Se pararon para pasar la noche en una posada y
dejaron sus monturas en el corral. Mientras todos dormían, la yegua del pobre
tuvo un potro, que rodó hasta debajo del carro del rico. Por la mañana el rico
despertó a su hermano, diciéndole:
— Levántate y mira. Mi carro ha tenido un potro.
El pobre se levantó, y al ver lo ocurrido
exclamó:
— Eso no puede ser. ¿Dónde se ha visto que de un
carro pueda nacer un potro? El potro es de mi yegua.
El rico le repuso:
— Si lo hubiese parido tu yegua, estaría a su
lado y no debajo de mi carro.
Así discutieron largo tiempo y al fin se
dirigieron al tribunal. El rico sobornaba a los jueces dándoles dinero, y el
pobre se apoyaba solamente en la razón y en la justicia de su causa.
Tanto se enredó el pleito, que llegaron hasta el
mismo zar, quien mandó llamar a los dos hermanos y les propuso cuatro enigmas:
— ¿Qué es en el mundo lo más fuerte y rápido?
— ¿Qué es lo más gordo y nutritivo?
— ¿Qué es lo más blando y suave?
— ¿Qué es lo más agradable?
Y les dio tres días de plazo para acertar las
respuestas, añadiendo:
— El cuarto día venid a darme la contestación.
El rico reflexionó un poco y, acordándose de su
comadre, se dirigió a su casa para pedirle consejo. Esta le hizo sentar a la
mesa, convidándolo a comer, y, entretanto, le preguntó:
— ¿Por qué estás tan preocupado, compadre?
— Porque el zar me ha dado para resolver cuatro
enigmas un plazo de tres días.
— ¿Y qué enigmas son?
— El primero, qué es en el mundo lo más fuerte y
rápido.
— ¡Vaya un enigma! Mi marido tiene una yegua
torda que no hay nada más rápido; sin castigarla con el látigo alcanza a las
mismas liebres.
— El segundo enigma es: ¿Qué es lo más gordo y
nutritivo?
— Nosotros tenemos un cerdo al que estamos
cebando hace ya dos años, y se ha puesto tan gordo que no puede tenerse de pie.
— El tercer enigma es: ¿Qué es lo más blando y
suave?
— Claro que el lecho de plumas. ¿Qué puede haber
más blando y suave?
— El último enigma es el siguiente: ¿Qué es lo
más agradable?
— ¡Lo más agradable es mi nieto Ivanuchka!
— Muchas gracias, comadre. Me has sacado de un
gran apuro; nunca olvidaré tu amabilidad.
Entretanto el hermano pobre se fue a su casa
vertiendo amargas lágrimas. Salió a su encuentro su hija, una niña de diez años, y le preguntó:
— ¿Por qué suspiras tanto y lloras con tal
desconsuelo, querido padre?
— ¿Cómo quieres que no llore cuando el zar me ha
propuesto cuatro enigmas que ni siquiera en toda mi vida podría adivinar y debo
contestarle dentro de tres días?
— Dime cuáles son.
— Pues son los siguientes, hijita mía: ¿Qué es
en el mundo lo más fuerte y rápido? ¿Qué es lo más gordo y nutritivo? ¿Qué es lo
más blando y suave? ¿Qué es lo más agradable?
— Tranquilízate, padre. Ve a ver al zar y dile: "Lo más fuerte y rápido es el viento. Lo más gordo y nutritivo, la tierra, pues
alimenta a todo lo que nace y vive. Lo más blando, la mano: el hombre, al
acostarse, siempre la pone debajo de la cabeza a pesar de toda la blandura del
lecho; y ¿qué cosa hay más agradable que el sueño?".
Los dos hermanos se presentaron ante el zar, y este, después de haberles escuchado, preguntó al pobre:
— ¿Has resuelto tú mismo los enigmas o te ha
dicho alguien las respuestas?
El pobre contestó:
— Majestad, tengo una niña de diez años que es
la que me ha dicho la solución de tus enigmas.
— Si tu hija es tan lista, dale este hilo de
seda para que me teja una toalla con dibujos para mañana.
El campesino tomó el hilo de seda y volvió a su
casa más triste que antes.
— ¡Dios mío, qué desgracia! —dijo a la niña—.
El zar ha ordenado que le tejas de este hilo una toalla.
— No te apures, padre — le contestó la chica.
Sacó una astilla del palo de la escoba y se la
dio a su padre, diciéndole:
— Ve a palacio y dile al zar que busque un
carpintero que de esta varita me haga un telar para tejer la toalla.
El campesino llevó la astilla al zar,
repitiéndole las palabras de su hija. El zar le dio ciento cincuenta huevos,
añadiendo:
— Dale estos huevos a tu hija para que los
empolle y me traiga mañana ciento cincuenta pollos.
El campesino volvió a su casa muy apurado.
— ¡Oh, hijita! Hemos salido de un apuro para
entrar en otro.
— No te entristezcas, padre — dijo la niña.
Tomó los huevos y se los guardó para comérselos,
y al padre le envió otra vez al palacio:
— Di al zar que para alimentar a los pollos
necesito tener mijo de un día; hay, pues, que labrar el campo, sembrar el mijo,
recogerlo y trillarlo, y todo esto debe ser hecho en un solo día, porque los
pollos no podrán comer otro mijo.
El zar escuchó con atención la respuesta y dijo
al campesino:
— Ya que tu hija es tan lista, dile que se
presente aquí; pero que no venga ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida;
sin traerme regalo, pero tampoco con las manos vacías.
"Esta vez —pensó el campesino— mi hija no podrá
resolver tantas dificultades. Llegó la hora de nuestra perdición."
— No te apures, padre — le dijo su hija cuando
llegó a casa y le contó lo sucedido—. Busca un cazador, cómprale una liebre y
una codorniz vivas y tráemelas aquí.
El padre salió, compró una liebre y una codorniz
y las llevó a su casa.
Al día siguiente, por la mañana, la niña se
desnudó, se cubrió el cuerpo con una red, tomó en la mano la codorniz, se sentó
en el lomo de la liebre y se dirigió al palacio.
El zar salió a su encuentro a la puerta y la
niña le saludó, diciendo:
— ¡Aquí tienes, señor, mi regalo!
Y le presentó la codorniz. El zar alargó la
mano; pero en el momento de ir a cogerla echó a volar aquella.
— Está bien — dijo el zar—. Lo has hecho todo
según te había ordenado.
Dime ahora: tu padre es pobre, ¿cómo vivís y con
qué os alimentáis?
— Mi padre pesca en la arena de la orilla del
mar, sin poner cebo, y yo recojo los peces en mi falda y hago sopa con ellos.
— ¡Qué tonta eres! ¿Dónde has visto que los
peces vivan en la arena de la orilla? Los peces están en el agua.
— ¿Crees que eres más listo tú? ¿Dónde has visto
que de un carro pudiera nacer un potro?
— Tienes razón — dijo el zar, y adjudicó el
potro al pobre.
En cuanto a la niña, la hizo educar en su
palacio, y cuando fue mayor se casó con ella, haciéndola zarina.