Glorioso san Antonio Abad, que por tu profunda humildad te considerabas un gran pecador y sin ningún merecimiento, sin creerte las alabanzas de los hombres, aún con la gracia singular de hacer milagros, atribuyéndolo a la infinita bondad de Dios. Alabamos esta virtud en ti y por ella te suplicamos nos alcances del Señor que sepamos imitarte, y en la escuela de tu humildad aprendamos a desterrar del corazón toda soberbia y orgullo, para servir al Señor con sencillez. Amén.
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