Atraedme hacia Vos, oh Virgen María, para que yo vaya tras el olor de vuestros perfumes. Atraedme, pues me detienen el peso de mis pecados y la malicia de mis enemigos. Así como nadie se presenta a vuestro Hijo si el divino Padre no lo atrae, así me atrevo a decir, en cierto modo, que nadie va a Él si Vos no lo atraéis con vuestros santos ruegos. Vos sois la que enseñáis la verdadera sabiduría; Vos la que alcanzáis el perdón a los pecadores, pues sois su abogada; Vos prometéis la gloria a los que os honran, porque sois la tesorera de las misericordias.
Vos hallásteis gracia con Dios, oh dulcísima Virgen, porque fuisteis preservada del pecado original, llena del Espíritu Santo, y concebisteis al Hijo de Dios. Habéis recibido todos estos favores, oh humildísima María, no solo para Vos, sino también para nosotros, a fin de que nos auxiliéis en nuestras necesidades. Esto es lo que hacéis ya socorriendo a los buenos, conservándolos en la gracia, y a los pecadores preparándolos para recibir la divina misericordia. Vos socorréis a los moribundos protegiéndolos contra las asechanzas del demonio, y los ayudáis en su último trance recibiendo sus almas y conduciéndolas al reino de los bienaventurados.
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