Glorioso san Mamés, rosa hermosa entre las muchas que adornan el delicioso Paraíso de la Iglesia, tú fuiste quien quedó huérfano y destituido en el mismo día del nacimiento, quien las lágrimas que caían a la boca convertía en néctar para conservar la vida, quien desde el instante que salió al mundo sirvió para los trabajos de ejemplo, quien desde los primeros años, para no ir errado, buscaba a los Maestros, que ejercitados en su empleo, pudiera en el progreso de las virtudes imitarlos, aprendiendo de David, que siendo pastorcillo quebrantó la cabeza al gigante Goliat, viva representación del vicio. Has, santo mío, que así como en ti se vieron vencidos antes los vicios que nacidos, ya que en mí han echado tantas raíces, las corte del todo, llevando con paciencia los trabajos y plantando en mi corazón las flores de virtud que son el adorno de la gracia. Amén.
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