¡Madre Mía, socorre a mis hijos! Que esta palabra sea el grito de mi corazón desde la aurora. ¡Oh María! que tu bendición los acompañe, los guarde, los defienda, los anime, los sostenga en todas partes y en todas las cosas. Cuando postrados ante la presencia del Señor le ofrezcan sus tributos de alabanza y oración, cuando le presenten sus necesidades o imploren sus Divinas Misericordias, ¡Madre Mía, socorre a mis hijos!
Que cuando se dirijan al trabajo o al estudio donde el deber los llama, pasen de una ocupación a otra, a cada movimiento que ejecuten, a cada paso que den y a cada nueva acción, ¡Madre Mía, socorre a mis hijos!
Cuando la prueba venga a ejercitar su debilísima virtud y el cáliz de sufrimiento se muestre ante sus ojos, ten Divina Misericordia y purifícalos por el sufrimiento, ¡Madre Mía, socorre a mis hijos!
Cuando el infierno, desencadenado contra ellos, se esfuerce en seducirlos con los atractivos del placer, las violencias de las tentaciones y los malos ejemplos, ¡Madre Mía, socorre y preserva de todo mal a mis hijos!
Y cuando en la noche se dispongan al descanso a fin de continuar con nuevo fervor al día siguiente su camino hacia la patria eterna, ¡Madre Mía, socorre a mis hijos!
Que tu bendición, Madre Mía, descienda sobre ellos, en el día, en la noche, en el consuelo, en la tristeza, en el trabajo, en el descanso, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte. Amén.
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