Estos dones son los siete siguientes: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios.
La Sabiduría es una luz sobrenatural y clarísima, por cuyo medio el entendimiento conoce las verdades divinas y al mismo Dios de un modo inefable, y esto de tal modo que aun cuando faltasen todos los testimonios y señales de nuestra fe, solo con esta luz las creyera, sirviéndole ella de guía para poder ordenar todas sus acciones conforme a la ley de Dios, con tanta suavidad, dulzura y alegría interior, que excede a toda humana comprensión. Ilustrado así el entendimiento, se comunica a la voluntad con tan gran impulso que el hombre se desprende de todas las cosas de la tierra, juzgándolas indignas de su amor, el cual consagra a Dios con un corazón limpio y desasido de todo afecto terreno.
El Entendimiento es una luz divina con la cual, adornada la potencia intelectiva del alma, penetra de un modo admirable las verdades de la fe y las soberanas perfecciones de Dios, y entiende el sentido de las Santas Escrituras. Quien tiene este don se puede decir de él que es más sabio que todos los filósofos del mundo.
El Consejo es una ilustración del entendimiento con que el Espíritu Santo da a conocer lo que se ha de hacer u omitir y el modo de obrar en los casos particulares, para conseguir la perfección y la salvación eterna. Por medio de este don se conocen las argucias o sutilezas del amor propio y las astucias del espíritu maligno, que a veces, para engañar, se transforma en ángel de luz. Con este don el Espíritu divino nos advierte de las emboscadas y lazos que nos arman nuestros enemigos, dándonos al mismo tiempo cuanto nos es útil para salir airosos en el combate. Esta ilustración es mayor o menor según lo fuere el grado de unión con Dios, y muchas veces el Espíritu divino infunde en el alma un conocimiento tan grande de lo que se dice a sí misma o aconseja a los demás, que está más cierta de ello que si lo viera con sus propios ojos o lo tocara con sus propias manos.
La Fortaleza es un poderoso impulso que el Espíritu Santo da al corazón del hombre para animarlo y esforzarlo a sufrir y padecer cosas arduas y dificultosas por amor de la virtud o de Dios. Sin este don los mártires no hubieran superado tantos tormentos, sufriendo los más horrorosos suplicios con tal constancia y valor que hasta de los mismos tiranos y tormentos se reían por atroces que fuesen.
La Ciencia es una luz que el Espíritu Santo derrama en el entendimiento de la persona, con la cual forma un juicio cierto y seguro de los misterios de nuestra religión para creer lo que se debe, dirigiendo con este conocimiento todas sus operaciones acerca de lo que debe hacer u omitir para agradar a Dios. Sin este don se anda en tinieblas y expuesto a caer en mil errores a cada paso, como ha sucedido a muchos que a pesar de ser muy hábiles en todas las ciencias han caído en las mayores herejías.
La Piedad es un rayo de luz divina que ilumina el entendimiento de la persona e inclina su voluntad a honrar a Dios como a su amantísimo Padre, y a socorrer al prójimo por ser imagen del mismo Dios. De aquí es que por este don siente un gozo inexplicable por verse hijo de un Padre tan grande y bueno, redimido con su preciosísima sangre, reengendrado en el santo Bautismo y alimentado en la Eucaristía con su cuerpo y sangre sagrados. Considerando estas y otras obras de amor no puede menos que amarlo también y desear que todos lo amen y veneren, buscando en todo y con ardiente celo la mayor honra y gloria de Dios. Y no solo busca esta gloria de Dios, sino también el bien del prójimo, ya porque sabe que así lo quiere Dios, ya porque el prójimo es una imagen y semejanza del mismo Dios. De aquí es que mira como propias las necesidades del prójimo, interesándose aún más por él que por sí mismo. Esta es la razón por la que, olvidada en cierto modo de sí misma la persona que tiene el don de Piedad, se ejercita en ayudar al prójimo en aquellas obras de caridad cristiana, que por otro nombre se llaman obras de misericordia.
El Temor de Dios es un afecto reverencial que el Espíritu Santo mueve en la voluntad de una persona por el cual teme ofender a Dios y apartarse de Él pecando. Cuatro clases de temor distingue santo Tomás: humano,servil, inicial y filial. El temor humano es el que nos hace ofender a Dios por evitar algún mal temporal, y este es el temor de los pecadores. El temor servil es el que obliga al hombre a dejar el pecado y hacer penitencia para evadir el castigo eterno que merece por la culpa, y este es útil y provechoso. El temor inicial es el que impele al hombre a comenzar a amar a Dios, parte por temor de la pena y esperanza del premio, y parte por consideración a la majestad divina a la que teme ofender con el pecado. El temor filial es el absolutamente retrae al hombre de ofender a Dios su Padre, porque considera en él infinitos motivos de respeto, amor y obediencia, por cuya razón teme disgustarle y apartarse de su amistad y gracia. Solamente estos dos últimos temores, inicial y filial, son dones del Espíritu Santo, de los cuales el más perfecto es el filial, por cuanto nace de la perfecta caridad y amor de Dios.
El Consejo es una ilustración del entendimiento con que el Espíritu Santo da a conocer lo que se ha de hacer u omitir y el modo de obrar en los casos particulares, para conseguir la perfección y la salvación eterna. Por medio de este don se conocen las argucias o sutilezas del amor propio y las astucias del espíritu maligno, que a veces, para engañar, se transforma en ángel de luz. Con este don el Espíritu divino nos advierte de las emboscadas y lazos que nos arman nuestros enemigos, dándonos al mismo tiempo cuanto nos es útil para salir airosos en el combate. Esta ilustración es mayor o menor según lo fuere el grado de unión con Dios, y muchas veces el Espíritu divino infunde en el alma un conocimiento tan grande de lo que se dice a sí misma o aconseja a los demás, que está más cierta de ello que si lo viera con sus propios ojos o lo tocara con sus propias manos.
La Fortaleza es un poderoso impulso que el Espíritu Santo da al corazón del hombre para animarlo y esforzarlo a sufrir y padecer cosas arduas y dificultosas por amor de la virtud o de Dios. Sin este don los mártires no hubieran superado tantos tormentos, sufriendo los más horrorosos suplicios con tal constancia y valor que hasta de los mismos tiranos y tormentos se reían por atroces que fuesen.
La Ciencia es una luz que el Espíritu Santo derrama en el entendimiento de la persona, con la cual forma un juicio cierto y seguro de los misterios de nuestra religión para creer lo que se debe, dirigiendo con este conocimiento todas sus operaciones acerca de lo que debe hacer u omitir para agradar a Dios. Sin este don se anda en tinieblas y expuesto a caer en mil errores a cada paso, como ha sucedido a muchos que a pesar de ser muy hábiles en todas las ciencias han caído en las mayores herejías.
La Piedad es un rayo de luz divina que ilumina el entendimiento de la persona e inclina su voluntad a honrar a Dios como a su amantísimo Padre, y a socorrer al prójimo por ser imagen del mismo Dios. De aquí es que por este don siente un gozo inexplicable por verse hijo de un Padre tan grande y bueno, redimido con su preciosísima sangre, reengendrado en el santo Bautismo y alimentado en la Eucaristía con su cuerpo y sangre sagrados. Considerando estas y otras obras de amor no puede menos que amarlo también y desear que todos lo amen y veneren, buscando en todo y con ardiente celo la mayor honra y gloria de Dios. Y no solo busca esta gloria de Dios, sino también el bien del prójimo, ya porque sabe que así lo quiere Dios, ya porque el prójimo es una imagen y semejanza del mismo Dios. De aquí es que mira como propias las necesidades del prójimo, interesándose aún más por él que por sí mismo. Esta es la razón por la que, olvidada en cierto modo de sí misma la persona que tiene el don de Piedad, se ejercita en ayudar al prójimo en aquellas obras de caridad cristiana, que por otro nombre se llaman obras de misericordia.
El Temor de Dios es un afecto reverencial que el Espíritu Santo mueve en la voluntad de una persona por el cual teme ofender a Dios y apartarse de Él pecando. Cuatro clases de temor distingue santo Tomás: humano,servil, inicial y filial. El temor humano es el que nos hace ofender a Dios por evitar algún mal temporal, y este es el temor de los pecadores. El temor servil es el que obliga al hombre a dejar el pecado y hacer penitencia para evadir el castigo eterno que merece por la culpa, y este es útil y provechoso. El temor inicial es el que impele al hombre a comenzar a amar a Dios, parte por temor de la pena y esperanza del premio, y parte por consideración a la majestad divina a la que teme ofender con el pecado. El temor filial es el absolutamente retrae al hombre de ofender a Dios su Padre, porque considera en él infinitos motivos de respeto, amor y obediencia, por cuya razón teme disgustarle y apartarse de su amistad y gracia. Solamente estos dos últimos temores, inicial y filial, son dones del Espíritu Santo, de los cuales el más perfecto es el filial, por cuanto nace de la perfecta caridad y amor de Dios.