Buenos días. Esta tarde celebramos la vigilia de la Asunción de la Virgen. Y las lecturas que la Iglesia nos presenta nos permiten descubrir que Dios tiene preparado un lugar único a los que cumplen la Palabra de Dios: esos son su madre y hermanos. Y esos son los que llegarán a la gloria del Cielo. Por eso los cristianos creemos y sabemos que María la madre de Cristo ha sido la primera que ha entrado en el Cielo y con su vida y su ejemplo los cristianos sabemos que también podemos llegar. Seamos buenos y confiemos en Dios, que nos ha dado la victoria en Cristo.
1ª Lectura (Jos 3, 7-10a.11.13-17): En aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy empezaré a engrandecerte ante todo Israel, para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés. Tú ordena a los sacerdotes portadores del arca de la alianza que cuando lleguen a la orilla se detengan en el Jordán».
Josué dijo a los israelitas: «Acercaos aquí a escuchar las palabras del Señor, vuestro Dios. Así conoceréis que un Dios vivo está en medio de vosotros, y que va a expulsar ante vosotros a los cananeos. Mirad, el arca de la alianza del Dueño de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de vosotros. Y cuando los pies de los sacerdotes que llevan el arca de la alianza del Dueño de toda la tierra pisen el Jordán, la corriente del Jordán se cortará: el agua que viene de arriba se detendrá formando un embalse».
Cuando la gente levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza caminaron delante de la gente. Y, al llegar al Jordán, en cuanto mojaron los pies en el agua —el Jordán va hasta los bordes todo el tiempo de la siega—, el agua que venía de arriba se detuvo, creció formando un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adam, un pueblo cerca de Sartán, y el agua que bajaba al mar del desierto, al mar Muerto, se cortó del todo. La gente pasó frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza del Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar todos.
Salmo responsorial: 113
R/. Aleluya.
Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente, Judá fue su santuario, Israel fue su dominio.
El mar, al verlos, huyó, el Jordán se echó atrás; los montes saltaron como carneros; las colinas, como corderos.
¿Qué te pasa, mar, que huyes, a ti, Jordán, que te echas atrás? ¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; colinas, que saltáis como corderos?
Versículo antes del Evangelio (Sal 118,135): Aleluya. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, enséñame tus leyes. Aleluya.
Dios y Señor nuestro, que sea perfecto como Tú eres perfecto, que sea comprensivo como Tú eres comprensivo conmigo, que sea misericordioso como Tú eres misericordioso conmigo, que sea generoso como Tú eres generoso conmigo, que sea...
Que sepa perdonar como Tú me perdonas, que sepa estar cerca como Tú estás cerca de mí, que sepa cuidar a quien lo necesite como Tú cuidas de mí, que sepa...
En definitiva, que sepa amar a todos, a los que me hacen bien y a los que me hacen daño, como Tú me amas a mí, con todo el corazón, cuando te amo y cuando te olvido.
¿Señor, no es excesivo lo que te pido, no es demasiado complicado el camino que me señalas? Es inalcanzable, Señor, para mis pobres fuerzas, pero contigo puedo parecerme, cada día, más a Ti. Porque Tú no sólo eres mi modelo y mi camino, Tú eres mi fuerza y mi energía.
Gracias, Señor. Y recuérdame que “siempre es siempre…”
Así te lo pido. Así sea.
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