Buenos días. Miércoles semana XIV del Tiempo Ordinario. La Iglesia nos propone meditar la dolorosa escena en la que José, que ha sido vendido como esclavo por sus propios hermanos, ahora Dios le ha dado la autoridad para poder hacer las cosas de una nueva forma y no tomar venganza de ellos. Dios ha escogido a José, al igual que en el evangelio escogió a los doce apóstoles para que lleven al resto del pueblo de Israel el mensaje del Reino de Dios. ¿Descubriremos nosotros cuál es la llamada que nos hace? También en nuestras vidas Dios nos prepara de muchas maneras para que hagamos las cosas según su voluntad y no según el mundo y así poder transmitir el mensaje de que el Reino de Dios ha llegado. Seamos buenos y confiemos en Dios, cuyos proyectos de amor sobreviven de generación en generación.
1ª Lectura (Gén 41, 55-57; 42, 5-7.17-24a): En aquellos días, llegó el hambre a todo Egipto, y el pueblo reclamaba pan al Faraón; el Faraón decía a los egipcios: «Dirigíos a José y haced lo que él os diga». Cuando el hambre cubrió toda la tierra, José abrió los graneros y repartió raciones a los egipcios, mientras arreciaba el hambre en Egipto. Y de todos los países venían a Egipto a comprarle a José, porque el hambre arreciaba en toda la tierra.
Los hijos de Jacob fueron entre otros a comprar grano, pues había hambre en Canaán. José mandaba en el país y distribuía las raciones a todo el mundo. Vinieron, pues, los hermanos de José y se postraron ante él, rostro en tierra. Al ver a sus hermanos, José los reconoció, pero él no se dio a conocer, sino que les habló duramente: «¿De dónde venís?». Contestaron: «De tierra de Canaán, a comprar provisiones». Y los hizo detener durante tres días.
Al tercer día, les dijo: «Yo temo a Dios, por eso haréis lo siguiente, y salvaréis la vida: si sois gente honrada, uno de vosotros quedará aquí encarcelado, y los demás irán a llevar víveres a vuestras familias hambrientas; después me traeréis a vuestro hermano menor; así probaréis que habéis dicho la verdad y no moriréis». Ellos aceptaron, y se decían: «Estamos pagando el delito contra nuestro hermano, cuando le veíamos suplicarnos angustiado y no le hicimos caso; por eso nos sucede esta desgracia». Intervino Rubén: «¿No os lo decía yo: ‘No pequéis contra el muchacho’, y no me hicisteis caso? Ahora nos piden cuentas de su sangre». Ellos no sabían que José les entendía, pues había usado intérprete. Él se retiró y lloró; después volvió a ellos.
Salmo responsorial: 32
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti.
Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones.
El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
Versículo antes del Evangelio (Mc 1, 15): Aleluya. El Reino de Dios está cerca, dice el Señor; arrepentíos y creed en el Evangelio. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 10, 1-7): En aquel tiempo, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó. A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca».
Como a los apóstoles, Señor, me has llamado por mi nombre, conoces mi historia mejor que yo mismo, me amas más y mejor que nadie. Y cuentas conmigo, con mi pobreza. Gracias, Señor, por llamarme.
Como a los apóstoles, Señor, me has llamado para estar contigo, para gozar de tu amistad y tu perdón, para aprender tus secretos, para hacerme inmensamente feliz. Gracias Señor, por amarme.
Como a los apóstoles, Señor, me has llamado para continuar tu misión: me has dado tu fuerza, tu Espíritu, para curar a los enfermos y atormentados, para animar a los que ya no tienen esperanza. Gracias, Señor, por enviarme.
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