Mi Señor Padre eterno, fuente de todo consuelo, te ruego por los hijos que me has regalado, Tú que ya pensaste en ellos antes de la creación del mundo y que les quieres mucho más que yo, bendícelos siempre, envía a tus ángeles para que sus pies no tropiecen y no les dejes caer en la tentación.
Mi Señor Jesucristo, que quisiste nacer en una familia, por tu bendita Madre que tanto sufrió al verte en la Cruz, apiádate de mis lágrimas y concede a mis hijos la fe, que vale más que el oro, y la vida eterna.
Mi Señor Espíritu Santo, sé para ellos brisa suave que alivie sus penas, fuego que arda en sus corazones y Maestro que les enseñe a orar, para que nunca se desvíen del camino que lleva al cielo y un día podamos sentarnos juntos en el banquete del Reino que dura para siempre.
Amén.
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