lc 1, 76): Aleluya. Tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo; irás delante del Señor para preparar sus caminos. Aleluya.




Texto del Evangelio (Lc 1, 57-66.80): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados.
Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.











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