sábado, 9 de agosto de 2025

VIDA Y MARTIRIO DEL BEATO FLORENTINO ASENSIO


Nació en Villasexmir (Valladolid), el 16 de octubre de 1877. Era hijo de Jacinto, vendedor ambulante, y de Gabina, que atendía una pequeña tienda de pueblo. Una familia numerosa y modesta, de nueve hijos. Estudió la carrera eclesiástica en el Seminario de Valladolid. Ordenado sacerdote el 1 de junio de 1901, fue destinado de párroco a Villaverde de Medina (Valladolid). A los dos años, en 1903, pasó a la capital, Valladolid, como capellán de las Hermanitas de los Pobres. En 1905 pasó como capellán a las Siervas de Jesús, a la vez que se doctoró en Teología. Por algún tiempo ejerció de profesor de Metafísica en el Seminario y de Teología en la Universidad de Valladolid, hasta que en 1910 tomó posesión de una canonjía de la Catedral, en la cual desempeñó activamente su apostolado ocupándose de la parroquia, de la que se hizo cargo en 1925, y predicando durante 10 años todos los domingos en las dos misas principales.

Además, su celo pastoral, ejercido en la confesión y en la predicación, se extendía por toda la ciudad. Fue consiliario del Sindicato Femenino desde 1923 a 1935 y confesor del Seminario también largos años. Asumido por él con gran confusión, y aceptada por obediencia a la voluntad del Papa, fue consagrado obispo el 26 de enero de 1936, tomando posesión de la sede de Barbastro, entonces administración apostólica, el 8 de marzo.

Al comienzo de la Guerra Civil Española, en julio de 1936, al enterarse el Obispo de que muchos sacerdotes estaban siendo detenidos por las milicias comunistas, elevó una protesta al Ayuntamiento, de la que obtuvo como respuesta el confinamiento en su residencia el día 20. El 22 fue formalmente detenido y llevado al colegio de los PP. Escolapios, habilitado para prisión del clero y religiosos. Desde las ventanas del que había sido salón de actos del colegio, que daban a la plaza del Ayuntamiento, pudo ver y oír todo género de tumultos callejeros y cómo los sacerdotes y los religiosos eran conducidos a la cárcel o a la muerte. El 25, fiesta de Santiago Apóstol, pudo celebrar Misa en el oratorio del colegio pero luego, enterados los vigilantes, les prohibieron todo acto de culto. 

Al atardecer del 8 de agosto, fue trasladado a una celda solitaria de la cárcel del ayuntamiento, en la misma plaza. En los interrogatorios a que fue sometido, le ocasionaron toda suerte de vejaciones, hasta el punto de cortarle los genitales delante de numerosos testigos, que entre zarandeos y empujones le decían “no tengas miedo. Si es verdad eso que predicáis, irás pronto al cielo”, a lo que el beato Florentino les contestó “sí, y allí rezaré por vosotros”. Al Obispo le bajaron la ropa, entre carcajadas, para ver si realmente era hombre como los demás. El Obispo bajó los ojos y no hizo ningún movimiento, ni pronunció una sola palabra. Entre frases groseras e insultantes, un tal Héctor Martínez, oculista, de mala entraña, y Alfonso Gaya, se acercaron a sus genitales y, con una salvaje burla, le enseñaron una navaja de carnicero, y uno de los dos, muy probablemente Alfonso Gaya, le cortó en vivo los testículos. Saltó un chorro de sangre que enrojeció sus piernas y empapó las baldosas descoloridas del pavimento, hasta encharcarlas. En el suelo había un ejemplar de "Solidaridad Obrera", donde Alfonso Gaya recogió los despojos. El Obispo palideció pero no se inmutó. Ahogó un grito de dolor y musitó una oración al Señor de las cinco tremendas llagas. Le cosieron la herida, el escroto, con hilo de esparto, como a un pobre caballo destripado. Le apretaron una toalla para frenar la hemorragia.

En la madrugada del día 9, junto con otros doce detenidos, le llevaron al cementerio en un camión. Durante el trayecto, dicen que el obispo de Barbastro no dejaba de repetir: “¡Qué hermosa noche para mí!”. Los del pelotón del fusilamiento, extrañados, le preguntaron si sabía dónde iban, a lo que respondió: “Me lleváis a la casa de mi Dios y Señor, me lleváis al cielo”. Al llegar al cementerio, después de diferentes burlas y blasfemias, y de un fuerte culatazo en su lado izquierdo que le hunde varias costillas, el obispo dijo: “Por más que me hagáis, yo os he de perdonar”. Poco más tarde, hacia las dos de la madrugada, se arrodilló y lo asesinaron. Una vez abatido, le dieron tres tiros de gracia. Le quitaron los zapatos y los pantalones, que aprovecharon varios de sus asesinos. También le arrancaron los dos dientes de oro que llevaba. Murió rezando y perdonando a sus ejecutores, a los 58 años de edad. Su cadáver fue arrojado a una fosa común. 

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