lunes, 21 de junio de 2021

LA PREFERIDA (Federico Mistral)

Un día un joven pastor dijo a la anciana madre de su madre, mujer llena de sabiduría y de bondad:
-Abuela, querida abuela, estoy ya en edad y condición de casarme; dígame qué clase de muchacha debo buscar para hacerla mi esposa.
-Según eso no amas a ninguna.
-No tengo predilección cierta, abuela, pero, si he de decir la verdad entera, confieso que, en nuestro pueblo, hay tres a quienes por  igual estimo y distingo.
La abuela meditó brevemente, y luego dijo:
-Véndate un brazo, muchacho, y pasa esta noche por las casas de estas tres niñas que te interesan. Diles que te has lastimado el brazo, y que te he recetado, para curar pronto, emplastos hechos con los restos de masa que suelen quedar en la batea después de amasar el pan. Y ven a verme mañana, que yo sabré entonces decirte cuál es la novia que te conviene, mi nieto.
Al día siguiente, la anciana sonreía oyendo, con la vista baja, el relato que, de las visitas hechas por él a las casas de sus jóvenes amigas, le hacía el obediente muchacho.
-Sí, señora -le decía el nieto-, anoche acudí a casa de Blanca. Estaban de fiesta. Amigos y amigas bailaban y cantaban, Blanca escuchó mi petición, y me despachó con esta respuesta: “En casa no amasamos, nos evitamos trabajos y preocupaciones comprándole al panadero”. Fui en seguida, en busca de Magdalena, quien, muy satisfecha de poder servirme, exclamó: “¿Restos de masa? Corre a pedírselos a mi madre, que es quien amasa aquí” y, sin hacerme mayor caso, volvió a enfrascarse en la lectura de un libro que había dejado por un minuto en su falda. Le di las gracias, pero, en vez de recurrir a la laboriosa madre de Magdalena, me encaminé hacia la casa de mi amiguita Isabel. La pobrecilla me escuchó muy afligida, pues no sabía cómo arreglárselas para ayudarme, y, casi a punto de llorar,  murmuró: “¡Pues sí que es lástima, amigo mío! Casualmente hoy mismo he amasado, pero en seguida, según ha enseñado mi madre, dejé la batea limpia como un espejo. ¡Si lo hubiera sabido!...”.
La abuela sonrió, y dijo:
-Ya puedo darte el consejo que de mí esperas, mi nieto. Cásate con la que tiene la batea limpia como un espejo. Será buena esposa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario