Salva, Señor, al hombre en esta hora
horrorosa, de trágico destino;
no sabe adónde va, de dónde vino
tanto dolor, que en sauce roto llora.
Ponlo de pie, señor, clava tu aurora
en su costado, y sepa que es divino
despojo, polvo errante en el camino,
mas que tu luz lo inmortaliza y dora.
Mira, Señor, que tanto llanto, arriba,
en pleamar, oleando a la deriva,
amenaza cubrirnos con la nada.
¡Ponnos, Señor, encima de la muerte!
¡Agiganta, sostén nuestra mirada,
para que aprenda, desde ahora, a verte!
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