Amorosísimo Protector mío, vuelve sobre mí tus piadosos ojos, y ve el estado lastimoso a que me ha reducido mi aversión a la mortificación cristiana. ¡Ay, cuán grande es el número de pecados que me ha ocasionado la inmortificación! Heme aquí ahora postrado a tus pies, suplicándote me alcances la fuerza necesaria para salir de tanta miseria, y animarme a mortificar continuamente esta carne rebelde... ¡Desventurado de mí! Si con fe devota hubiese invocado el poderoso nombre de tu Jesús, no habría venido a parar a tanta desdicha, ni el demonio, encadenándome, habría alcanzado tantas victorias sobre mí. Ahora, pues, que lleno de confianza acudo a Ti, no tardes en venir en mi auxilio. Yo te prometo que en cualquier tentación, necesidad o peligro en que me viere, quiero invocar y mediante la divina gracia invocaré inmediatamente y con fe el nombre dulcísimo de Jesús, por el que espero obtener la corona de la gloria. ¡Oh amado Santo, pueda yo expirar diciendo con amor: "Jesús, José y María, mi corazón os doy y el alma mía".
JACULATORIA
Alcánzame ¡oh san José!
que dome mis pasiones:
que en mis tribulaciones
invoque a tu Jesús.
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