martes, 30 de marzo de 2021
LOS QUE IGNORAN QUE ESTÁN MUERTOS (Amado Nervo)
No lo saben sino después de cierto tiempo, cuando un espíritu caritativo se los dice, para despegarlos definitivamente de las miserias de este mundo.
Generalmente se creen aún enfermos de la enfermedad de que murieron; se quejan, piden medicinas... Están como en una especie de adormecimiento, de bruma, de los cuales va desprendiéndose poco a poco la divina crisálida del alma.
Los menos puros, los que han muerto más apegados a las cosas, vagan en derredor nuestro, presas de un desconcierto y de una desorientación por todo extremo angustiosos.
Sienten dolores, hambre, sed, exactamente como si vivieran, no de otra suerte que el amputado siente que posee y aun que le duele el miembro que se le segregó.
Nos hablan, se interponen en nuestro camino, y desesperan al advertir que no los vemos ni les hacemos caso. Entonces se creen víctimas de una pesadilla y anhelan despertar.
Pero la impresión más poderosa — como más cercana, — es la de que les sigue doliendo aquello que los mató.
Y, en efecto, una tarde en que por curiosidad asistí a cierta sesión espiritista, pude comprobarlo.
La médium era parlante. (Ustedes saben que hay médiums auditivos, videntes, materializadores, etc.) Las almas de los muertos se servían de su boca para conversar con los presentes, o como si dijéramos hablaban por boca de ganso.
Debo advertir, a fin de que no parezca a ustedes ilógico ni en contradicción con lo que he dicho lo que voy a relatar, que no es preciso que un muerto sepa que está muerto para hablar u obrar por ministerio de un médium.
En ese sopor a que me refería antes, los espíritus recientemente desencarnados rondan a los vivos e instintiva, maquinalmente, cuando encuentran un médium lo aprovechan para comunicarse, no de otra suerte que un viandante, aunque no esté en sus cabales, por instinto también, aprovecha un puente para llegar al otro lado del río.
Empezó, pues, la sesión sin matar las luces, y la médium cayó en trance.
Momentos después, exclamaba:
— « ¡Estoy mal herido! ¡Socórranme! » y se apretaba con ambas manos el costado derecho.
— ¿Quién es usted? — preguntó el que presidía la sesión.
— « Soy Valente Martínez, y me han herido aquí, en la plazuela del Carmen; me han herido a traición. Estoy desangrándome... Vengan a levantarme. »
Y por la cara de la médium pasaban como oleadas de dolor y de agonía.
Muchos de los allí presentes experimentamos gran sorpresa, porque, en efecto, en los periódicos de la última semana se había hablado con lujo de detalles del asesinato de Valente Martínez, cometido a mansalva por un celoso. Así, pues, la sesión se volvía interesante.
— « ¡Vengan a levantarme! » — seguía diciendo con inflexión plañidera la médium. — « Me estoy desangrando: es una falta de caridad dejarme así, tirado en una plazuela»...
— Está usted en un error, insinuó entonces el que presidía: cree usted estar herido y abandonado en la calle; pero en realidad está usted muerto!
— « ¡Muerto yo! — exclamó la médium con dolorosa sorna. ¡Muerto! ¡Le digo a usted que estoy mal herido! »
Y seguía apretándose el costado.
— Está usted muerto y bien muerto. Murió usted de la puñalada el viernes último en el hospital de San Lucas.
La médium se impacientaba:
« ¡Es una falta de caridad dejarme tirado como a un perro! ¡como a un perro, sí, en medio de la calle! »
Y se retorcía en su asiento.
— De suerte, preguntó el que presidía: ¿que usted insiste en que está vivo?
« Sí ¡y mal herido! Ayúdenme a levantarme. ¡No sean malos! »
— Pues le voy a probar a usted que está muerto: Usted ¿qué es, hombre o mujer?
— « ¡Vaya una pregunta necia: soy hombre! »
— ¿Está usted seguro?
La médium hizo un movimiento de contrariedad: — « ¡Que si estoy seguro! ¡Qué ocurrencia! »
Bueno, pues tóquese usted la cara y el pecho.
La médium se llevó la diestra a las mejillas, y una expresión de indecible pasmo se pintó en su rostro: Valente Martínez (que, según los retratos de los diarios, era barbicerrado) se palpaba imberbe...
La mano temblorosa se posó en seguida en el labio superior, buscando el ausente bigote Luego, más temblorosa aún, descendió al pecho, y, al advertir la túrgida carne de los senos, la médium dejó escapar un grito, gutural, horrible, en tanto que fríos sudores mojaban su frente, lívida de tortura, en la que se leía el supremo espanto de la convicción...
Siguió un silencio muy largo, durante el cual la médium, inmóvil, murmuraba no sé qué, con labios convulsos, y, por fin, el que presidía dijo:
— ¡Ya ve usted cómo está bien muerto!
Yo lo he desengañado por caridad, para que no piense más en las cosas de la tierra y procure elevar su espíritu a Dios…..
— Tiene usted razón, — murmuró penosamente la médium.
Luego, después de una pausa, suspiró:
« ¡Gracias! »
Y ya no profirió palabra alguna, hasta salir del trance.
domingo, 28 de marzo de 2021
viernes, 26 de marzo de 2021
miércoles, 24 de marzo de 2021
DIOS, AMIGO NUESTRO
lunes, 22 de marzo de 2021
sábado, 20 de marzo de 2021
EL PUERCO AMARRADO
viernes, 19 de marzo de 2021
VARIAS ORACIONES A SAN JOSÉ EN SU FESTIVIDAD
jueves, 18 de marzo de 2021
VARIAS ORACIONES A SAN JOSÉ EN LA VÍSPERA DE SU FESTIVIDAD
San José, la sabiduría del Espíritu Santo te guió en todo momento para que gustando de las cosas de Dios más fácilmente pudieras comunicarla a nosotros. Haz que podamos siempre participar y gustar de los bienes de Dios. Así sea.
***************************************
miércoles, 17 de marzo de 2021
LOS MALOS NO SE INSCRIBEN
EL FANTASMA SOY YO (Amado Nervo)
Vivants, vous êtes des fantômes.
C'est nous qui sommes les vivants!
V. H.
martes, 16 de marzo de 2021
ORACIÓN PARA EL TRABAJO
jueves, 11 de marzo de 2021
LOS MUERTOS SE FUERON ANTES (Amado Nervo)
Lloras a tus muertos con un desconsuelo tal que no parece sino que tú eres eterno.
Not dead but gone before, dice bellamente el prólogo inglés.
Tu impaciencia se agita como loba hambrienta, ansiosa de devorar enigmas.
¿Pues no has de morir tú un poco después y no has de saber por fuerza la clave de todos los problemas, que acaso es de una diáfana y deslumbradora sencillez?
Se fueron antes. ... ¿A qué pretender interrogarlos con insistencia nerviosa?
Déjalos siquiera que sacudan el polvo del camino; déjalos siquiera que restañen en el regazo del Padre las heridas de los pies andariegos; déjalos siquiera que apacienten sus ojos en los verdes prados de la paz...
El tren aguarda. ¿Por qué no preparar tu equipaje? Esto sería más práctica y eficaz tarea.
El ver a tus muertos es de tal manera cercano e inevitable, que no debes alterar con la menor festinación las pocas horas de tu reposo.
Ellos, con un concepto cabal del tiempo, cuyas barreras traspusieron de un solo ímpetu, también te aguardan tranquilos.
miércoles, 10 de marzo de 2021
lunes, 8 de marzo de 2021
LOS DOS FABRICANTES
domingo, 7 de marzo de 2021
ORACIÓN A LAS SANTAS PERPETUA Y FELICIDAD
miércoles, 3 de marzo de 2021
EL ÁNGEL CAÍDO (Amado Nervo)
Su mala suerte quiso que, en vez de dar sobre el fresco césped, diese contra bronca piedra, de modo y manera que el cuitado se estropeó un ala, el ala derecha, por más señas.
Allí quedó despatarrado, sangrando, y aunque daba voces de socorro, como no es usual que en la tierra se comprenda el idioma de los ángeles, nadie acudía en su auxilio.
En esto acertó a pasar no lejos un niño que volvía de la escuela, y aquí empezó la buena suerte del caído, porque como lo niños sí suelen comprender la lengua angélica (en el siglo XX mucho menos, pero en fin), el chico allegóse al mísero y sorprendido primero y compadecido después, tendióle la mano y le ayudó a levantarse.
Los ángeles no pesan, y la leve fuerza del niño bastó y sobró para que aquél se pusiese en pie.
Su salvador ofrecióle el brazo y vióse entonces el más raro espectáculo: un niño conduciendo a un ángel por los senderos de este mundo.
Cojeaba el ángel lastimosamente, ¡es claro! Acontecíale lo que acontece a los que nunca andan descalzos: el menor guijarro le pinchaba de un modo atroz. Su aspecto era lamentable. Con el ala rota, dolorosamente plegada, manchado de sangre y lodo el plumaje resplandeciente, el ángel estaba para dar compasión.
Cada paso le arrancaba un grito; los maravillosos pies de nieve empezaban a sangrar también.
—No puedo más —dijo al niño.
Y, este, que tenía su miaja de sentido práctico, respondióle:
—A ti (porque desde un principio se tutearon), a ti lo que te falta es un par de zapatos. Vamos a casa, diré a mamá que te los compre.
—¿Y qué es eso de zapatos? —preguntó el ángel.
—Pues mira —contestó el niño mostrándole los suyos—: algo que yo rompo mucho y que me cuesta buenos regaños.
—¿Y yo he de ponerme eso tan feo...?
—Claro..., ¡o no andas! Vamos a casa. Allí mamá te frotará con árnica y te dará calzado.
—Pero si ya no me es posible andar... ¡cárgame!
—¿Podré contigo?
—¡Ya lo creo!
Y el niño alzó en vilo a su compañero sentándolo en su hombro, como lo hubiera hecho un diminuto San Cristóbal.
—¡Gracias! —suspiró el herido—; qué bien estoy así... ¿Verdad que no peso?
—¡Es que yo tengo fuerzas! —respondió el niño con cierto orgullo y no queriendo confesar que su celeste fardo era más ligero que uno de plumas.
En esto se acercaban al lugar, y os aseguro que no era menos peregrino ahora que antes el espectáculo de un niño que llevaba en brazos a un ángel, al revés de lo que nos muestran las estampas.
Cuando llegaron a la casa, sólo unos cuantos chicuelos curiosos le seguían. Los hombres, muy ocupados en sus negocios, las mujeres que comadreaban en las plazuelas y al borde de las fuentes, no se habían percatado de que pasaban un niño y un ángel. Sólo un poeta que divagaba por aquellos contornos, asombrado clavó en ellos los ojos y sonriendo beatamente los siguió durante buen espacio de tiempo con la mirada... Después se alejó pensativo...
Grande fue la piedad de la madre del niño, cuando éste le mostró a su alirroto compañero.
—¡Pobrecillo! —exclamó la buena señora—; le dolerá mucho el ala, ¿eh?
El ángel, al sentir que le hurgaban la herida, dejó oír un lamento armonioso. Como nunca había conocido el dolor, era más sensible a él que los mortales, forjados para la pena.
Pronto la caritativa dama le vendó el ala, a decir verdad, con trabajo, porque era tan grande que no bastaban los trapos; y más aliviado y lejos ya de las piedras del camino, el ángel pudo ponerse en pie y enderezar su esbelta estatura.
Era maravilloso de belleza. Su piel translúcida parecía iluminada por suave luz interior y sus ojos, de un hondo azul de incomparable diafanidad, miraban de manera que cada mirada producía un éxtasis.
* * *
—Los zapatos, mamá, eso es lo que le hace falta. Mientras no tenga zapatos, ni María ni yo (María era su hermana) podremos jugar con él —dijo el niño.
Y eso era lo que le interesaba sobre todo: jugar con el ángel.
A María, que acaba de llegar también de la escuela, y que no se hartaba de contemplar al visitante, lo que le interesaban más eran las plumas; aquellas plumas gigantescas, nunca vistas, de ave del Paraíso, de quetzal heráldico..., de quimera, que cubrían las alas del ángel. Tanto, que no pudo contenerse, y acercándose al celeste herido, sinuosa y zalamera, cuchicheóle estas palabras:
—Di, ¿te dolería que te arrancase yo una pluma? La deseo para mi sombrero...
—Niña —exclamó la madre, indignada, aunque no comprendía del todo aquel lenguaje.
Pero el ángel, con la más bella de sus sonrisas, le respondió extendiendo el ala sana:
—¿Cuál te gusta?
—Ésta tornasolada...
—¡Pues tómala!
Y se la arrancó resuelto, con movimiento lleno de gracia, extendiéndola a su nueva amiga, quien se puso a contemplarla embelesada.
No hubo manera de que ningún calzado le viniese al ángel. Tenía el pie muy chico, y alargado en una forma deliciosamente aristocrática, incapaz de adaptarse a las botas americanas (únicas que había en el pueblo), las cuales le hacían un daño tremendo, de suerte que claudicaba peor que descalzo.
La niña fue quien sugirió, al fin, la buena idea:
—Que le traigan —dijo— unas sandalias. Yo he visto a San Rafael con ellas, en las estampas en que lo pintan de viaje, con el joven Tobías, y no parecen molestarle en lo más mínimo.
El ángel dijo que, en efecto, algunos de sus compañeros las usaban para viajar por la tierra; pero que eran de un material finísimo, más rico que el oro, y estaban cuajadas de piedras preciosas. San Crispín, el bueno de San Crispín, fabricábalas.
—Pues aquí —observó la niña— tendrás que contentarte con unas menos lujosas, y déjate de santos si las encuentras.
* * *
Por fin, el ángel, calzado con sus sandalias y bastante restablecido de su mal, pudo ir y venir por toda la casa.
Era adorable escena verle jugar con los niños. Parecía un gran pájaro azul, con algo de mujer y mucho de paloma, y hasta en lo zurdo de su andar había gracia y señorío.
Podía ya mover el ala enferma, y abría y cerraba las dos con movimientos suaves y con un gran rumor de seda abanicando a sus amigos.
Cantaba de un modo admirable, y refería a sus dos oyentes historias más bellas que todas las inventadas por los hijos de los hombres.
No se enfadaba jamás. Sonreía casi siempre, y de cuando en cuando se ponía triste.
Y su faz, que era muy bella cuando sonreía, era incomparablemente más bella cuando se ponía pensativa y melancólica, porque adquiría una expresión nueva que jamás tuvieron los rostros de los ángeles y que tuvo siempre la faz del Nazareno, a quien, según la tradición, nunca se le vio reír y sí se le vio muchas veces llorar».
Esta expresión de tristeza augusta, fue, quizá, lo único que se llevó el ángel de su paso por la tierra...
* * *
¿Cuántos días transcurrieron así? Los niños no hubieran podido contarlos; la sociedad con los ángeles, la familiaridad con el Ensueño, tienen el don de elevarnos a planos superiores, donde nos sustraemos a las leyes del tiempo.
El ángel, enteramente bueno ya, podía volar, y en sus juegos maravillaba a los niños, lanzándose al espacio con una majestad suprema; cortaba para ellos la fruta de los más altos árboles, y, a veces, los cogía a los dos en sus brazos y volaba de esta suerte.
Tales vuelos, que constituían el deleite mayor para los chicos, alarmaban profundamente a la madre.
—No vayáis a dejarlos caer por inadvertencia, señor Ángel —gritábale la buena mujer—. Os confieso que no me gustan juegos tan peligrosos...
Pero el ángel reía y reían los niños, y la madre acababa por reír también, al ver la agilidad y la fuerza con que aquél los cogía en sus brazos, y la dulzura infinita con que los depositaba sobre el césped del jardín... ¡Se hubiera dicho que hacía su aprendizaje de Ángel Custodio!
—Sois muy fuerte, señor Ángel —decía la madre, llena de pasmo.
Y el ángel, con cierta inocente suficiencia infantil, respondía:
—Tan fuerte, que podría zafar de su órbita a una estrella.
* * *
Una tarde, los niños encontraron al ángel sentado en un poyo de piedra, cerca del muro del huerto, en actitud de tristeza más honda que cuando estaba enfermo.
—¿Qué tienes? —le preguntaron al unísono.
—Tengo —respondió— que ya estoy bueno; que no hay ya pretexto para que permanezca con vosotros...; ¡que me llaman de allá arriba, y que es fuerza que me vaya!
—¿Qué te vayas? ¡Eso nunca! —replicó la niña.
—¿Y qué he de hacer si me llaman?...
—Pues no ir...
—¡Imposible!
Hubo una larga pausa llena de angustia.
Los niños y el ángel lloraban.
De pronto, la chica, más fértil en expedientes, como mujer, dijo:
—Hay un medio de que no nos separemos...
—¿Cuál? —preguntó el ángel, ansioso.
—Que nos lleves contigo.
—¡Muy bien! —afirmó el niño palmoteando.
Y con divino aturdimiento, los tres pusiéronse a bailar como unos locos.
Pasados, empero, estos transportes, la niña quedóse pensativa, y murmuró:
—Pero, ¿y nuestra madre?
—¡Eso es! —corroboró el ángel—; ¿y vuestra madre?
—Nuestra madre —sugirió el niño— no sabrá nada... Nos iremos sin decírselo... y cuando esté triste, vendremos a consolarla.
—Mejor sería llevarla con nosotros —dijo la niña.
—¡Me parece bien! —afirmó el ángel—. Yo volveré por ella.
—¡Magnífico!
—¿Estáis, pues, resueltos?
—Resueltos estamos.
Caía la tarde fantásticamente, entre niágaras de oro.
El ángel cogió a los niños en sus brazos, y de un solo ímpetu se lanzó con ellos al azul luminoso.
La madre en esto llegaba al jardín, y toda trémula violes alejarse.
El ángel, a pesar de la distancia, parecía crecer. Era tan diáfano, que a través de sus alas se veía el sol.
La madre, ante el milagroso espectáculo, no pudo ni gritar. Quedóse alelada, viendo volar hacia las llamas del ocaso aquel grupo indecible, y cuando, más tarde, el ángel volvió al jardín por ella, la buena mujer estaba aún en éxtasis.
ORACIÓN A SANTA CATALINA DREXEL