El primero es: Presunción de salvarse sin mérito alguno. En vano esperan salvarse los que lejos de hacer buenas obras resisten continuamente las inspiraciones del Espíritu divino que les dice: Obrad bien mientras se os concede tiempo; haced por vuestra parte lo que podáis, que Dios hará lo demás.
El segundo es: Desesperación de la divina misericordia. Es cierto que es grande la malicia del pecado mortal, pero también lo es que es más grande aún la bondad y misericordia de Dios. La desesperación es una injuria gravísima al divino Espíritu, pues equivale a resistir y abandonar la gracia que ofrece al pecador, o bien a negar su fuerza y eficacia. Hay pecadores que en la desesperación se quitan la vida, pero lejos de rebajar la gravedad del delito la acrecientan, y para librarse de los remordimientos de la conciencia se precipitan a las penas eternas del infierno. El medio de tranquilizarse después de cometido un delito es arrepentirse, pedir perdón a Dios y proponer con eficacia no volverlo a cometer. En vez de atentar el pecador contra su vida, debe pedir a Dios que se la conserve, para hacer penitencia en este mundo con el sufrimiento de las penas y trabajos, con el fin de no tener que padecer eternamente después de la muerte en el infierno.
El tercero es: Impugnación de la verdad conocida para pecar con más libertad. Es este un horrible pecado contra el divino Espíritu, que avisa y da a conocer el mal del que se debe huir, y el bien que debe practicar toda persona para salvarse; pero no faltan algunos que en vez de ser dóciles a sus santas inspiraciones, las resisten, e incluso persiguen al sujeto de quien se sirve el Espíritu Santo como instrumento para avisarles, profiriendo palabras injuriosas y burlándose de sus advertencias, si no le apedrean también como los judios a Jesús. Otros hay que desprecian e impugnan las verdades de la fe y las sanas máximas del Evangelio, a pesar de que su propia conciencia, movida por el Espíritu Santo, les dicta ser sólidas, santas y necesarias para salvarse. Seamos siempre dóciles a las inspiraciones que nos comunica el divino Espíritu.
El cuarto es: Envidia de los bienes espirituales que nuestro prójimo ha recibido de Dios. No tengamos envidia de nadie, procuremos ser buenos, y Dios, que es juez rectísimo, nos dará el premio que con nuestras obras hayamos merecido, en este o en el otro mundo.
El quinto es: Obstinación en el pecado. Serán castigados los que se obstinen en el pecado, despreciando las inspiraciones del Espíritu divino y las amonestaciones de los ministros del Señor. pues que cuando no en este mundo, en el otro serán sumergidos en el mar de las llamas del infierno.
El sexto es: Propósito de morir impenitente. En la hora de la muerte muchos vuelven la espalda a Dios y dan oídos al demonio que les persuade la impenitencia final con que acaban.
Estos seis pecados contra el Espíritu Santo son muy difíciles de ser perdonados, no por parte de Dios, sino por parte de los mismos pecadores, que oponiéndose y resistiéndose a lo que necesitan para alcanzar perdón, imitan al enfermo que no quiere tomar las medicinas, y por esto muere. Siendo, pues, estos execrables pecados el mayor impedimento para nuestra salvación, hagámonos dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo, las cuales nos guiarán directamente a la patria celestial.
El quinto es: Obstinación en el pecado. Serán castigados los que se obstinen en el pecado, despreciando las inspiraciones del Espíritu divino y las amonestaciones de los ministros del Señor. pues que cuando no en este mundo, en el otro serán sumergidos en el mar de las llamas del infierno.
El sexto es: Propósito de morir impenitente. En la hora de la muerte muchos vuelven la espalda a Dios y dan oídos al demonio que les persuade la impenitencia final con que acaban.
Estos seis pecados contra el Espíritu Santo son muy difíciles de ser perdonados, no por parte de Dios, sino por parte de los mismos pecadores, que oponiéndose y resistiéndose a lo que necesitan para alcanzar perdón, imitan al enfermo que no quiere tomar las medicinas, y por esto muere. Siendo, pues, estos execrables pecados el mayor impedimento para nuestra salvación, hagámonos dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo, las cuales nos guiarán directamente a la patria celestial.
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