¡Oh, San José, cuánta es nuestra desgracia! Tú, junto a Jesús, claro, sentías su dulce y benéfico influjo; a tu corazón llegaban y se te comunicaban el amor y la suavidad del suyo; mas ¡oh dolor! cuantas veces le recibimos nosotros al amorosísimo Jesús, en el Santísimo Sacramento de su amor, otras tantas nos quedamos, acaso, fríos e indiferentes. Y atiende que no se contenta Él de vivir a nuestro lado, sino que, achicándose, anonadándose, en cierto modo, penetra dentro de nuestro mismo corazón; para allí mismo encender su amorosa hoguera, en donde ardiente y viva pone el enemigo la suya; para dirigir Él mismo desde allí nuestros menores deseos y pensamientos. Y en retorno, en vez de buscarle, cual los mismos gentiles, si no le arrojamos con desprecio, le miramos con indiferencia y desagrado. Y Jesús calla y sufre y... aun nos ama. ¿Por qué nos quedamos confundidos, bajo el peso de tamaña ingratitud?
JACULATORIA. Haz, José glorioso, que no nos hagamos los sordos a los dulces reclamos de nuestro buen Jesús. Amén.
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