martes, 13 de diciembre de 2011

EL PIYAYO


     ¿Tú conoces al "Piyayo":
     un viejecillo renegro, reseco y chicuelo,    
     la mirada de gallo
     pendenciero
     y hocico de raposo
     tiñoso...
     que pide limosna por "tangos"
     y maldice cantando "fandangos"
     gangosos?
     ¡A chufla lo toma la gente
     y a mí me da pena
     y me causa un respeto imponente!
     Ata a su cuerpo una guitarra,
     que chilla como una corneja
     y zumba como una chicharra
     y tiene arrumacos de vieja
     pelleja.
     Yo lo he visto cantando,
     babeando
     de rabia y de vino,
     bailando
     con saltos felinos,
     tocando a zarpazos
     los acordes de un viejo "tangazo".
     Y el endeble Piyayo" jadea,
     y suda, y renquea.
     Y, a sus contorsiones de ardilla,
     hace son la sucia calderilla.
     ¡A chufla lo toma la gente!
     A mí me da pena
     y me causa un respeto imponente.
     Es su extraño arte
     su cepo y su cruz,
     su vida y su luz,
     su tabaco y su aguardientillo...
     y su pan y el de los nietecillos:
     "churumbeles" con greñas de alambre
     y panzas de sapos,
     que aúllan de hambre
     tiritando bajo los harapos,
     sin madre que lave su roña,
     sin padre que "afane",
     porque pena una muerte en Santoña,
     sin más sombra que la del abuelo...
     ¡Poca sombra, porque es tan chicuelo!
     En el Altozano
     tiene un cuchitril
     -¡a las vigas alcanza la mano!-,
     y por lumbre y por luz, un candil.
     Vacía sus alforjas
     -que son sus bolsillos-,
     bostezando, los siete chiquillos,
     se agrupan riendo.
     Y entre carantoñas les va repartiendo
     pan y pescao frito,
     con la parsimonia de un antiguo rito:
     -¡chavales!
     ¡Pan de flor de harina!...
     Mascarlo despasio.
     Mejó pan no se come en palasio.
     Y este pescaíto, ¿no es ná?
     ¡sacao uno a uno del fondo der má!
     ¡Gloria pura é!
     Las espinas se comen tamié,
     que tó es alimento...
     Así..., despasito.
     Muy remascaíto.
     ¡No llores, Manuela!
     Tú no pués, porque no tiés muelas-
     ¡Es tan chiquita
     mi niña bonita!...
     Así, despasito.
     Muy remascaíto,
     migaja a migaja -que dure- ,
     le van dando fin
     a los cinco reales que costó el festín.
     Luego, entre guiñapos, durmiendo,
     por matar el frío, muy apiñaditos,
     la Virgen María contempla al "Piyayo"
     riendo.
     Y hay un ángel rubio que besa la frente
     de cada gitano chiquito.
     ¡A chufla lo toma la gente!
     ¡A mí me da pena
     y me causa un respeto imponente!

            JOSÉ CARLOS DE LUNA

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