Con aquella sencillez y sublimidad, propias tan solo de Dios que las inspiró, nos pintan las Sagradas escrituras la alegría indescriptible que sintió el anciano Simeón al ver, y mucho más al recibir en sus brazos al Mesías deseado de las Naciones. Pero ¿quién, que quiera andar acertado, se atreverá a comparar con el tuyo el gozo del anciano profeta? ¿Qué puntos tienen de contacto para que se les pueda juntar? Porque si bien nacidos ambos de los vehementes deseos con que esperaban al Redentor futuro, y de la preparación con que para recibirle se adornaron tan excelentes varones, José, con todo, como más cerca de Jesús y más interesado en los destinos de este, con mucho aventajaría a aquel cuya vida iba pronto a terminar, y cuya misión había ya terminado.
¡Oh, cuánto me confunde, José glorioso, contemplar de un lado tus ardientes ansias y las de Simeón, de recibir a Cristo Jesús, y de otro mi frialdad aun teniéndolo, no en los brazos, sino en el corazón!
JACULATORIA. Aviva en mi pecho los deseos de unirme más y más con mi amado Jesús.
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