miércoles, 9 de octubre de 2019

EL MANZANO

Hace mucho tiempo existía un enorme manzano. Un niño pequeño lo amaba mucho y todos los días jugaba a su alrededor. Trepaba al árbol hasta el tope, comía sus manzanas y echaba una siesta bajo su sombra. Él amaba al árbol y el árbol amaba al niño.
Pasó el tiempo y el niño pequeño creció y nunca más volvió a jugar alrededor del enorme árbol.
Un día el muchacho regresó al árbol, y escuchó que este le dijo triste:
- ¿Vienes a jugar conmigo?
Pero el muchacho contestó:
- Ya no soy el niño de antes que juega alrededor de enormes árboles. Lo que ahora quiero son juguetes, y necesito dinero para comprarlos.
- Lo siento -dijo el árbol-, pero no tengo dinero. Te sugiero que tomes todas mis manzanas y las vendas. De esta manera obtendrás el dinero para tus juguetes.
El muchacho se sintió muy feliz, tomó todas las manzanas, obtuvo el dinero y el árbol volvió a ser feliz. Pero el muchacho nunca volvió después de obtener el dinero, y el árbol volvió a estar triste.
Tiempo después, el muchacho regresó y el árbol se puso feliz y le preguntó:
- ¿Vienes a jugar conmigo?
- No tengo tiempo para jugar contigo, debo trabajar para mi familia y necesito una casa para compartir con mi esposa e hijos, ¿puedes ayudarme?
- Lo siento, no tengo una casa, pero tú puedes cortar mis ramas y construir tu casa.
El joven cortó todas las ramas y esto hizo feliz nuevamente al árbol. Pero el joven nunca más volvió.
Desde esa vez el árbol volvió a estar triste y solitario.
Cierto día de un cálido verano el hombre regresó y el árbol estaba encantado.
- ¿Vienes a jugar conmigo -volvió a preguntar.
El hombre contestó:
- Estoy triste y volviéndome viejo. Quiero un bote para navegar y descansar. ¿Puedes darme uno?
El árbol contestó:
- Usa mi tronco para que puedas construir uno y así puedas navegar y ser feliz.
El hombre cortó el tronco y construyó su bote. Luego se fue a navegar por un largo tiempo.
Finalmente regresó después de mucho tiempo y el árbol le dijo:
- Lo siento mucho, pero ya no tengo nada que darte, ni siquiera manzanas.
El hombre replicó:
- No tengo dientes para morder, ni fuerza para escalar, porque ahora ya estoy viejo.
Entonces el árbol, con lágrimas en sus ojos, le dijo:
- Realmente no puedo darte nada, la única cosa que me queda son mis raíces muertas.
- Yo no necesito mucho ahora -contestó el hombre-, solo un lugar para descansar; estoy tan cansado después de tantos años...
- Bueno, las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven, siéntate conmigo y descansa.
El hombre se sentó junto al árbol y este, feliz y contento, sonrió con lágrimas.

Esta es la historia de cada uno de nosotros. El árbol son nuestros padres. Cuando somos niños los amamos y jugamos con ellos. Cuando crecemos los dejamos. Solo regresamos a ellos cuando los necesitamos o estamos en problemas. No importa lo que sea, ellos siempre están ahí para darnos todo lo que puedan y hacernos felices.
Tú puedes pensar que el muchacho es cruel con el árbol, pero es así como nosotros tratamos a nuestros padres. Si aún tienes a tus padres no te olvides de ellos. Recuerda que el día de mañana tú serás ese árbol, si no es que ya lo eres. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario