Buenos días. Hoy martes las lecturas nos descubren la grandeza del Evangelio, que no son palabras humanas, sino divinas. Y Pablo da gracias a Dios porque los tesalonicenses han acogido el evangelio con cariño, por eso él como apóstol les ha dado no solo el evangelio sino a sí mismo. Qué importante es abrir el corazón y acoger el evangelio, porque esto significa aceptar a Dios y seguir su camino de amor. Por eso en el evangelio de hoy Cristo sigue diciendo a los fariseos hipócritas, porque conocen las escrituras y no las viven. Vivamos hoy con fe, amor y esperanza el Evangelio y convirtámonos en auténticos apóstoles que con nuestro amor y misericordia nos demos a nosotros mismos. Seamos buenos y confiemos en Dios, que conoce todos nuestros pensamientos y acciones.
1ª Lectura (1Tes 2, 1-8): Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil. A pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos valor —apoyados en nuestro Dios— para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que aprueba nuestras intenciones.
Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor.
Salmo responsorial: 138
R/. Señor, tú me sondeas y me conoces.
Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma. Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco.
Versículo antes del Evangelio (Heb 4, 12): Aleluya. La palabra de Dios es viva y eficaz y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 23, 23-26): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña y codicia! ¡Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura!».
El Evangelio de hoy es una llamada a vivir el DERECHO (la JUSTICIA), la COMPASIÓN, la SINCERIDAD y la INTERIORIDAD.
Señor, quiero cambiar mi vida. Quiero fuerza interior para cambiar el mundo.
Ayúdame, Señor, a buscar mi rostro, a descubrirme por dentro con sinceridad, a aceptarme como en realidad soy.
Ayúdame a aguantar mis miedos, mis inseguridades, a superar mis fracasos y salir de mis desilusiones.
Ayúdame a valorar mis capacidades y mis valores, a tener fe en la fuerza que has puesto en mi corazón.
Ayúdame a saber comenzar cada día, apoyado en Ti y en mis hermanos.
A pesar de mi debilidad y mis contradicciones, quiero empeñarme, comprometerme en el mundo de los que sufren; dejar de decir sólo palabras y mojarme en hechos.
Quiero vivir en mi carne el dolor de las personas rotas; sobrevivir con los que sobreviven apenas; saber lo que es vivir con poco o con nada.
Aquí estoy, Señor Jesús, con las manos abiertas a la ayuda; con el corazón cercano al que sufre; queriendo ser no violento.
Aquí estoy, Señor, para aprender que sólo el amor cambia la vida; para denunciar sin odios las injusticias; para llevar esperanza a las personas pisoteadas.
Señor Jesús, sé que tu vida se complicó demasiado, por seguir este camino de verdad, compasión y justicia; que te acorralaron y te condenaron; que te clavaron en un madero como un maldito; que te mataron para que las cosas siguiesen igual.
Pero yo sé que Tú diste la vida con amor; que tu vida, tu estilo de vida, no podía quedar en el sepulcro; que tu Padre, Señor de la Historia, te levantó, te puso en pie.
Yo sé que resucitaste. Y contigo resucitó tu obra. Lo sé. Y creo en Ti, Señor Resucitado, y, con tu ayuda, seguiré tus pasos.
Así te lo pido. Así sea.
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