Micaela, una niña de ocho años oyó a sus padres decir que su hermanito Andrés estaba muy enfermo y que ellos no tenían el dinero necesario para pagar la operación que podría salvar su vida. «Sólo un milagro puede salvarlo», les oyó decir.
Micaela, fue a su habitación y sacó de un frasco todos sus ahorros. Vació el contenido y con todas las monedas que tenía fue a la farmacia. Esperó con paciencia al farmacéutico que estaba muy ocupado hablando con otro hombre.
Por fin, molesto, le preguntó. - ¿Qué necesitas? - Estoy conversando con mi hermano que vino de Chicago y al que no he visto en mucho tiempo – añadió, sin esperar que la niña respondiera su pregunta.
- Es por mi hermano, dijo la niña - está muy enfermo y quiero comprarle un milagro.- ¿Cómo? - preguntó el boticario.- Se llama Andrés y tiene algo muy malo que le está creciendo dentro de la cabeza. Dice mi papá que sólo un milagro le puede salvar. ¿Cuánto cuesta un milagro?
- Aquí no vendemos milagros, lo siento, pero no puedo ayudarte - contestó éste, con un nudo en la garganta.
- Mire, tengo dinero para pagarlo. Si no es suficiente, conseguiré lo que falte. Dígame cuánto cuesta.
El hermano del farmacéutico era un hombre muy elegante. Se inclinó, y preguntó a la niña:- ¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?- No sé, respondió Micaela, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Lo que sé, es que está muy enfermo y dice mamá que necesita una operación, pero como mi papá no puede pagarla, quiero hacerlo yo con mi dinero.
- ¿Cuánto tienes? -preguntó el señor que venía de Chicago-. -Un dólar y once centavos -respondió Micaela con voz apenas audible-. Es todo lo que tengo, pero si hace falta, puedo conseguir más.
- ¡Qué casualidad! -dijo sonriendo-, un dólar y once centavos es justo lo que cuesta un milagro para tu hermanito. Seguidamente, el hombre recogió el dinero en una mano y con la otra tomó la mano de la niña y le dijo:- Llévame a tu casa. Quiero ver a tu hermano y conocer a tus padres, para ver si tengo la clase de milagro que necesitas.
Aquel hombre bien vestido era el Dr. Carltom Armstrong, especialista en neurocirugía, quien realizó la delicada operación. Al poco tiempo, Andrés se había restablecido totalmente.
La madre emocionada comentó: Esta operación fue un milagro. ¿Cuánto habrá costado? Micaela sonrió. Sabía exactamente cuánto costaba un milagro: un dólar y once centavos...
Cuando Jesús les dijo a sus apóstoles que deberíamos ser como niños, se refería a la FE que debemos tener para alcanzar las metas inalcanzables.
Micaela es un gran ejemplo, ella salió de su casa convencida de conseguir el milagro para su hermano, solo porque en su fe e inocencia estaba el verdadero amor de Dios.
Para dar vida y hacer feliz a alguien basta una sonrisa, una buena palabra, un abrazo sincero.
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