Mi especial protector San José, tembloroso el corazón y humillado el espíritu, voy a acercarme a la sacrosanta mesa eucarística. ¡Oh!, me confundo al pensar que he de recibir a mi Dios; a Dios, que se digna venir a mi alma para unirse con ella de una manera tan íntima y tan afectuosa, a Dios, que junto con la participación de su santísima Humanidad me comunica su propia divinidad, haciendo a mi alma un espíritu con el suyo.
Soy indigno, más que indignísimo de tanta fineza y de honor tanto. ¿Qué he de hacer? ¡Santo mío! Deseo estrecharme con mi dulce Jesús; pero veo al mismo tiempo mi indignidad, mi poco amor y mis ingratitudes, y esto me espanta y desazona... Venid, venid, pues, Vos que fuisteis y sois todo paternal cariño para vuestro hijo adoptivo, y que por vuestra eminente santidad merecisteis ser llamado padre del mismo hijo de Dio, venid a encender en amor mi frío corazón y prestadme vuestros grandes méritos y vuestras privilegiadas virtudes.
Vos preparasteis con tierno afán el el portal de Belén la pobre cuna, en que había de reposar el Dios nacido de vuestra virginal esposa; Vos la convertisteis, cuanto os lo permitió la penuria en que os hallabais, en un lecho blando y abrigado. Preparad a su vez mi alma; convertidla en decorosa y apacible morada de mi Dios; ablandadla de su dureza; abrigadla con vuestra protección, para que el amantísimo Jesús pueda reposar en ella con amorosa complacencia.
Y Vos, Virgen santísima, venid con vuestro amadísimo y angelical esposo a disponer mi corazón, que tan vacío se halla de virtudes, y tan ocupado de amor propio y vanos deseos. Purificadlo con la pureza de un ángel, Vos que sois la Virgen inmaculada y la Reina de los ángeles.
Y purificado mi corazón y preparada mi alma, oh dulcísimo Jesús, por María y José, bien puedo deciros que vengáis. Venid, sí, venid, querido de mi amor. No miréis mi miseria y mi vileza; atended solo que son vuestra madre y vuestro padre adoptivo, tan purísimos y tan queridos vuestros, los que os recibirán al entrar a mi alma. Venid, pues, venid, dulce bien mío, que lo deseo con ardor.
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