Ca Yao vivía en una remota aldea de las montañas chinas junto a su mujer Yu Lai y su hijo Di Yin. Todas las mañanas se levantaba a las 5 para ir a su trabajo, en una fábrica de explosivos. Debía tener mucha precaución, cualquier distracción podía hacerlo volar por los aires. Además su jefe era un tirano que le hacía la vida imposible. Todos los meses entregaba a su mujer su sueldo íntegro: 5.300 yuanes. Tenían para vivir con bastante desahogo, e incluso podían permitirse algunos caprichos.
Un día Ca Yao regresó muy contento a su casa. Le contó a Yu Lai que le habían ofrecido un trabajo en la oficina central de la capital para tramitar pedidos y llevar la contabilidad. Trabajaría 8 horas en lugar de 10.
- ¿Y cuánto te pagarían? -le preguntó su mujer.
- 4.500 yuanes.
- ¿Cómo, que perderías 800 yuanes así como así?
- Mujer, ten en cuenta que estaría mucho más tranquilo, ya no correría tanto peligro con los explosivos.
- Pues de eso nada, no nos lo podemos permitir. Tenemos muchos gastos, y necesito dinero para comprarme vestidos nuevos. Les dices que no te interesa. Lo que tienes que hacer es tener mucho cuidado para no tener accidentes.
Ca Yao, que quería mucho a su familia, volvió a su trabajo al día siguiente. Telefoneó a los que le habían ofrecido el nuevo puesto:
- Les estoy muy agradecido por su ofrecimiento y su confianza, pero no puedo permitirme una reducción del salario.
- Estamos dispuestos a pagarle hasta 4.800 yuanes. Esperamos mañana su respuesta.
Nuevamente en casa se lo contó a su mujer, pero ésta no estaba dispuesta a perder 500 yuanes todos los meses.
- No nos lo podemos permitir - le dijo Yu Lai. Necesitamos los 5.300 yuanes mensuales. Ándate con cuidado y ya está.
Ca Yao, que era un marido fiel y respetuoso, volvió a su trabajo. Agradeció nuevamente el ofrecimiento y siguió con su ardua y peligrosa tarea diaria.
Dos semanas más tarde, un compañero de Ca Yao que pasaba por unos malos momentos se distrajo y cometió un terrible error con la maquinaria.
Hubo una explosión que acabó con la vida de cinco obreros. Uno de ellos era Ca Yao. A su viuda le quedó una pensión de 1.500 yuanes.
- ¡Es que nunca me hacía caso, el desdichado! -decía Yu Lai en el entierro-. ¡Mira que le dije que tuviera siempre mucho cuidado...!