lunes, 28 de julio de 2025

Lunes XVII T.O. C


Buenos días. Que tengamos un gran día de lunes. La Iglesia hoy nos propone descubrir y vivir la fe. La primera lectura nos cuenta el pecado del pueblo de Israel: desconfiar de Dios y de su enviado Moisés. En el evangelio Cristo trata de que descubramos que la fe es algo que entra en nuestra vida, en nuestras almas de forma que casi no se nota, es como la semilla de mostaza que crece y da fruto o como la levadura que mezclada en la masa hace que todo fermente y crezca. Pidamos hoy a Dios que nos ayude a vivir con fe y confianza en Él. Seamos buenos y confiemos en Dios, porque es bueno, es eterna su misericordia.



1ª Lectura (Éx 32, 15-24.30-34): En aquellos días, Moisés se volvió y bajó del monte con las dos tablas de la alianza en la mano. Las tablas estaban escritas por ambos lados; eran hechura de Dios, y la escritura era escritura de Dios, grabada en las tablas. Al oír Josué el griterío del pueblo, dijo a Moisés: «Se oyen gritos de guerra en el campamento.» Contestó él: «No es grito de victoria, no es grito de derrota, que son cantos lo que oigo.» Al acercarse al campamento y ver el becerro y las danzas, Moisés, enfurecido, tiró las tablas y las rompió al pie del monte. Después agarró el becerro que habían hecho, lo quemó y lo trituró hasta hacerlo polvo, que echó en agua, haciéndoselo beber a los israelitas. Moisés dijo a Aarón: «¿Qué te ha hecho este pueblo, para que nos acarreases tan enorme pecado?» Contestó Aarón: «No se irrite mi señor. Sabes que este pueblo es perverso. Me dijeron: "Haznos un Dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado." Yo les dije: "Quien tenga oro que se desprenda de él y me lo dé"; yo lo eché al fuego, y salió este becerro».

Al día siguiente, Moisés dijo al pueblo: «Habéis cometido un pecado gravísimo; pero ahora subiré al Señor a expiar vuestro pecado.» Volvió, pues, Moisés al Señor y le dijo: «Este pueblo ha cometido un pecado gravísimo, haciéndose dioses de oro. Pero ahora, o perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro.» El Señor respondió: «Al que haya pecado contra mí lo borraré del libro. Ahora ve y guía a tu pueblo al sitio que te dije; mi ángel irá delante de ti; y cuando llegue el día de la cuenta, les pediré cuentas de su pecado».


Salmo responsorial: 105

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno.

En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba.

Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos junto al mar Rojo.

Dios hablaba ya de aniquilarlos; pero Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio.


Versículo antes del Evangelio (Sant 1, 18): Aleluya. Por su propia voluntad el Padre nos engendró por medio del Evangelio, para que fuéramos, en cierto modo, primicias de sus creaturas. Aleluya.



Texto del Evangelio (Mt 13, 31-35): En aquel tiempo, Jesús propuso todavía otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».

Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’.



Señor, tengo entre mis dedos un grano de mostaza. Es pequeño, como una cabeza de alfiler.  Parece insignificante. Si se hubiese perdido, nadie habría hecho problema, nadie se habría enterado. Es pequeño. Parece insignificante.

Descubierto en el suelo, es más fácil pisarlo que admirarse, más fácil despreciarlo que recogerlo como un pequeño tesoro. Es pequeño. Parece insignificante.

Aquí está, en mi mano. Solo. Sin embargo, bajo su piel tostada encierra un secreto de vida. En él hay un gran árbol dormido, en el que las aves podrán anidar y cuidar a sus polluelos.

Si cada uno sembramos nuestro grano, junto al del hermano… tendremos muchos árboles, un gran bosque que acogerá a una multitud de animales y de seres vivos. 

Señor, ¿Y si este grano fuera el último que queda en el planeta, y yo el único responsable de cuidarlo?

¿Y si este fuese el último grano de mostaza que yo podré sembrar? ¿Qué voy a hacer con este grano?

¿Qué esperas de mí, Señor? ¡Di! ¿Lo encerraría en la urna de un empolvado museo, etiquetado con su nombre científico?

¿Lo ofrecería como alimento a un pájaro o a una hormiga? ¿Lo enterraría, mientras mi corazón reza por su futuro?

¿Lo sembraré? Sí. Lo importante es sembrar. Y confiar en la tierra que lo acoge y en Ti, Señor, que lo harás crecer. Sin que yo sepa cómo, tu fuerza lo convertirá en un árbol precioso.

Señor, el grano de mostaza que acojo en el cuenco de mi mano es mi sonrisa, mi tiempo, mi trabajo, mi alegría, mi fe, mi vida, mi amor.

Señor, dame generosidad para sembrar, para sembrarme. Dame paciencia, confianza y fe, para esperar los mejores frutos. 

Así te lo pido. Así sea.








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