Buenos días. Hoy miércoles las lecturas nos enseñan la paciencia, bondad y misericordia de Dios, que no quiso destruir la ciudad de Nínive, y en el evangelio Jesús nos muestra la cercanía de Dios, como un padre bueno al que podemos hablar. Es todo un proceso de aprendizaje porque la imagen del Dios todopoderoso nos lleva a pensar que Dios debería quitar el mal y a los malvados de la Tierra, pero Dios es un Padre que ama, y que le duelen todos sus hijos, especialmente los que hacen el mal, por eso no quiere la muerte del pecador sino su conversión. Seamos buenos y confiemos en Dios, que es rico en misericordia con nosotros, sus hijos pecadores.
Texto del Evangelio (Lc 11, 1-4): Sucedió que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».
Pocas explicaciones necesita el Padre nuestro.
Te propongo que los reces despacio una vez y después te centres en aquellas palabras en las que hayas encontrado consuelo, o sentido una llamada, o te hayan provocado alguna resistencia interior.
Acoge el “Hijo mío”, que Dios te reza y después respóndele:
Hijo mío, que estás en la tierra. Haz que tu vida sea el mejor reflejo de mi nombre.
Adéntrate en mi reino, en cada paso que des, en cada decisión que tomes, en cada caricia y cada gesto.
Constrúyelo tú por mí, y conmigo. Esa es mi voluntad, en la tierra y en el cielo.
Toma el pan de cada día, consciente de que es un privilegio y un milagro.
Perdono tus errores, tus caídas tus abandonos… pero haz tú lo mismo con la fragilidad de tus hermanos.
Lucha para seguir el camino correcto en la vida, que yo estaré a tu lado.
Y no tengas miedo, que el mal no ha de tener, en tu historia, la última palabra.
Amén.
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