Tenemos en los labios la
crítica rápida,
nos damos cuenta enseguida
del fallo ajeno,
parecemos niños acusadores,
que no aman,
en vez de hermanos fraternos
y disculpadores.
Enséñanos, Señor, a hablar
bien del otro,
a descubrir su tesoro
interior y su mejor parte,
a disculpar con una ternura
como la tuya,
a comprender metiéndonos
dentro de su persona.
Tú que con todas las personas
provocabas encuentros,
danos la capacidad de
respetarnos a fondo,
la empatía de escuchar al
otro desde su música interior,
y la misericordia de corazón
para acogerle como es.
Frena en nosotros toda
crítica amarga,
todo comentario
descalificador y negativo,
cualquier reproche que
distancia y aleja,
y el más pequeño gesto que
rompa nuestro amor.
Queremos contigo disculpar
siempre,
entender los porqués de la
otra persona,
comprenderle
incondicionalmente,
restituyéndole la fe en sí
mismo
y en nuestra incondicional
amistad.
Haznos palabra cálida, gesto
oportuno,
mirada amorosa y mano tendida,
como Tú lo
eres, Señor.