AFECTOS DE GRATITUD. ¡Oh Dios mío y amor mío! ¿Qué gracias te podré yo dar porque Tú, Rey de los reyes y Señor de los señores has querido hoy visitar mi alma y unirte a mí mediante la virtud inestimable de este Sacramento? ¿Qué te podrá dar una criatura tan pobre por dádiva tan rica? Porque no te contentaste con hacernos aquí partícipes de tu soberana Deidad, sino que también nos comunicaste tu Santa Humanidad, tu alma santísima y tu deífico Corazón, haciéndonos así partícipes de todos los tesoros y merecimientos que con esa misma carne y sangre nos ganaste. ¡Oh preciosa dádiva, mal conocida de los hombres y digna de ser agradecida con perpetuos loores!
AFECTOS DE ADMIRACIÓN. Mas ¿qué te dimos, Señor, por que tal dádiva nos dieses? Ninguna cosa hubo a la verdad, de por medio, sino sola tu bondad. Porque así como a la bondad pertenece comunicarse, así a la suma bondad sumamente comunicarse; y de este modo lo hiciste Tú, pues en todo te diste a nosotros. Naciendo te diste por hermano; comiendo por mantenimiento, muriendo te das en precio, y reinando en galardón. Aquella santa Madre de tu Precursor llena del Espíritu Santo, cuando vio entrar por sus puertas a la Virgen, que dentro de sus entrañas te traía, espantada de tan gran maravilla exclamó, diciendo: ¿De dónde a mí tanto bien, que la Madre de mi Señor venga a mí? Con cuánta mayor razón podré exclamar: ¿De dónde a mí tan gran bien, que no la Madre de Dios, sino el mismo Dios y Señor de todo lo creado haya querido venir a mí? A mí que tanto tiempo fui morada de Satanás. A mí que tantas veces te ofendí. A mí que tantas veces te cerré la puerta y despedí de mí. ¿Por dónde merecía nunca más recibir a quien así deseché? Pues ¿de dónde a mí, Señor, que Tú, Rey de la gloria, cuyo trono es el cielo, cuyo estrado real es la tierra, cuyos ministros son los Ángeles, a quienes alaban las estrellas de la mañana y en cuyas manos están todos los fines de la tierra, hayas querido venir a un lugar de tan extraña bajeza? Y si de otra manera alguna me visitaras, todavía fuera esta una gran misericordia: más que Tú, Señor, hayas querido, no solo visitarme, sino entrar en mí, y morar y transformarme en Ti, y hacerme como una cosa contigo, por unión tan admirable, que la comparaste con aquella altísima unión que tienes con el Padre; para que así como el Padre está en Ti y Tú en Él, así el que te come esté en Ti y Tú en él, ¿qué cosa puede ser más admirable?
AFECTOS DE PETICIÓN. No hay alabanzas que basten para celebrar las maravillas de este Misterio tan grande, que inventó tu amor infinito, ordenó tu sabiduría divina y llevó a cabo tu poder omnipotente. Por ellas te ensalcen los ángeles y santos del cielo por todos los siglos de los siglos.
Dígnate pues ahora permitirme, por la virtud de este inefable Sacramento, unirme e incorporarme contigo, con tan apretado vínculo de caridad que ya no me separe más de tu amistad y gracia. Vayan lejos de mi alma las tinieblas del pecado, que no dejaban llegar a ella la luz de tu adorable presencia. Lejos sean de mí las vanidades del mundo y los placeres de la carne corruptible. Haz también, Señor, misericordia de todos los pecadores. Vuelve a tu Iglesia los herejes y cismáticos, alumbra a los infieles para que te conozcan, socorre a todos los que están puestos en necesidades y tribulaciones. ayuda a todos aquellos por quienes estoy obligado a rogarte: consuela a mis parientes, amigos, enemigos y bienhechores, ten misericordia de todos aquellos por quienes derramaste tu preciosa sangre. Da perdón y gracia a los vivos, y a los difuntos descanso y gloria perdurable. Amén.
AFECTOS DE ADMIRACIÓN. Mas ¿qué te dimos, Señor, por que tal dádiva nos dieses? Ninguna cosa hubo a la verdad, de por medio, sino sola tu bondad. Porque así como a la bondad pertenece comunicarse, así a la suma bondad sumamente comunicarse; y de este modo lo hiciste Tú, pues en todo te diste a nosotros. Naciendo te diste por hermano; comiendo por mantenimiento, muriendo te das en precio, y reinando en galardón. Aquella santa Madre de tu Precursor llena del Espíritu Santo, cuando vio entrar por sus puertas a la Virgen, que dentro de sus entrañas te traía, espantada de tan gran maravilla exclamó, diciendo: ¿De dónde a mí tanto bien, que la Madre de mi Señor venga a mí? Con cuánta mayor razón podré exclamar: ¿De dónde a mí tan gran bien, que no la Madre de Dios, sino el mismo Dios y Señor de todo lo creado haya querido venir a mí? A mí que tanto tiempo fui morada de Satanás. A mí que tantas veces te ofendí. A mí que tantas veces te cerré la puerta y despedí de mí. ¿Por dónde merecía nunca más recibir a quien así deseché? Pues ¿de dónde a mí, Señor, que Tú, Rey de la gloria, cuyo trono es el cielo, cuyo estrado real es la tierra, cuyos ministros son los Ángeles, a quienes alaban las estrellas de la mañana y en cuyas manos están todos los fines de la tierra, hayas querido venir a un lugar de tan extraña bajeza? Y si de otra manera alguna me visitaras, todavía fuera esta una gran misericordia: más que Tú, Señor, hayas querido, no solo visitarme, sino entrar en mí, y morar y transformarme en Ti, y hacerme como una cosa contigo, por unión tan admirable, que la comparaste con aquella altísima unión que tienes con el Padre; para que así como el Padre está en Ti y Tú en Él, así el que te come esté en Ti y Tú en él, ¿qué cosa puede ser más admirable?
AFECTOS DE PETICIÓN. No hay alabanzas que basten para celebrar las maravillas de este Misterio tan grande, que inventó tu amor infinito, ordenó tu sabiduría divina y llevó a cabo tu poder omnipotente. Por ellas te ensalcen los ángeles y santos del cielo por todos los siglos de los siglos.
Dígnate pues ahora permitirme, por la virtud de este inefable Sacramento, unirme e incorporarme contigo, con tan apretado vínculo de caridad que ya no me separe más de tu amistad y gracia. Vayan lejos de mi alma las tinieblas del pecado, que no dejaban llegar a ella la luz de tu adorable presencia. Lejos sean de mí las vanidades del mundo y los placeres de la carne corruptible. Haz también, Señor, misericordia de todos los pecadores. Vuelve a tu Iglesia los herejes y cismáticos, alumbra a los infieles para que te conozcan, socorre a todos los que están puestos en necesidades y tribulaciones. ayuda a todos aquellos por quienes estoy obligado a rogarte: consuela a mis parientes, amigos, enemigos y bienhechores, ten misericordia de todos aquellos por quienes derramaste tu preciosa sangre. Da perdón y gracia a los vivos, y a los difuntos descanso y gloria perdurable. Amén.
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