miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL PECECILLO DE ORO (Cuento popular ruso)

 
     Había una vez un pobre pescador que vivía en una cabaña. Estaba casado con una mujer gruñona y egoísta que cada día lo despertaba a gritos:
    - ¡Venga, perezoso! ¡Ve a pescar y no vuelvas hasta tener la barca llena!
    Y el pescador salía a pescar en su barca. Una tarde, cuando ya se ponía el sol, sacó con su caña un pececillo dorado:
    - ¡Qué pez más bonito! -dijo el pescador.
    Pero cuál fue su sorpresa cuando oyó que el pez hablaba:
    - Déjame libre, pescador. Soy el pececillo de oro, el hijo del rey del mar. Si me perdonas la vida, te concederé lo que quieras.
    El buen pescador dejó libre al pescadito. Al atardecer, llegó a su casa y se lo explicó a su mujer:
    - ¿Y no le has pedido nada? ¡Mira que eres tonto! Vuelve ahora mismo y dile que quieres un cubo nuevo.
    El buen pescador volvió al mar y llamó al pececillo:
    - ¡Pececillo de oro, pececillo de oro! ¿Me concedes ese deseo?
    El pez salió del agua muy contento y contestó:
    - Claro que sí, lo que quieras.
    - Mi mujer quiere un cubo nuevo...
    - Ve a casa y allí lo encontrarás -le dijo el pez.
    El pescador llegó a su casa muy contento. Pero su mujer le dijo:
    - ¿Sólo le has pedido esto? ¿Crees que es suficiente con un cubo nuevo? ¡Pídele una casa nueva!
    El buen pescador se fue otra vez hacia el mar:
    - Pececillo de oro, mi mujer cree que necesitamos una casa...
    El pez sacó la cabeza del agua, un poco irritado:
    - Está bien, te lo prometí.
    - ¡Gracias, muchas gracias, pececillo de oro!
    El pescador se fue a casa, pero antes de poder ver su casa nueva, su mujer ya le salía al paso:
    - ¡Hombre sin ambiciones! ¿Crees que puedo vivir en esta casa sin criadas? Ve y dile a tu pez que me haga reina y me dé un palacio.
    El pobre hombre, muy avergonzado, llamó otra vez al pececillo de oro:
    - Pececillo de oro, pececillo de oro. Mi mujer, ya la conoces, quiere ser reina y yo...
    Pero, por más que lo llamó, el pez no salió del agua.
    Cuando oscureció, el pescador volvió a su casa. De repente, un gran rayo iluminó el cielo y el pescador descubrió la cabaña de siempre
  en lugar de la casa nueva...
    - ¡Lo hemos perdido todo! ¡Qué tonto que eres! -le gritaba su mujer.
    Pero en el fondo, el pescador era feliz al ver que las cosas volvían a ser como siempre. Y del pececillo de oro nunca más se volvió a saber nada.

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