martes, 13 de septiembre de 2016

HISTORIA DEL SEÑOR DE LOS MILAGROS DE BUGA (COLOMBIA). ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DE SU NOVENA, PETICIÓN, PLEGARIA Y CONSAGRACIÓN.

HISTORIA:

Allá por el año 1580 Buga era un pequeño caserío, en el valle del Cauca, Colombia. El río de Buga corría en aquel entonces por el sitio donde ahora está el templo del Señor de los Milagros. Al lado izquierdo del río había un ranchito de paja donde vivía una india anciana cuyo oficio era lavar ropa. Esta mujer era muy piadosa y estaba ahorrando y reuniendo dinero para comprarse un Santo Cristo y poder rezarle todos los días. Reunió 70 reales que era lo que necesitaba para comprarlo y traerlo desde Quito.
Precisamente el día en que la piadosa lavandera iba a llevar su dinero al señor cura párroco para que le consiguiera la imagen, pasó por allí llorando un honrado padre de familia a quién iban a echar a la cárcel porque debía 70 reales y no tenía con qué pagarlos. La buena mujer se conmovió por esta tristeza de su vecino e inspirada por un pensamiento caritativo se propuso dejar para más tarde el conseguir su crucifijo, y le dio al pobre necesitado los 70 reales que tenía ahorrados. Aquel hombre lleno de alegría y de agradecimiento le deseó que Dios la bendijera y le ayudara mucho.
Unos días después, la anciana estaba lavando ropa en el río, cuando una ola colocó delante de ella un pequeño crucifijo de madera, que resultó para ella una joya más valiosa que todo el oro y la plata y las esmeraldas que le pudieran ofrecer. El crucifijo hallado de esta manera no podía haber pertenecido por allí cerca a ninguna otra persona, pues hacia arriba, a las orillas del río no vivía nadie. La feliz lavandera, llena de gozo y perfectamente tranquila en su conciencia, respecto a su posesión, se dirigió a su choza e improvisó allí un altarcito, sobre el cual colocó el santo Cristo que le había llegado de manera tan misteriosa, guardándolo cuidadosamente en una cajita de madera.
Una noche la anciana oyó golpecitos en el sitio donde guardaba la imagen y averiguando lo que pasaba se llevó una gran sorpresa al darse cuenta que el Santo Cristo y la cajita habían crecido notablemente, pero se imaginó que eso sería ilusión de sus ojos ya muy debilitados por la edad. Pero pocos días después advirtió que la imagen tenía ya ceca de un metro de estatura. Sorprendida por este milagro avisó al cura párroco y a los señores más importantes del pueblo, los cuales visitaron enseguida la habitación de la anciana y comprobaron por sus propios ojos la verdad de lo que ella les había contado, y que esta pobre mujer poseía un crucifijo de un tamaño muy difícil de conseguir por aquellos alrededores, y que ella no tenía ni dinero ni amistades para conseguir semejante imagen, y que por lo tanto la existencia de aquel crucifijo allí no se podía explicar naturalmente y que tenía que ser un milagro.
Y resultó que la sagrada imagen se fue deformando porque los devotos le quitaban pedacitos de madera para llevarlos como reliquia y porque todos la tocaban con sus manos sudorosas, y se fue poniendo tan fea que ya a los muy amigos del arte, más que devoción les causaba repulsión. Entonces un visitador especial llegado de Popayán mandó que la dicha imagen fuera quemada y destruida por el fuego. Los devotos se estremecieron de sentimiento al conocer esta orden, pero era necesario obedecer.
Pero lo maravilloso fue que la imagen al ser echada a las llamas empezó a sudar y a sudar tan copiosamente que los vecinos empapaban algodones con aquel sudor para llevarlos como reliquias y obtener curaciones. Este milagro fue comprobado y atestiguado con la gravedad de juramento por numerosas personas. Y al terminar el sudor, la Sagrada imagen se había vuelto mucho más hermosa de lo que estaba antes, y se le fue lo que anteriormente tenía de desagradable.
La señora Luisa Sánchez que vivió en aquellos tiempos declaró con juramento: "El sudor duró dos días. Todos los vecinos de los alrededores venían con algodones a recoger sudor y llevarlo como reliquias, y yo también recogí allí de aquel sudor en algodones y todavía lo guardo. Y desde aquel milagro la gente le empezó a tener gran devoción a esta santa imagen y a considerarla como de hechura milagrosa y comenzaron a obtener favores de Dios que consideraron sobrenaturales y milagrosos. Y no sólo en esta ciudad sino en muchas otras ciudades y regiones de donde se han visto llegar muchos romeros y peregrinos a visitar la sagrada imagen. A muchos de ellos les hemos oído contar que se sanaron prodigiosamente de graves enfermedades. Otros narran que se libraron de gravísimos peligros al invocar al Señor de los Milagros". (Firmado y apoyado con juramento).
Después de estos sucesos extraordinarios el ranchito de la anciana se convirtió en sitio de oraciones y peregrinaciones. A los anteriores milagros siguieron muchos más y fue tal la cantidad que la gente le dio a esta imagen el nombre con el cual se le conoce desde hace siglos: El Señor de los Milagros.
Después de muerta la ancianita se pensó cual era el mejor lugar para colocar el Cristo. Su ranchito quedaba frente a las aguas y he aquí que el río creció muchísimo y cambió de cauce y se desvió hacia el sur, desde unas tres cuadras más arriba del punto de la aparición, y dejó así el sitio libre para construirle el templo al Santo Cristo, templo que al principio era un edificio pequeño y se le llamaba la ermita.
Apenas se fueron difundiendo las noticias de los maravillosos milagros que se conseguían junto al Cristo de Buga se desató una corriente de peregrinaciones y devociones.


En 1907 tuvo lugar la construcción y consagración de un nuevo templo construido con las donaciones de sus devotos agradecidos y se hizo una solemnísima traslación de la milagrosa imagen hacia su nuevo altar.
En 1937 el Papa Pío XI por medio de su secretario el Cardenal Pacelli (futuro Papa Pío XII) expidió un decreto por el cual decretaba que al templo del Señor de los Milagros de Buga se le concedía el título de Basílica.

ORACIÓN:
Señor de los Milagros, te damos gracia porque a una indiecita la hiciste instrumento de tus maravillas. Aquella mujer nos recordó que importaba más la libertad de un hombre que la posesión de una imagen.
Suscita en nosotros el recuerdo de esta lección evangélica siempre que nos postremos ante Ti, Señor de los Milagros, para pedirte un favor o agradecerte un beneficio. Acrecienta nuestra fe en tu presencia, que se manifiesta de diversos modos, ya te adoremos en la Eucaristía, ya te consideremos en tu Evangelio, o cuando nos postremos ante tu cruz, o te veamos en nuestros hermanos, especialmente en los que sufren y en los que luchan por el logro de sus aspiraciones hacia una vida más digna.
Bendícenos misericordioso a todos e inspíranos deseos sinceros de una vida más cristiana y entregada al servicio de nuestros hermanos. Amén.


PETICIÓN
Pidamos al Señor la gracia deseada o hagamos un propósito concreto.

PLEGARIA:
Te doy gracias, Señor Jesús, porque con tus palabras y tu ejemplo viniste a proponer un nuevo modo de ser personas y de vivir en fraternidad. Perdóname porque a veces me he desviado del camino del bien, y perdona a todos aquellos que no quieren cambiar y persisten en sus errores. Y con tu perdón danos la fortaleza de tu Espíritu Santo para caminar por sendas de justicia y rectitud.
María, Nuestra Señora del Camino, que acompañaste a tu hijo Jesús durante toda la vida y, en especial, por la vía del Calvario, ilumínanos con la estrella que brilla en tu frente y cúbrenos con tu manto protector. Ven con nosotros al caminar y consuélanos con tu presencia en el momento de la muerte. Amén. (Padre Nuestro, Ave María y Gloria).
Jaculatoria: Señor, que tu nombre sea glorificado en toda la tierra.

CONSAGRACIÓN:
Señor de los Milagros, porque te amo, he venido a visitarte para alabarte, bendecirte y darte gracias por tantos favores como me has concedido.
Señor de los Milagros, porque te amo, me arrepiento de todos los pecados que he cometido y con los cuales te he crucificado de nuevo en mi corazón; te prometo comenzar desde hoy una vida nueva.
Señor de los Milagros, porque te amo, quiero verte presente en cada uno de mis hermanos.
Señor de los Milagros, porque te amo, he venido a suplicarte como el leproso del Evangelio: "Señor, si quieres, puedes curarme" (Mc 1, 40). Cúrame, señor, de la enfermedad del pecado y de las demás enfermedades que me hacen sufrir.
Señor de los Milagros, porque te amo, me consagro a tu servicio con mi familia, con mis seres queridos, con mis trabajos, problemas y alegrías.
Señor de los Milagros, porque te amo, quiero vivir siempre contigo durante la vida para vivir siempre contigo en el Cielo.
Oh, María, Madre del Perpetuo Socorro, presenta tú misma esta consagración a tu divino Hijo. Amén.

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