Una pobre mujer, con su hijo pequeño en brazos, pasaba delante de una cueva cuando escuchó una voz misteriosa que, desde dentro, le decía: “Entra y toma todo lo que quieras, pero no te olvides de lo principal. Una vez que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo más importante”.
La mujer entró toda temblorosa en la cueva y encontró allí mucho oro y diamantes. Entonces, fascinada por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a recoger, ansiosamente, todo lo que cabía en su delantal.
De pronto, la voz misteriosa habló nuevamente: “Te quedan solo cinco minutos”. La mujer, afanada, continuaba recogiendo lo más que podía. Al fin, cargada de oro y de piedras preciosas, corrió y llegó presurosa a la entrada de la cueva cuando la puerta ya se estaba cerrando. En menos de un segundo se cerró.
Y en ese momento se acordó de que su hijo se había quedado dentro. ¡La cueva estaba ya sellada para siempre! El gozo de la riqueza desapareció enseguida y la angustia y la desesperación la hicieron llorar amargamente.
¡Tenemos unos cuantos años para vivir en este mundo, y podemos dejar de lado lo principal! ¿Qué es lo principal en esta vida? Dios, su vida de gracia, sus valores morales y espirituales, la familia, los hijos y la total armonía con Dios y con tu prójimo.
Qué pena cuando se ve que tantos ponen en peligro su salvación eterna y su misma felicidad aquí en la tierra por cuatro cosas que nada valen.
¿Qué aprovecha a la persona todo lo terrenal o con satisfacer todas las ambiciones de la inteligencia y de la voluntad? ¿De qué sirve todo esto, si se acaba, si todo se hunde e implica perder a Dios para siempre?
Mientras peregrinemos por esta vida tenemos la esperanza de recuperar la vida de Dios en nosotros. Cada quien sabe si ha perdido o no su vida o alma espiritual; y si la ha perdido sabrá en qué momento.
Pero será Dios, en el momento del juicio personal, quien lo confirmará.
Recordemos que la vida pasa rápido y que la muerte biológica nos llega de sorpresa, inesperadamente. Cuando la puerta de esta vida se cierra para nosotros, de nada valdrán las lamentaciones. Pensemos en esto por un momento y no pasemos de largo ante esta llamada de Dios.
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