¿Es posible, mi amadísimo Patriarca San José, que todo un Dios se haya dignado darse en alimento a mi alma? ¿Es posible que el dulcísimo Jesús se haya unido a mí, haciéndome participante de su santísimo cuerpo? Así es, y yo, miserable y pecadora criatura, por medio de la sagrada comunión, acabo de recibir en mi interior a aquel mismo Hijo del Altísimo que Vos tuvisteis en vuestros brazos y estrechasteis sobre vuestro ardoroso corazón. ¡Infeliz de mí, que no sé yo acariciarle con aquella ternura con que lo hicisteis Vos!, ¡que no sé yo adorarle con aquella humildad y fervor con que Vos le adorasteis al compás de los angélicos acentos, que cantaban al recién nacido Niño divino: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad! Suplid, bondadoso protector mío, mi insuficiencia. Dad por mí millones y millones de gracias al dulcísimo Jesús, que tan incomparable fineza me ha dispensado. Pedidle que haga de mi corazón una inmensa hoguera de amor suyo, cuyo fuego consuma en mí todos mis malos hábitos y todas mis aficiones terrenas. Pedidle por todas mis necesidades y por todas las de la Iglesia, del Sumo Pontífice y demás prelados, así como por las de mis parientes, amigos y conocidos y de todos los hombres, tanto justos como pecadores, así fieles como infieles. Interceded con vuestra amorosísima esposa para que, ya que tengo a Jesús en mi alma, venga también ella a morar en mi corazón y lo haga suyo, enteramente suyo.Y Vos, divino Jesús mío, recibid por conducto de vuestra madre y de vuestro padre adoptivo, con mi sincero reconocimiento, el ofrecimiento que os hago de no pretender desde hoy más que vuestro amor, y de esforzarme cada día con nuevo ahínco en que mi alma os sea siempre una morada de amor y de delicias.
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