JOSÉ SANDOVAL NÚÑEZ. Seglar de Mijas. Lanjarón (Granada), --/--/1863 - “Cruz de Pizarra” Mijas (Málaga), 18/08/1936. 73 años.
José Sandoval era un militar retirado que llegó a Mijas en torno al año 1920 para instalarse con su mujer y sus hermanas. Hombre de misa diaria, era muy amigo del sacerdote José Jiménez del Pino. Los que lo conocieron lo recordaban por su desprendimiento y por las obras de caridad que hacía con los enfermos y las personas más desfavorecidas del pueblo. En mayo de 1936 se marchó a Málaga, ya que estaba siendo molestado y amenazado por su condición religiosa y social. En agosto de 1936, un mes después del Alzamiento Nacional, fue detenido en Málaga por milicianos de Mijas. Lo subieron a una camioneta donde fue objeto de numerosas vejaciones, montándose sobre él, apaleándolo y disparándole varios tiros hasta dejarlo medio muerto. Fue fusilado finalmente a la entrada de Mijas. Su asesinato se debió a sus creencias religiosas, sus grandes virtudes, ejemplos de piedad, apostolado del catecismo y obras de caridad.
Finalizamos el mes de junio (dedicado al Sagrado Corazón de Jesús) con el Domingo, día del Señor.
Comenzaremos oficialmente el “verano”, pero continuaremos cultivando y cuidando la fe. Esa fe que curó a la mujer enferma del evangelio y a la hija de Jairo.
La fe: ¡qué gran medicina es! O cura o nos da fuerza para afrontar lo difícil.
Pide hoy y siempre que la Fe te haga crecer, sentir y valorar más todo lo que Dios te regala.
¡Buen y bendecido día!
Texto del Evangelio (Mc 5, 21-43): En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.
Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.
Príncipe de los Apóstoles y de la Iglesia Católica: por aquella obediencia con que a la primera voz dejaste cuanto tenías en el mundo para seguir a Cristo; por aquella fe con que creíste y confesaste por Hijo de Dios a tu Maestro; por aquella humildad con que, viéndole a tus pies, rehusaste que te los lavase; por aquellas lágrimas con que amargamente lloraste tus negaciones; por aquella vigilancia con que cuidaste como pastor universal del rebaño que se te había encomendado; finalmente, por aquella imponderable fortaleza con que diste por tu Redentor la vida crucificado, te suplico, Apóstol glorioso, por tu actual sucesor el Vicario de Cristo. Alcánzame que imite del Señor esas virtudes tuyas con la victoria de todas mis pasiones; y concédeme especialmente el don del arrepentimiento para que, purificado de toda culpa, goce de tu amable compañía en la gloria. Amén.
ORACIÓN A SAN PABLO
Glorioso apóstol San Pablo, vaso escogido del Señor para llevar su santo nombre por toda la tierra; por tu celo apostólico y por tu abrasada caridad con que sentías los trabajos de tus prójimos como si fueran tuyos propios; por la inalterable paciencia con que sufriste persecuciones, cárceles, azotes, cadenas, tentaciones, naufragios y hasta la misma muerte; por aquel celo que te estimulaba a trabajar día y noche en beneficio de las almas y, sobre todo, por aquella prontitud con que a la primera voz de Cristo en el camino de Damasco te rendiste enteramente a la gracia, te ruego, por todos los apóstoles de hoy, que me consigas del Señor que imite tus ejemplos oyendo prontamente la voz de sus inspiraciones y peleando contra mis pasiones sin apego ninguno a las cosas temporales y con aprecio de las eternas, para gloria de Dios Padre, que con el Hijo y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.
Texto del Evangelio (Mt 16, 13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Texto del Evangelio (Mt 8, 1-4): En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio».
“Señor, si quieres, puedes” (Mt 8, 1-4)
Señor Jesús, este curso nos hemos sentido ¡tan arropados por Ti! ¡Te hemos tenido tan cerca cada mañana! Gracias porque tu Palabra nos da vida y nos indica el camino a seguir.
Y sí, Señor Jesús, nos ha pasado de todo, a nosotros o a los otros, todos tuyos: hemos hecho frente a las tormentas, a las malas rachas, a la enfermedad, a la despedida de los que amamos, a los miedos, a las incertidumbres, a las caídas, a las tentaciones, a los momentos de desánimo y a las afrentas propias de cada momento. Y en todo hemos sentido que estabas con nosotros porque “Señor, si quieres, puedes” y has querido poder y nosotros hemos querido querer como Tú.
Y por supuesto, Señor Jesús, hemos vivido momentos extraordinarios, de júbilo, de verdadera alegría, de encuentro, de paz, de ver que la siembra da fruto, de reconocer que tu Espíritu obra milagros en y a través nuestro, de fraternidad, de mucha esperanza, de vida, de logros inimaginables, de encuentros irremplazables, de miradas colmadas de luz y de abrazos transformadores. Y en todo hemos sentido que estabas con nosotros porque “Señor, si quieres, puedes” y tú has hecho posible que queramos lo que tú quieres.
Señor Jesús, te pedimos que sigas acompañándonos cada día. Te agradecemos tu fidelidad y tu misericordia. Te invitamos a reparar heridas y a cuidar el corazón viniéndote con nosotros de vacaciones a donde quiera que vayamos. De tu mano, a tu lado, todo es siempre mucho mejor.
¡Madre Mía, socorre a mis hijos!Que esta palabra sea el grito de mi corazón desde la aurora. ¡Oh María! que tu bendición los acompañe, los guarde, los defienda, los anime, los sostenga en todas partes y en todas las cosas. Cuando postrados ante la presencia del Señor le ofrezcan sus tributos de alabanza y oración, cuando le presenten sus necesidades o imploren sus Divinas Misericordias, ¡Madre Mía, socorre a mis hijos!
Que cuando se dirijan al trabajo o al estudio donde el deber los llama, pasen de una ocupación a otra, a cada movimiento que ejecuten, a cada paso que den y a cada nueva acción, ¡Madre Mía, socorre a mis hijos!
Cuando la prueba venga a ejercitar su debilísima virtud y el cáliz de sufrimiento se muestre ante sus ojos, ten Divina Misericordia y purifícalos por el sufrimiento, ¡Madre Mía, socorre a mis hijos!
Cuando el infierno, desencadenado contra ellos, se esfuerce en seducirlos con los atractivos del placer, las violencias de las tentaciones y los malos ejemplos, ¡Madre Mía, socorre y preserva de todo mal a mis hijos!
Y cuando en la noche se dispongan al descanso a fin de continuar con nuevo fervor al día siguiente su camino hacia la patria eterna,¡Madre Mía, socorre a mis hijos!
Que tu bendición, Madre Mía, descienda sobre ellos, en el día, en la noche, en el consuelo, en la tristeza, en el trabajo, en el descanso, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte. Amén.
Texto del Evangelio (Mt 7, 21-29): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».
Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.
El nombre del niño mártir, Pelayo, es famoso todavía en toda España y muchas son las iglesias dedicadas en su honor. Vivió en los días en que Abderramán III, el más grande de los Omeyas, reinaba en Córdoba; un tío de Pelayo, Hermogio, para salvar el pellejo, dejó al chico como rehén en manos de los moros. Por entonces, el niño no tenía más de diez años. El cobarde pariente no regresó para rescatar a su sobrino, que pasó tres años cautivo de los infieles. En ese lapso, se había transformado en un buen mozo alto y fornido, siempre de buen humor y sin contaminación alguna de las costumbres corrompidas de sus captores y sus compañeros de cautiverio. Las noticias más favorables sobre el comportamiento del jovencito Pelayo llegaron a oídos de Abderramán quien le mandó traer a su presencia y le anunció que podía obtener su libertad y hermosos caballos para correr por ios campos, así como ropas lujosas, dineros y honores, si renunciaba a su fe y reconocía al profeta Mahoma. Pero Pelayo no se dejó tentar y se mantuvo firme: «Todo lo que me ofreces no significa nada para mí -repuso a las propuestas de Abderramán-. Nací cristiano, soy cristiano y seré siempre cristiano». De nada sirvieron las amenazas del rey moro quién, a fin de cuentas, condenó a morir al jovencito. Los relatos varían en cuanto a la forma en que fue ejecutado. De acuerdo con unos, después de haber descoyuntado sus miembros en el potro de hierro, le ataron una cuerda a la cintura y, desde el puente, lo sumergían y lo izaban en las aguas del río, hasta que expiró; otros explican que fue lanzado con una catapulta y después decapitado; otros dicen que fue suspendido de las rejas para recibir el suplicio destinado a los esclavos y criminales, que consistía en ser descuartizado en vida con unas tenazas; los miembros despedazados del niño santo fueron arrojados al Guadalquivir. Sus restos fueron rescatados por los fieles y conservados ocultamente en Córdoba, hasta el año de 967, cuando se los trasladó a León; dieciocho años más tarde, para evitar profanaciones, fueron exhumados y llevados a Oviedo para ser sepultados.
Oración: Señor, Padre nuestro, que prometiste a los limpios de corazón la recompensa de ver tu rostro, concédenos tu gracia y tu fuerza, para que, a ejemplo de san Pelayo, mártir, antepongamos tu amor a las seducciones del mundo y guardemos el corazón limpio de todo pecado. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Jesús, que amaste mucho a san Josemaría y juntos hicisteis cosas tan bonitas, haz que yo sepa quererte y ayúdame a ser como Tú. Jesús, quiero ser cada día mejor y portarme bien siempre, aunque a veces me cuesta.
San Josemaría, que estás cerca de Dios y de la Virgen, diles que me ayuden. Por eso te pido... (pide lo que deseas y no olvides a tus padres, hermanos, amigos, profesores...).
Reza un Avemaría (“Dios te salve, María, llena eres de gracia...”) despacito.
Buenos días. El Señor siempre nos muestra el camino de la verdadera felicidad, pero cuando ese camino pasa por las dificultades preferimos seguir a los falsos profetas que con cantos de sirena nos embelesan. La Palabra de Dios es clara. Sigámosla y daremos mucho buen fruto. Seamos buenos y confiemos siempre en Dios.
Texto del Evangelio (Mt 7, 15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».
San Guillermo de Vercelli, tú fuiste un padre para tus monjes y un pastor para tu gente. Ruega por nosotros para que podamos recuperar la vista, para que podamos ver, con los ojos de nuestros corazones y almas, la presencia de Dios en y alrededor de nosotros. Enséñanos a alimentar nuestros viajes espirituales con la oración, para que también nosotros podamos ser instrumentos de la luz de Dios y el amor a los demás. Ayúdanos a ser personas de hospitalidad y permitamos que nuestro trabajo se convierta en oración y encontremos a Dios en cada uno de nosotros. Amén.
Texto del Evangelio (Mt 7, 6.12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen. Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque esta es la Ley y los Profetas. Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran».
Sagrado precursor de Cristo, que santificado en el vientre de tu madre, fuiste la admiración del mundo en el ejercicio de las virtudes y en los privilegios con que te enriqueció Dios. Ángel en la castidad, apóstol en el celo y predicación, y mártir en la constancia con que por reprender al incestuoso Herodes ofreciste la cabeza al cuchillo, y en las luces sobrenaturales de que te dotó el cielo, profeta del que llegó a decir el mismo Cristo: "Entre los nacidos de las mujeres ninguno mayor que Juan Bautista", suplica al Señor que:
por tu penitencia me haga mortificado,
por tu soledad, recogido,
por tu silencio, callado,
por tu virginidad, casto,
por tu contemplación, espiritual.
E invencible a mis pasiones por la victoria que tú alcanzaste de tus enemigos, para que logre verte en la patria eterna. Amén.
No se yo si todos los que se reunían anoche para contemplar una hoguera sabían realmente a quién celebra hoy la iglesia… "El más grande de los nacidos de mujer", dice de él el mismo Jesús, según Lucas 7,28. "Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra", Isaías 49,6.
Contemplando esto anterior, quizás nos venga bien encomendarnos a tan gran santo, ¿verdad?
Texto del Evangelio (Lc 1, 57-66.80): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.
Tú, Señor, que concediste a san José Cafasso un conocimiento profundo de la sabiduría divina, concédenos, por su intercesión, ser siempre fieles a tu palabra y llevarla a la práctica en nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.
¿A ti no? A mí me cuesta mucho... Eso de salir de mí, salir de lo que conozco y controlo, salir afuera, arriesgarme... ¡Ufff! ¡Cuánto cuesta! Lo seguro es lo seguro... y lo otro... es un riesgo. Sin embargo Jesús lo tiene muy claro: -¡Vamos a la otra orilla! Que habrá vientos, huracanes, olas que zarandean la barca... ¡seguro! Pero Él … "se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate!" Y te dijo a ti... y me dijo a mí...: -¿Por qué eres tan cobarde? ¿Aún no tienes fe? ¡VAMOS A LA OTRA ORILLA!
¡Feliz y bendecido Domingo!
Texto del Evangelio (Mc 4, 35-41): Un día, al atardecer, Jesús dijo a los discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con Él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!». El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?». Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?».
Texto del Evangelio (Mt 6, 24-34): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal».
Angélico joven san Luis Gonzaga, que ardiendo en el amor de Jesús te derretiste en su fuego divino, de tal manera que llegaste a ser mártir de caridad, te suplico me alcances de su amantísimo Corazón un vivo conocimiento de su inmensa bondad para con los hombres, y un dolor verdadero y vehemente de la ingratitud con que yo correspondo a tanto amor. Haz, santo mío, que este corazón mío sea semejante al de mi dulce Jesús, puro con su pureza, humilde con su humildad y ardiente con su caridad. Amén.
Buenos días. Hoy el Señor nos invita a que nuestro cuerpo y espíritu siempre vivan en armonía y no vivamos deseando lo que no es verdaderamente bueno. Ojalá descubramos que la Voluntad del Padre es que seamos auténticamente felices. Seamos buenos y confiemos siempre en Dios.
Texto del Evangelio (Mt 6, 19-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!».
"Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón" (Mt 6, 19-23)
Señor Jesús, vale la pena dejarlo todo sabiendo que uno ha encontrado el tesoro de su vida.
Vale la pena apostar por un proyecto cuyo capitán ama y conoce bien.
Vale la pena sabernos en tus manos, siempre.
Vale la pena anteponer los intereses de los demás a los propios, porque los demás son tu rostro más veraz.
Vale la pena desgastar el corazón en amar sin medida, sin peros, sin contraprestaciones.
Vale la pena vivir en estado de misericordia.
Vale la pena ser hombres y mujeres en esperanza.
Vale la pena reconocernos hijas e hijos tuyos.
Vale la pena porque donde está nuestro tesoro allí está nuestro corazón.
Vale la pena.
Señor Jesús, aquí nos tienes. Que seas Tú el tesoro de nuestra vida y que en ti resida nuestro corazón.