Domine ad adjuvandum me festina. (Apresúrate a ayudarme).
Madre mía, haz que mi corazón acompañe tu dolor en la muerte de Jesús.
DOLOR I
Me compadezco de Vos, dolorosísima Madre, por la primera espada de dolor que os traspasó el corazón, cuando en el templo, por medio de san Simeón, se os representaron todos los ultrajes que debían hacer los hombres a vuestro amado Jesús, que Vos bien lo sabíais por las divinas Escrituras, hasta hacerle morir delante de vuestros ojos pendiente de un infame madero, desangrado y desamparado de todos, sin poderle Vos defender ni ayudar. Por aquella dolorosa memoria, pues, que por tantos años os afligió el corazón, os ruego, Reina mía, me alcancéis la gracia de que yo siempre, en la vida y en la muerte, tenga impresa en el corazón la pasión de Jesús y vuestros dolores.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR II
Me compadezco de Vos, Madre mía dolorosísima, por la segunda espada que os traspasó al ver a vuestro Hijo inocente, recién nacido, perseguido ya de muerte de los mismos hombres por quienes había venido al mundo; de manera que entonces os visteis obligada a huir, de noche y a escondidas, a Egipto. Por tantos trabajos, pues, como Vos, delicada doncella, en compañía de vuestro desterrado Niño padecisteis en el viaje largo y trabajoso por países desiertos y ásperos, en la detención en Egipto, donde, siendo desconocidos y forasteros, vivisteis todos aquellos años pobres y despreciados, os ruego, amada Señora mía, me alcancéis la gracia que sufra yo con paciencia en vuestra compañía, hasta la muerte, los trabajos de esta miserable vida, para que pueda en la otra librarme de los trabajos eternos del infierno, que tengo merecidos. Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR III
Me compadezco de Vos, Madre mía dolorosísima, por la tercera espada que os hirió en la pérdida de vuestro querido Hijo Jesús, que, quedándose tres días ausente de Vos en Jerusalén, entonces Vos, no viendo al lado a vuestro amor e ignorando la causa de su ausencia, juzgo, amante Reina mía, que en aquellas noches no descansaríais ni haríais más que suspirar por aquel que era todo vuestro bien. Por los suspiros, pues, de aquellos tres días, para Vos muy largos y amargos, os ruego me alcancéis la gracia de no perder jamás a mi Dios, para que viva siempre abrazado con Él, y así me parta del mundo en la hora de mi muerte. Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR IV
Me compadezco de Vos, Madre mía, dolorosísima, por la cuarta espada que os traspasó al ver a vuestro Jesús sentenciado a muerte, atado con sogas y cadenas, cubierto de sangre y llagas, coronado de espinas, cayendo por el camino debajo la pesada cruz que llevaba en sus hombros llagados, yendo como un cordero inocente a morir por nuestro amor. Se encontraron entonces ojos con ojos, y se convirtieron vuestras miradas en otras tantas saetas crueles con que os heristeis recíprocamente los corazones enamorados. Por este gran dolor, pues, os ruego me alcancéis la gracia de vivir totalmente resignado en la voluntad de mi Dios, llevando con alegría mi cruz en compañía de Jesús, hasta la última respiración de mi vida.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR V
Me compadezco de Vos, Madre mía dolorosísima, por la quinta espada que os traspasó cuando en el monte Calvario os hallasteis presente a ver morir delante de los ojos poco a poco, entre tantas agonías y desprecios, en aquel duro lecho de la cruz, a vuestro amado Hijo Jesús, sin poderle dar ni aun el más mínimo de aquellos consuelos y alivios que se conceden al punto de morir aun a los más malvados. Y os ruego, por la agonía que Vos, amorosa Madre, padecísteis juntamente con vuestro Hijo agonizante, y por la ternura que sentísteis cuando Él desde la cruz os habló la última vez, y despidiéndose de Vos os dejó en Juan a todos nosotros por hijos; y Vos, constante, después le mirásteis bajar la cabeza y expirar: os ruego me alcancéis de vuestro amor crucificado la gracia de vivir y morir crucificado para todas las cosas de este mundo, para vivir solamente para Dios en toda mi vida, y así entrar un día a gozarle cara a cara en el cielo.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR VI
Me compadezco de Vos, Madre mía dolorosísima, por la sexta espada que os traspasó al ver herido de parte a parte el dulce corazón de vuestro Hijo ya muerto, y muerto por aquellos ingratos que, ni aun después de la muerte, estaban hartos de atormentarle. Por este cruel dolor, pues, que fue todo vuestro, os ruego me alcancéis la gracia de habitar en el corazón de Jesús, herido y abierto por mí; en aquel corazón, digo, que es la hermosa celda del amor donde descansan todas las almas amantes de Dios, y donde, viviendo yo, no piense ni ame otra cosa que a Dios: Virgen sacrosanta, Vos lo podéis hacer, de Vos lo espero.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR VII
Me compadezco de Vos, Madre mía dolorosísima, por la séptima espada que os traspasó al veros entre los brazos a vuestro Hijo ya muerto; no ya hermoso y blanco como lo recibisteis un día en el establo de Belén, sino ensagrentado, denegrido y todo despedazado por las heridas que le habían descubierto hasta los huesos: Hijo, diciendo entonces, Hijo, ¡a qué estado te ha reducido el amor! Y llevándole a enterrar quisisteis acompañarle también Vos y ponerle en el sepulcro con vuestras mismas manos, hasta que, dándole la última despedida, dejasteis allí sepultado con el Hijo vuestro corazón amante. Por tantos martirios, pues, de vuestra hermosa alma, alcanzadme, oh Madre del hermoso amor, el perdón de las ofensas que he hecho a mi amado Dios, de lo que me arrepiento con todo el corazón. Defendedme en las tentaciones, asistidme en la hora de mi muerte, para que salvándome por los méritos de Jesús y vuestros, vaya un día con vuestra ayuda, después de este miserable destierro, a cantar en el cielo las alabanzas de Jesús y las vuestras por toda la eternidad. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
V. Ruega por nosotros, Virgen dolorosísima.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, en cuya pasión la espada del dolor atravesó el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre María, según la profecía de Simeón; concédenos propicio, que los que hacemos memoria reverente de sus dolores, consigamos un feliz efecto de tu pasión: Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Benedicto XIII concedió 200 días de indulgencia al que reza dicha Corona en las iglesias de los Padres Servitas; y lo mismo al que la reza los viernes y cuaresma en cualquier lugar. Y en otros días 100 días por cada Padre nuestro y Ave María. Al que la reza entera 7 años. Al que la reza un año indulgencia plenaria, aplicable por las almas del purgatorio.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR II
Me compadezco de Vos, Madre mía dolorosísima, por la segunda espada que os traspasó al ver a vuestro Hijo inocente, recién nacido, perseguido ya de muerte de los mismos hombres por quienes había venido al mundo; de manera que entonces os visteis obligada a huir, de noche y a escondidas, a Egipto. Por tantos trabajos, pues, como Vos, delicada doncella, en compañía de vuestro desterrado Niño padecisteis en el viaje largo y trabajoso por países desiertos y ásperos, en la detención en Egipto, donde, siendo desconocidos y forasteros, vivisteis todos aquellos años pobres y despreciados, os ruego, amada Señora mía, me alcancéis la gracia que sufra yo con paciencia en vuestra compañía, hasta la muerte, los trabajos de esta miserable vida, para que pueda en la otra librarme de los trabajos eternos del infierno, que tengo merecidos. Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR III
Me compadezco de Vos, Madre mía dolorosísima, por la tercera espada que os hirió en la pérdida de vuestro querido Hijo Jesús, que, quedándose tres días ausente de Vos en Jerusalén, entonces Vos, no viendo al lado a vuestro amor e ignorando la causa de su ausencia, juzgo, amante Reina mía, que en aquellas noches no descansaríais ni haríais más que suspirar por aquel que era todo vuestro bien. Por los suspiros, pues, de aquellos tres días, para Vos muy largos y amargos, os ruego me alcancéis la gracia de no perder jamás a mi Dios, para que viva siempre abrazado con Él, y así me parta del mundo en la hora de mi muerte. Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR IV
Me compadezco de Vos, Madre mía, dolorosísima, por la cuarta espada que os traspasó al ver a vuestro Jesús sentenciado a muerte, atado con sogas y cadenas, cubierto de sangre y llagas, coronado de espinas, cayendo por el camino debajo la pesada cruz que llevaba en sus hombros llagados, yendo como un cordero inocente a morir por nuestro amor. Se encontraron entonces ojos con ojos, y se convirtieron vuestras miradas en otras tantas saetas crueles con que os heristeis recíprocamente los corazones enamorados. Por este gran dolor, pues, os ruego me alcancéis la gracia de vivir totalmente resignado en la voluntad de mi Dios, llevando con alegría mi cruz en compañía de Jesús, hasta la última respiración de mi vida.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR V
Me compadezco de Vos, Madre mía dolorosísima, por la quinta espada que os traspasó cuando en el monte Calvario os hallasteis presente a ver morir delante de los ojos poco a poco, entre tantas agonías y desprecios, en aquel duro lecho de la cruz, a vuestro amado Hijo Jesús, sin poderle dar ni aun el más mínimo de aquellos consuelos y alivios que se conceden al punto de morir aun a los más malvados. Y os ruego, por la agonía que Vos, amorosa Madre, padecísteis juntamente con vuestro Hijo agonizante, y por la ternura que sentísteis cuando Él desde la cruz os habló la última vez, y despidiéndose de Vos os dejó en Juan a todos nosotros por hijos; y Vos, constante, después le mirásteis bajar la cabeza y expirar: os ruego me alcancéis de vuestro amor crucificado la gracia de vivir y morir crucificado para todas las cosas de este mundo, para vivir solamente para Dios en toda mi vida, y así entrar un día a gozarle cara a cara en el cielo.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR VI
Me compadezco de Vos, Madre mía dolorosísima, por la sexta espada que os traspasó al ver herido de parte a parte el dulce corazón de vuestro Hijo ya muerto, y muerto por aquellos ingratos que, ni aun después de la muerte, estaban hartos de atormentarle. Por este cruel dolor, pues, que fue todo vuestro, os ruego me alcancéis la gracia de habitar en el corazón de Jesús, herido y abierto por mí; en aquel corazón, digo, que es la hermosa celda del amor donde descansan todas las almas amantes de Dios, y donde, viviendo yo, no piense ni ame otra cosa que a Dios: Virgen sacrosanta, Vos lo podéis hacer, de Vos lo espero.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
DOLOR VII
Me compadezco de Vos, Madre mía dolorosísima, por la séptima espada que os traspasó al veros entre los brazos a vuestro Hijo ya muerto; no ya hermoso y blanco como lo recibisteis un día en el establo de Belén, sino ensagrentado, denegrido y todo despedazado por las heridas que le habían descubierto hasta los huesos: Hijo, diciendo entonces, Hijo, ¡a qué estado te ha reducido el amor! Y llevándole a enterrar quisisteis acompañarle también Vos y ponerle en el sepulcro con vuestras mismas manos, hasta que, dándole la última despedida, dejasteis allí sepultado con el Hijo vuestro corazón amante. Por tantos martirios, pues, de vuestra hermosa alma, alcanzadme, oh Madre del hermoso amor, el perdón de las ofensas que he hecho a mi amado Dios, de lo que me arrepiento con todo el corazón. Defendedme en las tentaciones, asistidme en la hora de mi muerte, para que salvándome por los méritos de Jesús y vuestros, vaya un día con vuestra ayuda, después de este miserable destierro, a cantar en el cielo las alabanzas de Jesús y las vuestras por toda la eternidad. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria y Madre mía.
V. Ruega por nosotros, Virgen dolorosísima.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, en cuya pasión la espada del dolor atravesó el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre María, según la profecía de Simeón; concédenos propicio, que los que hacemos memoria reverente de sus dolores, consigamos un feliz efecto de tu pasión: Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Benedicto XIII concedió 200 días de indulgencia al que reza dicha Corona en las iglesias de los Padres Servitas; y lo mismo al que la reza los viernes y cuaresma en cualquier lugar. Y en otros días 100 días por cada Padre nuestro y Ave María. Al que la reza entera 7 años. Al que la reza un año indulgencia plenaria, aplicable por las almas del purgatorio.
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