Buenos días. Feliz lunes. Hoy la Palabra de Dios nos invita a tener fe, como Abraham, y a no juzgar a nadie. Propuestas claras, pero difíciles. Abraham deja su casa, toma todo lo que le pertenece y se pone en marcha hacia la tierra de Canaan, tierra que Dios le dice que será su tierra. Y Abraham confía, no pregunta, sino que se pone en marcha. Si Dios le ha dicho que será su tierra, él confía. ¿Y nosotros? ¿Confiamos? ¿Creemos que las promesas de Dios se cumplen? ¿O más bien miramos a Dios y ponemos la mano en lo terrenal? Por eso, Jesús nos invita a no juzgar; esto también significa tener fe en Dios y su justicia. Pero, sin embargo, los hombres nos convertimos en sabios jueces que miran por encima del hombro a los demás, creemos que somos mejores y nos sentimos con derecho a decirle a los demás qué es lo que deben hacer. Jesús nos advierte: “Hipócrita, saca tu viga del ojo Y luego podrás decirle a tu hermano que tiene una mota”. Si confiásemos en Dios, si nuestra fe se pareciera a la de Abraham seríamos más felices, porque confiaríamos en su justicia divina que cumple sus promesas. Seamos buenos y confiemos en Dios, que sus ojos están puestos en los que lo aman de corazón para derramar sus bendiciones.
1ª Lectura (Gén 12, 1-9): En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo».
Abrán marchó, como le había dicho el Señor, y con él marchó Lot. Abran tenía setenta y cinco años cuando salió de Harán. Abrán llevó consigo a Saray, su mujer, a Lot, su sobrino, todo lo que había adquirido y todos los esclavos que había ganado en Harán. Salieron en dirección de Canaán y llegaron a la tierra de Canaán. Abrán atravesó el país hasta la región de Siquén, hasta la encina de Moré. En aquel tiempo habitaban allí los cananeos.
El Señor se apareció a Abrán y le dijo: «A tu descendencia le daré esta tierra». Él construyó allí un altar en honor del Señor, que se le había aparecido. Desde allí continuó hacia las montañas al este de Betel, y plantó allí su tienda, con Betel a poniente y Ay a levante; construyó allí un altar al Señor e invocó el nombre del Señor. Abrán se trasladó por etapas al Negueb.
Salmo responsorial: 32
R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti.
Versículo antes del Evangelio (Heb 4, 12): Aleluya. La palabra de Dios es viva y eficaz, y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 7, 1-5): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».
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