Ser de inmensa bondad, Dios poderoso,
A vos acudo en mi dolor vehemente:
Extended vuestro brazo omnipotente,
Rasgad de la calumnia el velo odioso
Y arrancad este sello ignominioso
Con que el mundo manchar quiere mi frente.
Rey de los reyes, Dios de mis abuelos,
Vos solo sois mi defensor, Dios mío;
Todo lo puede quien al mar sombrío
Olas y peces dio, luz a los cielos,
Fuego al Sol, giro al aire, al Norte hielos,
Vida a las plantas, movimiento al río.
Todo lo podéis Vos, todo fenece
O se reanima a vuestra voz sagrada:
Fuera de Vos, Señor, el todo es nada
Que en la insondable eternidad perece;
Y aun esa misma nada os obedece,
Pues de ella fue la humanidad creada.
Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia,
Y pues vuestra eternal sabiduría
Ve al través de mi cuerpo el alma mía
Cual del aire a la clara transparencia,
Estorbad que, humillada la inocencia,
Bata sus palmas la calumnia impía.
Estorbadlo, Señor, por la preciosa
Sangre vertida, que la culpa sella
Del pecado de Adán, o por aquella
Madre cándida, dulce y amorosa,
Cuando envuelta en pesar, mustia y llorosa,
Sintió tu muerte como helíaca estrella.
Por Aquella de Regia venerada
Que un tiempo en Montserrat apareciera
De refulgente aureola iluminada,
Sobre radiante disco placentera:
Por Aquella tu esposa idolatrada
Que en su seno divino te tuviera,
Tiende, Señor, el iris de bonanza,
Y al monstruo horrendo en el abismo lanza...
Mas si cuadra a tu suma Omnipotencia
Que yo perezca cual malvado impío,
Y que los hombre mi cadáver frío
Ultrajen con maligna complacencia...
Suene tu voz, y acabe mi existencia...
Cúmplase en mí tu voluntad, ¡Dios mío!...
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