Dios nos espera en cada esquina: en la sonrisa de un niño, en el rostro cansado de aquel anciano, en el joven ensimismado que se nos cruza o en la mujer que pasea con su hijo. En la pelea de la calle, en el conductor impaciente, en el que estafa a la gente, o en el que pasa de todo. En la persona que está enferma, en el que ha quedado en paro, en el que acaba de separarse o en el que ya no cree en nada.
¿Cómo puedo, Señor, conocerte, si eres tan inmenso? Solo puedo decirte, de todo corazón y plenamente convencido, que soy tan solo un pobre siervo tuyo y no aspiro a nada más que a conocerte y a amarte humildemente.
Concédeme esta gracia si te complace.