¡Oh inmaculada, oh enteramente pura Virgen María, Madre de Dios! Vos sois superior a todos los santos; sois la esperanza de los pecadores después de vuestro Hijo Jesucristo, y la alegría de los justos. Por vuestra mediación somos reconciliados con Dios. ¡Oh gran Princesa! cubridnos con las alas de vuestra misericordia, tened piedad de nosotros, y pues nos hemos entregado a vuestro servicio y consagrado a vuestro obsequio, admitidnos en el número de vuestros siervos, y no permitáis que Lucifer nos arrastre al infierno. ¡Oh Virgen inmaculada! nosotros nos acogemos a la sombra de vuestra protección, y por eso con una filial confianza os rogamos detengáis con vuestras súplicas la ira de vuestro Hijo, provocado de nuestros pecados, para que no nos desampare y abandone al poder del demonio nuestro enemigo.
¡Oh Reina del universo y señora nuestra! Vos sois la más poderosa abogada de los pecadores, después de Jesucristo, que es nuestro principal abogado para con el Padre: Vos sois en el mismo Señor el puerto seguro de los que naufragan: sois la consolación del mundo, el rescate de los cautivos, la alegría de los enfermos, la recreación de los afligidos, el refugio de toda la tierra. ¡Oh llena de gracia! alumbrad mi entendimiento. Soltad mi lengua para cantar vuestros loores, principalmente la Salutación angélica tan digna de Vos. Os adoro, oh paz, oh salvación, oh consolación de todo el mundo. Os adoro, paraíso de delicias, fuente de gracias, medianera entre Dios y los hombres.
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