lunes, 24 de febrero de 2014

ORACIÓN A SAN JOSÉ (5)



¡Oh cuán justamente, santísimo José, habéis sido escogido por especial protector de los agonizantes y de todos los que desean una buena muerte! Porque, en verdad, fue la vuestra tan dulce y tranquila, que no es de maravillar sea envidiada de todos los justos. Vos tuvisteis a uno y otro lado  de vuestra cama a Jesús y a María, y Vos los visteis rivalizar en caridad, para recompensaros en la muerte los servicios que a ambos hicisteis durante vuestra vida. Jesús y María os suministraban con su propia mano los auxilios que vuestra dolencia pedía. Jesús os consolaba con palabras del cielo, mientras que María con amor, más de madre que de esposa, atendía a todas vuestras necesidades. ¡Oh cuántas veces Jesús, mientras que con una mano sostenía vuestra lánguida cabeza, os abrazaba amorosamente con la otra! ¡Oh cuántas enjugó María el sudor de vuestra pálida frente! Moríais de amor, oh José, al sentir confortada vuestra agonía por un Dios, y asistida vuestra dolencia por la Madre del mismo Dios. Cerró en paz sus ojos el santo viejo Simeón, después de haber tenido a Jesús una sola vez en sus brazos; y Vos, José venturosísimo, que por tantos años le tuvisteis en vuestra compañía haciéndole y recibiendo de él cien caricias; Vos que sabíais que Dios mismo recogería vuestro último suspiro en el ósculo santo con que os despediría Jesús; Vos finalmente que no ignorabais que vuestros ojos serían cerrados por María; ¿con cuánta más razón que aquel anciano y venerable Profeta podríais exclamar al morir: "Nunc dimittis servum tuum, patrem tuum, Domine Fili mi Jesu, secundum verbum tuum in pace"? Y ya que vuestra muerte ¡oh gran Patriarca! fue tan honrada, tan dulce, tan bella y tan preciosa, imploro por ella vuestra protección, a fin de que, en aquella hora tan terrible para los pecadores, me alcancéis un verdadero dolor de mis pecados, junto con una gran confianza en la misericordia de mi Señor y en los méritos de María: desde ahora para entonces lo pido diciéndoos:
    Jesús, José y María, asistidme en mi agonía.

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