Buenos días. Hoy sábado las lecturas del día nos hablan del testimonio. La carta de san Juan y el evangelio de san Lucas nos muestran que Cristo ha dado testimonio con su vida entregada para dar vida eterna, y san Lucas completa su testimonio haciendo comprender que esa vida es la salvación, como en el caso del leproso y todos los que lo buscan para ser curados, porque su fama se extiende. Ojalá creamos su testimonio y nos dejemos salvar por Él. Seamos buenos y confiemos en Dios, que con su Sangre nos salva.
1ª Lectura (1Jn 5,5-13): Queridos hijos: ¿Quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios. Jesucristo es el que vino por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Así pues, los testigos son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Y los tres están de acuerdo.
Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios vale mucho más y ese testimonio es el que Dios ha dado de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios tiene en sí ese testimonio. El que no le cree a Dios, hace de él un mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo. Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado la vida eterna y esa vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida. A vosotros, los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, os he escrito estas cosas para que sepáis que tenéis la vida eterna.
Texto del Evangelio (Lc 5, 12-16): Y sucedió que, estando en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra que, al ver a Jesús, se echó rostro en tierra, y le rogó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante le desapareció la lepra. Y él le ordenó que no se lo dijera a nadie. Y añadió: «Vete, muéstrate al sacerdote y haz la ofrenda por tu purificación como prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero Él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba.
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