viernes, 3 de junio de 2016

LA BENDICIÓN DE LA PRIMERA COMUNIÓN (P. Remigio Vilariño, S.J.)

Gounod fue un gran músico, y compuso muy hermosas melodías. Y entre ellas, una muy suave, que, traducida al castellano, dice:

                         Señor, que vienes a la tierra,
                         a mí, que tanto te ofendí;
                         Hostia feliz que a Dios encierra,
                         ¿quién soy yo, que vienes a mí?
                         No soy digno, Dios mío, de Ti.
                         Pon en mi alma tu gracia santa,
                         pon en mi pecho ardiente amor,
                         porque tu majestad es tanta,
                         que siempre indigno seré, Señor.
                         Señor, que vienes a la tierra,
                         a mí que tanto te ofendí;
                         Hostia feliz que a Dios encierra,
                         ¿quién soy yo, que vienes a mí?
                         Tú eres fuente de gracia viva,
                         yo soy estéril arenal;
                         cuando yo, Señor, te reciba,
                         inúndame de amor celestial.
                         Señor, que vienes a la tierra,
                         a mí, que tanto te ofendí;
                         Hostia feliz que a Dios encierra,
                         ¿quién soy yo, que vienes a mí?

Se celebraba la primera comunión del hijo de un amigo de Gounod, a la que asistió el insigne maestro, y cantaron su preciosa melodía.
Terminada la ceremonia, niños, niñas y padres salían todos encantados. Gounod se acercó a felicitar a su amigo y al hijo. Entonces el padre, dirigiéndose a su hijo, le dijo:
- Hijo mío, este nuestro amigo ha compuesto ese precioso canto que has oído cuando ibas a comulgar. Ahora, que te ha bendecido Dios y el señor cura, pídele que también él te dé una bendición.
Y dirigiéndose a Gounod, le dijo:
- Maestro, mi hijo ama mucho la música, y especialmente la vuestra. Le suplico que a las bendiciones santas que le han dado añada usted la suya: una bendición de arte y de belleza.
Iba el niño a arrodillarse, pero Gounod, con voz vibrante, le dijo:
- No, hijo mío; no eres tú quien se ha de arrodillar, sino más bien yo. Hoy no soy digno de soltar la correa de tu calzado. Tú, que llevas en tu corazón a Dios, eres el que me ha de bendecir a mí.
Y el gran maestro, con prontitud y vehemencia, se descubrió, se arrodilló a los pies del niño, y tomándole la manecita, se la levantó para bendecirse con ella. El pobre niño quedó sorprendido. Miró a su padre, y viéndole llorar de emoción, también él se echó a llorar.
Gounod tenía razón. Cuando recibís la primera comunión y siempre que comulgáis, sois santos, venerables, divinos. Lleváis a Jesús en vuestros pechos como en un tabernáculo vivo. El más insigne de los hombres, el más sabio, el más artista, el más grande, el más rey..., no es digno de desatar la correa de vuestro zapato. Comulgad con frecuencia. Tratad a vuestro cuerpo como un templo de Dios y no admitáis trato con ninguna persona indigna del Señor que habéis recibido. 
                              (Del opúsculo Pan y luz


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