sábado, 24 de mayo de 2014
martes, 20 de mayo de 2014
LAS SIETE DAGAS (Primer cuento chino de Ho Tse Lin)
Li Cheng vivió hace mucho tiempo en una aldea de montaña de China. Tenía la costumbre de irse siempre a la cama con la conciencia tranquila y en paz con sus semejantes. Ayudaba cuanto podía y no se metía en líos. Si tenía un problema difícil, antes de dormirse pensaba en ello con la idea de encontrar una solución durante los sueños.
Un día se enteró por su amigo Lu Ching que una chica de la aldea estaba enamorada de él. Lo malo es que Li no sentía lo mismo y no quería que sufriera por su culpa, así que esa noche se acostó pensando qué podía hacer.
Tuvo un sueño realmente intrigante: Estaba en el borde de un precipicio y divisó en el fondo algo brillante. Como sabía que soñaba echó a volar y se posó al lado de lo que le había llamado la atención. Se trataba de siete dagas clavadas en el suelo por su empuñadura. Cada una tenía una inscripción. La primera decía: "A palabras necias, oídos sordos". La segunda: "Vive y deja vivir". La tercera (que era la más brillante): "Coge el toro por los cuernos". La cuarta: "Anda caliente y que se ría la gente". La quinta: "No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti". La sexta: " Haz bien sin mirar a quién". Y la séptima: "No te fíes ni de tu padre". En eso despertó.
Toda la mañana estuvo pensando en los mensajes de las dagas y llegó a la conclusión de que tenía que hacer caso a los números cinco y seis. Así que se dirigió a la casa de la chica y pidió su mano en matrimonio. Vivieron juntos más de ochenta años hasta que ella murió centenaria. Li Cheng nunca la quiso y la vida a su lado fue un infierno. En el entierro de su esposa, Li le preguntó a su amigo Lu:
- Oye, ¿tú sabes lo que es coger el toro por los cuernos?
domingo, 18 de mayo de 2014
miércoles, 14 de mayo de 2014
ORACIÓN PARA DAR GRACIAS A DIOS DESPUÉS DE LA CONFESIÓN Y COMUNIÓN
Señor mío Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que me has concedido en este día tantos y tan grandes beneficios, perdonando mis pecados por los méritos de tu santísima pasión y virtud del sacratísimo Sacramento de la Penitencia, como así lo creo y confieso con cierta y firme esperanza; y también me has hecho participante de tu precioso cuerpo y sangre en la Hostia consagrada que he recibido, aunque indignamente y sin suficientes méritos: Te suplico, Señor, por lo que eres, por tu infinita bondad y misericordia, que sin atender a mis pecados pasados, te dignes conservarme en tu gracia y en tu santo servicio. Dame, Señor, virtud para que pueda observar tus divinos mandamientos, según y como estoy obligado; te suplico, Señor, que te dignes concederme tu gracia, para que no vuelva de nuevo a pecar. Pero no por esto dejaré de creer y confiar que todas las veces que me convierta a ti con verdadera contrición, Tú, Dios mío, me has de perdonar por los méritos de tu santísima pasión, como verdadero Padre de misericordia y de todo consuelo. Yo, Señor, te glorifico, alabo y doy gracias, en cuanto me es posible, aunque no pueda darlas como debo. Deseo que todas las criaturas del mundo te den infinitas gracias por los beneficios presentes y pasados, que me has hecho, y por los que espero que me has de conceder en esta vida y en la otra. No sea, Señor, el Santísimo Sacramento que he recibido, mi pena y condenación, sino mi salud y mérito; sea la remisión de mis pecados para purificar mi alma; sea fuerza y virtud de toda bondad, remedio contra todos los peligros de esta vida, defensa de debilidad, y socorro de las tentaciones en que puedo ser tentado por el mundo, carne y demonio, para que con tu gracia la pueda vencer. ¡Oh Dios mío, misericordia mía y todo mi bien! ¡Oh vida mía! ¡Oh saciedad de mi alma! Yo me recomiendo a Ti, me pongo en tus manos y quiero ponerme debajo de la sombra de tus alas por todo el tiempo de mi vida, creyendo firmemente todo lo que cree y confiesa la Santa Madre Iglesia, y pidiendo siempre perdón de mis pecados. Yo pido y suplico a la sacratísima Virgen tu madre, a los ángeles, y a todos los santos y santas de la corte celestial, que como mis abogados te den gracias por el beneficio inefable que hoy me has concedido, convidándome a este celestial convite en este mundo de miserias y camino por donde he de hacer viaje hasta el deseado puerto del cielo; y para que me sea útil, y obre en mí con tanta fortaleza como en el profeta Elías el pan ceniciento, y a su imitación siga mi camino hasta llegar sin peligro al monte de tu gloria, y a aquel celestial convite que Tú, Señor, das con abundancia a los bienaventurados, concediéndoles alimentos de gloria tan grandes que no se pueden contar. Tú, Dios mío, eres fuente y río de gracia, que a todos embriaga, sanidad que santifica, luz que ilumina, alegría perfecta, felicidad verdadera, y gloria eterna que vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.
domingo, 11 de mayo de 2014
LAS DOTES DE LAS ALMAS Y DE LOS CUERPOS DE LOS BIENAVENTURADOS
Las dotes de las almas de los bienaventurados son tres: visión, comprensión y fruición.
La visión consiste en ver a Dios claramente.
La comprensión consiste en poseer a Dios sumo bien.
La fruición o delectación es aquel sumo gozo que tiene el alma del bienaventurado en ver y poseer a Dios para siempre.
Las dotes de los cuerpos de los bienaventurados son cuatro: impasibilidad, sutileza, agilidad y claridad.
La impasibilidad consistirá en que no podrán padecer mal ni dolor alguno.
La sutileza consistirá en que podrán entrar en cualquier lugar por cerrado que esté.
La agilidad consistirá en que podrán pasar de un lugar a otro con suma facilidad y ligereza.
La claridad consistirá en que los cuerpos de los bienaventurados serán más resplandecientes que el mismo sol.
LOS NOVÍSIMOS O POSTRIMERÍAS DEL HOMBRE
Son cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria.
La muerte consiste en separarse el alma del cuerpo.
El juicio es la comparecencia de todos los hombres delante de Dios para recibir de Él el correspondiente premio o castigo de nuestras obras.
Hay dos juicios: el particular y el universal. El particular es aquel juicio que Dios hará de cada uno de los hombres en particular después de haber muerto. El universal es aquel juicio que al fin del mundo hará Dios de todos los hombres una vez resucitados. Concluido el juicio, los buenos irán en cuerpo y alma al cielo por toda la eternidad y los malos serán arrojados en cuerpo y alma al infierno para siempre.
El infierno es una cárcel terrible y horrorosa, llena de fuego y ocupada por los demonios, donde son atormentados, según sus culpas, los que murieron en pecado mortal.
La gloria es un lugar felicísimo en que los justos ven y gozan de Dios y tienen todos los bienes sin mezcla de mal alguno por toda la eternidad.
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