Solun llamaban por nombre
a un niño de la Bretaña
que no tuvo jamás bienes
ni de cuerpo ni de alma;
mas de una cosa era rico,
pues la guardaba sin mácula,
que más vale la pureza
que todo el oro y la plata.
Enseñáronle a leer,
mas no aprendió una palabra;
enseñáronle oraciones,
y era cual cribar el agua;
de todas cuantas oyera,
solo guardó dos palabras,
que dentro su alma escribía:
"Ave María".
No teniendo qué comer,
anduvo de choza en choza,
repitiendo: "Ave María",
para pedir su limosna.
Para pregunta y respuesta
jamás decía otra cosa,
y siempre estaba en sus labios
como el arrullo en la tórtola.
De necio le motejaban,
¡pero necedad dichosa!,
que repite noche y día:
"Ave María".
Un día lo hallaron muerto
de una capilla en la puerta,
cual si se hubiese dormido
arrodillado en la piedra;
plegadas las dos manitas
e inclinada la cabeza,
y los labios entreabiertos
con sonrisa de inocencia,
donde solo florecía:
"Ave María".
Entre el templo y los cipreses
le hicieron la sepultura,
sin una cruz por señal,
de flor y mármol desnuda.
Mas desnuda no quedó,
que alguien le vio de la altura
y hace que un lirio allí brote
que la adorna y la perfuma;
tiene de plata y oro
una letra en cada una
de las hojas, que decían:
"Ave María".
(De Flores de María)
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