Buenos días. Hoy jueves rezamos por las vocaciones sacerdotales, y la Iglesia nos recuerda que Dios nos prepara en la vida para poder responder a su voluntad. José tuvo que vivir la esclavitud para ser el enviado de Dios que diera de comer a su pueblo. Jesús ha enviado a los apóstoles proclamando el reino de Dios, con palabras pero sobre todo con hechos. Dios nos prepara también a nosotros con todo lo que vivimos, tanto bueno como malo, para que seamos transmisores de su voluntad, para que seamos humildes y dóciles y dejar que Dios escriba su historia de salvación a través de nuestra vida. Seamos buenos y confiemos en Dios, que hace maravillas en nuestras vidas.
1ª Lectura (Gén 44, 18-21.3-29; 45,1-5): En aquellos días, se acercó Judá a José y le dijo: «Con tu permiso, señor, tu siervo va a pronunciar algunas palabras a tu oído; no te enojes con tu siervo, pues tú eres como un segundo faraón. Tú, señor, nos preguntaste: ‘¿Tienen padre o algún hermano?’ Nosotros te respondimos: ‘Sí, tenemos un padre anciano, con un hijo pequeño, que le nació en su vejez. Como es el único que le queda de su madre, pues el otro hermano ya murió, su padre lo ama tiernamente’. Entonces tú dijiste a tus siervos: ‘Traédmelo para que yo lo vea con mis propios ojos, pues si no viene vuestro hermano menor con vosotros, no os volveré a recibir’.
»Cuando regresamos a donde está nuestro padre, tu siervo, le referimos lo que nos habías dicho. Nuestro padre nos dijo: ‘Volved a Egipto y comprad víveres’. Nosotros le dijimos: ‘No podemos volver, a menos que nuestro hermano menor vaya con nosotros. Sólo así volveríamos, porque no podemos presentarnos ante el ministro del faraón, si no va con nosotros nuestro hermano menor’. Nuestro padre, tu siervo, nos dijo entonces: ‘Ya sabéis que mi mujer me dio dos hijos: uno desapareció y vosotros me dijisteis que una fiera se lo había comido y ya no lo he vuelto a ver. Ahora os lleváis también a este; si le ocurre una desgracia, me vais a matar de dolor’».
Entonces José ya no pudo aguantarse más y ordenó a todos los que lo acompañaban que salieran de ahí. Nadie se quedó con él cuando se dio a conocer a sus hermanos. José se puso a llorar a gritos; lo oyeron los egipcios y llegó la noticia hasta la casa del faraón.
Después les dijo a sus hermanos: «Yo soy José. ¿Vive todavía mi padre?». Sus hermanos no podían contestarle, porque el miedo se había apoderado de ellos. José les dijo: «Acercaos». Se acercaron y él continuó: «Yo soy vuestro hermano José, a quien vosotros vendisteis a los egipcios. Pero no os asustéis ni os aflijáis por haberme vendido, pues Dios me mandó a Egipto antes que a vosotros para salvaros la vida».
Salmo responsorial: 104
R/. Recordemos los prodigios del Señor.
Cuando el Señor mandó el hambre sobre el país y acabó con todas las cosechas, y había enviado por delante a un hombre: a José, vendido como esclavo.
Le trabaron los pies con grilletes, y rodearon su cuerpo con cadenas, hasta que se cumplió su predicción, y Dios lo acreditó con su palabra.
El rey mandó que lo soltaran, el jefe de esos pueblos lo libró, lo nombró administrador de su casa, y señor de todas sus posesiones.
Versículo antes del Evangelio (Mc 1, 15): Aleluya. El Reino de Dios está cerca, dice el Señor; arrepentíos y creed en el Evangelio. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 10, 7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad».
Señor, escucho tu llamada de nuevo. Una y otra vez me llamas, aunque me haga el sordo en demasiadas ocasiones.
Me llamas y me envías. Nos envías, de dos en dos. No quieres que vaya solo. Mi fe se apoya en Ti y en mi compañero de misión. Mi compañero se apoya en Ti y en mí.
No quieres que lleve muchas cosas. Un bastón y nada más. Ni pan, ni alforja, ni dinero... Para cumplir tu misión no necesito casi nada.
Para transmitir tu amor sólo es preciso que me deje amar por Ti y que ame, sirva y me entregue como Tú.
Para transmitir tu perdón sólo es necesario que me deje perdonar por Ti y que perdone como Tú me perdonas.
Para transmitir tu Palabra sólo es menester que abra mis oídos para escucharte para que mis palabras y mi vida hablen de Ti.
Para transmitir tu alegría sólo es preciso que mi corazón se acerque al tuyo, para que ni la peor noticia arrugue mi sonrisa.
Para transmitir tu consuelo sólo es necesario que ponga en tus manos mis agobios y contagie mi esperanza a los que sufren.
Me has llamado, Jesús. Tú sabes lo que haces. Aquí estoy. Envíame.
No hay comentarios:
Publicar un comentario