Yendo un muchacho a la escuela
con el almuerzo en la mano,
cierto perro conocido
le fue siguiendo los pasos.
Hacíale, zalamero,
muchas fiestas con el rabo,
poniéndosele delante
y dando continuos saltos.
-Bien sé yo lo que tú quieres,
dijo risueño el muchacho.
¡Picarón!, y al decir esto
le dio un mendrugo tamaño.
Doblaba el perro las fiestas,
multiplicaba los saltos
según veía que el niño
mendrugos iba arrojando.
Mas cuando vio que el almuerzo
del todo se hubo acabado,
entonces, rabo entre piernas,
se alejó más que de paso.
Como quien mira visiones
se quedó el joven incauto,
sin almuerzo y sin amigo.
¡Pobre inocente!, los años
le enseñarán que en el mundo
tan vil proceder no es raro.
Yo lo aprendí en la escuela, y la moraleja decía. Pobre inocente, la vida le enseñará, que en este mundo tan vil proceder no es raro.
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