Solun llamaban por nombre
a un niño de la Bretaña
que no tuvo jamás bienes
ni de cuerpo ni de alma;
mas de una cosa era rico,
pues la guardaba sin mácula,
que más vale la pureza
que todo el oro y la plata.
Enseñáronle a leer,
mas no aprendió una palabra;
enseñáronle oraciones,
y era cual cribar el agua;
de todas cuantas oyera,
solo guardó dos palabras,
que dentro su alma escribía:
"Ave María".
No teniendo qué comer,
anduvo de choza en choza,
repitiendo: "Ave María",
para pedir su limosna.
Para pregunta y respuesta
jamás decía otra cosa,
y siempre estaba en sus labios
como el arrullo en la tórtola.
De necio le motejaban,
¡pero necedad dichosa!,
que repite noche y día:
"Ave María".
Un día lo hallaron muerto
de una capilla en la puerta,
cual si se hubiese dormido
arrodillado en la piedra;
plegadas las dos manitas
e inclinada la cabeza,
y los labios entreabiertos
con sonrisa de inocencia,
donde solo florecía:
"Ave María".
Entre el templo y los cipreses
le hicieron la sepultura,
sin una cruz por señal,
de flor y mármol desnuda.
Mas desnuda no quedó,
que alguien le vio de la altura
y hace que un lirio allí brote
que la adorna y la perfuma;
tiene de plata y oro
una letra en cada una
de las hojas, que decían:
"Ave María".
(De Flores de María)
jueves, 16 de junio de 2016
miércoles, 8 de junio de 2016
ORACIÓN DE LA NOCHE (1)
Padre celestial, perdóname por las veces que me he creído bueno y por mis pecados de egoísmo y arrogancia. Renuévame en esta noche, Señor, porque no tengo ningún mérito propio que reclamar. Amén.
ORACIÓN POR LOS HIJOS
Padre, gracias por el maravilloso ejemplo de tu amor, pues al permitir que Cristo, tu Hijo amado, nos haya salvado al morir en la cruz, nos trajiste de la muerte a la vida. Te imploro que ese amor sea derramado sobre cada uno de mis hijos y que puedan repartirlo a sus semejantes, que ellos te amen con todo su ser y que ese amor nunca se enfríe. Que sepan reconocer tu amor real e infinito. Amén.
viernes, 3 de junio de 2016
MES DE JUNIO CONSAGRADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Rendido a vuestros pies, oh Jesús mío, considerando las inefables muestras de amor que me habéis dado y las sublimes lecciones que me enseña de continuo vuestro adorabilísimo Corazón, os pido humildemente la gracia de conoceros, amaros y serviros como fiel discípulo vuestro, para hacerme digno de las mercedes y bendiciones que generoso concedéis a los que de veras os conocen, aman y sirven. Mirad que soy muy pobre, dulcísimo Jesús, y necesito de Vos como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar. Mirad, que soy muy rudo, oh soberano Maestro, y necesito de vuestras divinas enseñanzas para luz y guía de mi ignorancia. Mirad que soy muy débil, oh poderoso amparo de los frágiles, y caigo a cada paso, y necesito apoyarme en Vos para no desfallecer. Sedlo todo para mí, Sagrado Corazón: socorro de mi miseria, lumbre de mis ojos, báculo de mis pasos, remedio de mis males, auxilio en toda necesidad. De Vos lo espera todo mi pobre corazón. Vos lo alentasteis y convidasteis, cuando con tan tiernos acentos dijisteis repetidas veces en vuestro Evangelio: "Venid a mí, aprended de mí, pedid, llamad." A las puertas de vuestro Corazón vengo, pues, hoy; y llamo, y pido, y espero. Del mío os hago, oh Señor, firme, formal y decidida entrega. Tomadlo Vos, y dadme en cambio lo que sabéis me ha de hacer bueno en la tierra y dichoso en la eternidad. Amén.
Canto: Sagrado Corazón, Eterna Alianza
Sagrado Corazón, Eterna Alianza
en donde escribe Dios la ley de gracia.
Sagrado Corazón, oh Víctima de amor,
en Ti confío, en Ti confío.
Por tan inmenso amor retribuyamos
amor, reparación y desagravio.
En Él descansa nuestra esperanza,
en Él reposan siempre nuestras almas.
Canto: Sagrado Corazón, Eterna Alianza
Sagrado Corazón, Eterna Alianza
en donde escribe Dios la ley de gracia.
Sagrado Corazón, oh Víctima de amor,
en Ti confío, en Ti confío.
Por tan inmenso amor retribuyamos
amor, reparación y desagravio.
En Él descansa nuestra esperanza,
en Él reposan siempre nuestras almas.
LA BENDICIÓN DE LA PRIMERA COMUNIÓN (P. Remigio Vilariño, S.J.)
Gounod fue un gran músico, y compuso muy hermosas melodías. Y entre ellas, una muy suave, que, traducida al castellano, dice:
Señor, que vienes a la tierra,
a mí, que tanto te ofendí;
Hostia feliz que a Dios encierra,
¿quién soy yo, que vienes a mí?
No soy digno, Dios mío, de Ti.
Pon en mi alma tu gracia santa,
pon en mi pecho ardiente amor,
porque tu majestad es tanta,
que siempre indigno seré, Señor.
Señor, que vienes a la tierra,
a mí que tanto te ofendí;
Hostia feliz que a Dios encierra,
¿quién soy yo, que vienes a mí?
Tú eres fuente de gracia viva,
yo soy estéril arenal;
cuando yo, Señor, te reciba,
inúndame de amor celestial.
Señor, que vienes a la tierra,
a mí, que tanto te ofendí;
Hostia feliz que a Dios encierra,
¿quién soy yo, que vienes a mí?
Se celebraba la primera comunión del hijo de un amigo de Gounod, a la que asistió el insigne maestro, y cantaron su preciosa melodía.
Terminada la ceremonia, niños, niñas y padres salían todos encantados. Gounod se acercó a felicitar a su amigo y al hijo. Entonces el padre, dirigiéndose a su hijo, le dijo:
- Hijo mío, este nuestro amigo ha compuesto ese precioso canto que has oído cuando ibas a comulgar. Ahora, que te ha bendecido Dios y el señor cura, pídele que también él te dé una bendición.
Y dirigiéndose a Gounod, le dijo:
- Maestro, mi hijo ama mucho la música, y especialmente la vuestra. Le suplico que a las bendiciones santas que le han dado añada usted la suya: una bendición de arte y de belleza.
Iba el niño a arrodillarse, pero Gounod, con voz vibrante, le dijo:
- No, hijo mío; no eres tú quien se ha de arrodillar, sino más bien yo. Hoy no soy digno de soltar la correa de tu calzado. Tú, que llevas en tu corazón a Dios, eres el que me ha de bendecir a mí.
Y el gran maestro, con prontitud y vehemencia, se descubrió, se arrodilló a los pies del niño, y tomándole la manecita, se la levantó para bendecirse con ella. El pobre niño quedó sorprendido. Miró a su padre, y viéndole llorar de emoción, también él se echó a llorar.
Gounod tenía razón. Cuando recibís la primera comunión y siempre que comulgáis, sois santos, venerables, divinos. Lleváis a Jesús en vuestros pechos como en un tabernáculo vivo. El más insigne de los hombres, el más sabio, el más artista, el más grande, el más rey..., no es digno de desatar la correa de vuestro zapato. Comulgad con frecuencia. Tratad a vuestro cuerpo como un templo de Dios y no admitáis trato con ninguna persona indigna del Señor que habéis recibido.
(Del opúsculo Pan y luz)
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